Hay algunas profesiones que, en la imaginación colectiva, no se asimilan a un trabajo. Uno tiene un empleo de periodista, por ejemplo, o de médico o en un banco. Pero un empleo de futbolista suena extraño. Se es futbolista no se trabaja de tal, resulta algo vinculado a la esencia de la persona, no a su hacer.
Quizás en el deporte es donde más se ve esta mimetización entre oficio y persona, pero hay otros. Se trata de un “physique du rôle”, algo así como un deber ser de cierta manera para convertirse en ganador en esa actividad. Recuerdo una época en la que trabajé con publicistas Tenía contacto, por una parte, con lo que llamaban “Cuentas” -los ejecutivos que atienden al cliente-. Todos eran señoritos de saco y corbata, impolutos. Por otra parte, con los “creativos” -los que imaginan la campaña-. Estos siempre daban la impresión de que llegaban sin bañarse -al menos sin peinarse- y después de haber fumado unos porros. Quizás no, pero esa imagen vendían: la creatividad, parece, necesita de la bohemia y de lo contracultural mientras que el management del orden, de la prolijidad, de la solidez. Eran, creo, máscaras para acercarse a lo que se esperaba en cada caso.
Así, los abogados parecen no sentirse en su piel si no llevan saco y corbata. Los periodistas siempre estamos seguros de que se esconde una razón oculta detrás de lo que vemos. Y es curioso el rol del delantal blanco en los médicos: he leído investigaciones que recomiendan no usarlo porque retiene demasiados gérmenes. Llamativo el tema de los códigos. Alguna vez me atendió un doctor sin delantal y me sentía extraño, como si le faltara completud a la consulta. Una tontería de mi parte que muestra cómo nos habituamos a que cada quien cumpla su rol y no ose modificarlo.
Pues sí, hay profesiones que definen una manera de transitar por la vida. No tiene nada de malo pero conviene cuidarse de que el rol no pase a ser esencia y uno se olvide -por mantener la imagen- quién es la persona de carne y hueso que vive detrás.
