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Resistencia
6 mayo, 2025

Un océano del alma: una obra de Paula Hacker ingresa a Ñande MAC

El Museo de Arte Contemporáneo de Corrientes, a través de la Asociación de Amigos Ñandé MAC, recibió esta semana con profunda gratitud una donación de Paula Hacker, una artista cuya obra ha estado marcada por la exploración de la memoria, la identidad y los límites del cuerpo.
El gesto enriquece la colección del museo a la vez que abre una puerta a nuevas interpretaciones de la realidad, acercando al público a un universo artístico de singular sensibilidad.
«Bienvenida, ya sos parte del proyecto. Muchas gracias», expresó Luis Niveiro, presidente de la Asociación de Amigos del Museo.
La pieza donada, galardonada con el «Premio trabucco 2016 – selección en grabado», es un testimonio visual de la complejidad humana. En ella, un paisaje marino nocturno envuelve la figura de una mujer recortada en tonos de azul, cuya presencia en la escena genera un contraste profundo con el oscuro mar que la rodea.
Esta figura no está simplemente inserta en el paisaje; es una ruptura, un fragmento de la memoria que se disocia de su entorno y se erige como un signo emocional. La silueta azul, distante y etérea, parece flotar entre la realidad y el sueño, entre lo recordado y lo olvidado.
El azul que tiñe su cuerpo no es solo un color, sino una atmósfera: fría, melancólica, introspectiva. Es un tono que refleja la vulnerabilidad del ser humano, su desarraigo y su soledad frente al vasto océano de lo desconocido.
La figura femenina, con las manos sobre la cabeza, parece atrapada en un instante de reflexión profunda, como si buscara desentrañar el misterio que se oculta en la vastedad del mar. Su gesto es ambiguo, un juego entre la relajación y el desasosiego, invitando al espectador a interpretar la tensión que emana de su cuerpo.
El mar, como en otras obras de Hacker, no es un paisaje literal; es un espacio emocional. Oscuro y silencioso, se despliega como un reflejo de lo profundo, lo insondable, lo inconsciente. No es un entorno en el que la figura pertenezca, sino un espacio que la envuelve y la desafía, un territorio en el que el ser se encuentra a merced de su propia memoria y de los recuerdos que lo definen.
Sobre la espuma del mar, trazos caligráficos emergen, casi invisibles. Son palabras fragmentadas, huellas de lo que se ha dicho y lo que se ha callado. La escritura, como en otras obras de Hacker, no pretende comunicar de forma clara, sino evocar, recordar. Las palabras se desvanecen, como ecos en la vastedad del océano, y solo dejan en el espectador la sensación de que algo más se esconde detrás de ellas.
La tensión entre lo fotográfico y lo intervenido en la obra subraya la idea de que nuestra realidad es, en última instancia, una construcción.
Hacker no se limita a mostrar lo que vemos; revela lo que hay detrás, lo que está fragmentado, lo que está oculto en las grietas de nuestra percepción. La figura y el mar no están integrados de manera armónica; más bien, están separados por una línea de tensión, por una fisura que refleja la fragmentación de la identidad.
En la figura femenina se puede leer también una alegoría del cuerpo como territorio emocional. No es un cuerpo entero, sino fragmentado, reconstituido, como si fuera una memoria perdida que se intenta recomponer. Hacker parece sugerir que el cuerpo es, a su vez, paisaje, carga emocional y reflejo de los recuerdos que lo habitan.
El uso del azul no es meramente estético, sino simbólico. Es un tono que emite una sensación de distanciamiento, de lo que se ha perdido o se ha quedado atrás. Es también el color del sueño, del duelo, de lo que permanece en la memoria más allá del tiempo. Al ser el color que tiñe la figura, el azul se convierte en la voz silenciosa de la obra, una voz que no grita, pero que está presente en cada rincón del cuadro.
En sus obras, Paula Hacker se ha dedicado a explorar la fragilidad del cuerpo, el paso del tiempo y la transformación de la identidad. La pieza donada al Ñandé MAC no escapa a estos temas, y de hecho los profundiza al presentarnos una figura humana atrapada en su propio océano de recuerdos.
Es una obra que invita a repensar la relación entre lo interno y lo externo, entre lo real y lo emocional, entre la presencia y la ausencia.
La pieza de Hacker no es solo un gesto de generosidad hacia el museo, sino una invitación a la introspección. Al incluirla en su colección, el museo no solo recibe una obra, sino un testimonio de lo humano, de la memoria colectiva e individual.
Es un acto que invita a reflexionar sobre la identidad, sobre el paso del tiempo y sobre lo que queda cuando todo lo demás se ha ido.

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