Por Facundo Sagardoy
Desde los primeros gestos dibujados en papeles sueltos hasta las figuras chamánicas que hoy pueblan su universo escultórico, la obra de Ofelia Fisman es mucho más que una trayectoria artística: es un recorrido vital donde la materia se vuelve rito, y el barro, lenguaje espiritual.
La cerámica no fue un oficio elegido, sino una revelación nacida entre versos dictados en voz baja a su madre y dibujos impulsivos que brotaban como presagios.
Acompañada por una sensibilidad precoz y una formación sólida en el Instituto Josefina Contte, encontró en la figura humana -sobre todo en el cuerpo femenino- una clave simbólica que la llevó a modelar las mamánaide: formas que no se explican, se intuyen.
Estas figuras, cargadas de memoria arquetípica, son herederas de aquellas diosas-madre del origen, pero hablan también desde un presente inquieto que busca reconectar con su raíz. No adornan: convocan.
El martes 3, junto a Zeta Yayety inauguró la muestra «Magia Ñembo’e» en la Embajada Argentina en Asunción, Paraguay, donde también reside.
-Cerámica, símbolo, espiritualidad, la materia como rito. ¿Cómo nació tu vínculo con la cerámica como medio de expresión artística espiritual?
-Bueno, yo me formé… en primer lugar, te puedo decir que empecé a dibujar a los dos años y a escribir poemas. Entonces, mi mamá me traía un cuaderno, yo le dictaba y ella escribía los poemas, porque a los dos años todavía yo no sabía escribir. O sea, la creatividad es algo que está conmigo.
No es una inquietud, es algo que no se puede controlar. Dibujaba en cuanto papel encontraba. Mi madre, que fue una gran observadora, fue la que me guió. Tuve el gran apoyo de mi familia para poder formarme como artista. Como dijo Zeta Yayety: el arte es una sola cosa.
El artista puede ser bailarín, músico, pintor, ceramista, escenógrafo, porque es una sola cosa. Está dentro del ser y tiene que salir y expresarse de alguna forma. Y si tenés una formación académica, mejor. Yo empecé en Josefina Contte, Instituto Superior de Arte de Corrientes, donde tuve una formación bastante académica y clásica, para después deformar todo lo que había aprendido. Pero es una base muy importante, porque tuve que dibujar, pintar, modelar, esculpir y tallar la figura humana.
Por eso lo mío es la figura humana, y en especial la figura humana de la mujer. Hice una serie de esculturas, sigo haciendo todavía, que se llaman mamáide. Es una palabra que inventé. No sé por qué me vienen esos nombres. Cada figura que hago es como que me viene el nombre del espacio y se incorpora. No sé de dónde sale, pero ahí está. Y por ahí me preguntan: ¿qué quiere decir mamáide? No sé, es un concepto.
Las mamanaide son ese tipo de figuras que tienen relación con lo ancestral, con las excavaciones antiguas de la era paleolítica, los restos antiguos que se han encontrado de figuras de madres, de maternidades, de diosas. Ese es mi repertorio.
-¿Y al llegar al Paraguay?
-Al llegar al Paraguay… o sea, yo viví en Corrientes, nací en el Chaco, mi lugar de origen es Sáenz Peña, pero desde muy chiquitita fui a vivir a Corrientes.
Posteriormente, cuando me recibí en la Josefina Conte, me casé, tuve una hija. Hice toda mi vida, mi trayectoria de mujer casada con hijos. Después, la vida fue como un despliegue de cosas nuevas. El sueño mío en aquella época era vivir en Buenos Aires, como toda provinciana sueña. Era mi sueño y lo cumplí con mi hija. Fui a Buenos Aires, fui becada en un taller de cerámica de una escultora.
La cerámica escultórica, porque la cerámica puede ser muchas cosas: utilitaria, medicinal, artística. La cerámica es muy amplia, y yo me dediqué a la parte escultórica de la cerámica porque tengo esa formación de escultura anterior, clásica. ¿Entendés? Entonces, después de romper la forma que aprendí, que el profesor me decía: «Nada, porque la proporción, que aquí, que allá, que la modelo», yo dije: «¡Al diablo la proporción!». Pero todo eso está implícito ahí, en esas figuras, esas formas que hago. Me di el gusto. Viví diez años en Buenos Aires, estudié en Buenos Aires. El solo hecho de estar en Buenos Aires ya es como asistir a una academia: visitar los centros culturales, las galerías de arte.
Expuse en galerías de arte, gané premios en los salones, hice todo eso, hasta que me saturé y volví. Volví a mis provincias, Corrientes, Chaco. Pero ahí viví tres meses nada más y me llamaron de un shopping de acá, porque otra de mis facetas… yo siempre digo que soy polifacética. También hice escenografías. Ya no me dedico más, pero lo hice bastante tiempo. Me contrataron del shopping del Sol, para que hiciera las ambientaciones de las distintas estaciones, que yo las hacía con arte.
Todo lo que aprendí también del teatro de Corrientes, del Teatro Vera, de los carnavales correntinos, de las escenografías, de los vestuarios… todo. O sea, no es ir a una academia nada más, es toda la vivencia que uno tiene, que va conformando un trabajador del arte, ¿verdad? Tenía un profesor que nos decía: «Somos trabajadores del arte, no artistas».
Bueno, terminó el período de Buenos Aires, volví a mi provincia y no quería saber más nada con ambientaciones ni decoraciones, pero me llamaron de acá. Y durante 23 años más me dediqué a la escenografía de teatro y de grandes espacios, de shopping centers. Y al llegar a Paraguay me encontré, por ejemplo, con museos como el Museo del Barro, museos etnográficos, el museo Andrés Barbero y otros tantos. Me quedé muy impactada con la cultura indígena.
Un momentito… No, no… me quedé muy impactada. No es arte, porque lo que hacen los indígenas no es arte: es ritual. Uno cree que sus pinturas y sus tejidos son arte indígena. No es arte indígena. Lo que ellos hacen es puro ritual. Las decoraciones de sus vasijas, los diseños de sus tejidos, de sus tapices, su vestuario, el arte plumario… Entonces, me quedé muy impactada con todo eso al llegar al Paraguay, y de ahí nace esta exposición, por ejemplo, que le dediqué a los… cada una de estas esculturas son figuras. Entonces, combiné lo de las mamáide con los lamanes, y bueno, así sigue la historia.
-Una pregunta más. Después de más de cinco décadas de trabajo, ¿cómo describiría su evolución estética y conceptual hoy, desde aquella niña que comenzó haciendo poemas hasta hoy, con estas figuras chamánicas?
-Bueno, por ejemplo, a mí me han preguntado: hago figuras mamáide de dos metros, de dos metros y medio, y me dicen: «¿En cuánto tiempo hacés esto?». Y les digo: «En 60 años». Porque para llegar a esta maestría yo tuve que trabajar todos esos años. Mi primera cosa que hice en cerámica era una vasija toda torcida, y lo que hice al cabo de tantos años es esto que logré ahora.
Entonces, eso es lo que yo siento. Es una evolución que nunca para, porque cada pieza que me dedico a hacer, muchas veces ni siquiera hago un boceto previo. Simplemente empiezo a modelar o a pintar. Yo no hago maquetas previas: hago la pieza directamente, y que me lleve, que me lleve mi espíritu.
-Muchas gracias, Ofelia.