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Resistencia
28 noviembre, 2024

Mundos íntimos. Soy una mujer de 41 que cuida a su papá de 94. Quiero hacerlo pero me pregunto si dejo mi vida en el camino

Una tarde de abril de hace más de un año me separé de Z, el novio más atento, inteligente y generoso que tuve. Él me había ayudado a salir de una relación muy larga en la que el “círculo de la violencia” giraba sobre mí año tras año desde el día uno. Conocerlo me hizo conocerme a mí misma, entender todo lo que yo valía y merecía.

¿Por qué me separé de alguien así? El primer atisbo fue atribuírselo a la pandemia. El miedo a que mi papá, un señor adorable de noventa y cuatro años, se enfermara y muriera de COVID o que yo me enfermara y nadie pudiera asistirlo fueron los dos motivos que me mantuvieron alejada de Z en toda la época de confinamiento.

Chiquita. Con su mamá, que falleció hace más de veinte años, y su papá.Chiquita. Con su mamá, que falleció hace más de veinte años, y su papá.Pasé medio año completamente encerrada en mi casa al cuidado de mi papá, fueron tantos meses sin ver a Z que se había olvidado de mí. Sumergido en la ilusión de proyectar una vida post pandemia, había dejado de incluirme en sus planes porque su memoria sensorial había extraviado el recuerdo de su vida conmigo.

Cuando me di cuenta de que el problema no había sido únicamente la pandemia, tuve que aceptar que lo que pasaba era que simplemente ya no me quería. ¿Por qué no me quería? Bueno, cómo saberlo, hubo algunas variables que influyeron a esta tendencia del desamor, pero creo que prefiero quedarme con una que me dijo el día que terminamos: “Vos sos demasiado buena, tan buena que te perjudica”. Z usaba la palabra “buena” para referirse a mi responsabilidad de cuidado, de algún modo, él quiso que yo me quedara con la idea de que lo nuestro no había podido ser porque yo priorizaba mi vínculo con mi papá, más que a un nosotros que ya no se podía sostener porque nuestras vidas eran diferentes.

Pero la bondad, creo, no es una variable que intervenga en una ecuación donde la plata no alcanza para hacer otra cosa que poner el cuerpo y donde los mandatos sobre las responsabilidades familiares están tatuados con un cincel. Comienzo a comprender porque el género “hija soltera que cuida” está totalmente invisibilizado. Otras veces deseo que mi papá me hubiese dicho “andá hijita, hace tu vida que yo ya hice la mía”, él en cambio da respuestas sin preguntas previas, como si tuviera que justificar su longevidad. Él me dice que se quedó en este mundo para acompañarme, en mis momentos oscuros y en mis momentos luminosos, en donde seguimos compartiendo risas y anécdotas de su vida que recuerda con riguroso y sospechoso detalle.

Juntos. A Guadalupe Morales Sosa le gusta salir con su padre, pero quisiera armonizarlo con su propia actividad.Juntos. A Guadalupe Morales Sosa le gusta salir con su padre, pero quisiera armonizarlo con su propia actividad.El cuidado en mi caso es una responsabilidad ineludible con la única persona que considero mi familia. Mi hermano decidió que tenía que hacer su vida lejos, sin preocuparse por aportar dinero, y muy de vez en cuando, un exiguo llamado como señal de afecto. La última vez que vino me dijo que él quería participar del cuidado de mi papá, sus palabras fueron: “cómo te ayudo, sé que esto no es justo para vos”, luego se fue para no participar de ninguna decisión.

Hay una frase que se hizo muy popular para correr el velo sobre las tareas de cuidado y reza: “Eso que llaman amor es trabajo no pago”, creo que el problema histórico radica en lo difícil que es poder disociar estas dos situaciones y que ahora tengamos habilitada esta pregunta y esa conversación nos permite rebelarnos y entender que el cuidado a nuestra familia no tiene que ser es el único destino.

A veces me encuentro proyectando distintas secuencias de mi propia película, una hija que cuida a su padre, una mujer de 41 que no puede correrse de ese lugar de hija cuidadora y simplemente por eso no pudo pensar o programar si quería ser madre. Dentro de esta cápsula de hija eterna el tiempo se ralentiza y los días no pasan, ni siquiera en mi apariencia, algo que siento como una revancha para poder disponer en algún momento de mi tiempo, aun así sé que mi aspecto es solo una capa, un envoltorio que no pude hacerle frente una biología injusta para las mujeres ya que la posibilidad de gestar tiene sus límites.

Pocos meses después de separarme de Z, tuve un episodio por un tema ginecológico que me venía aquejando con intermitencias. Bartolinitis se llama la inflamación de la glándula de Bartolino, nombre gracioso para una afección muy dolorosa que la pueden tener el 2% de mujeres y personas con vulva. Llegué al consultorio un martes por la mañana, la médica me dijo con un tono de oferta que no podía rechazar que, el quirófano estaba bastante libre y que ya me averiguaba si había cama, así que “aprovechá está oportunidad, esta intervención es ambulatoria”.

Dentro de esta constelación de situaciones que se alineaban a mi favor, decidí pensar en mí y terminar con el problema que me aquejaba, repasé mentalmente si mi papá tenía comida hasta mañana por las dudas, si tenía plata, a quién podría contactar en caso de que sucediera algo, en fin, relajé y acepté que yo tenía que cuidarme.

Esperé la confirmación de la cama en el consultorio, y en pocos minutos llegó el enfermero con una silla de ruedas y me dijo, vamos al segundo piso, a la maternidad.

Ah mirá, ¿por qué a la maternidad? consulté con un poco de asombro.

Como tu afección es ginecológica, bueno te dan cama ahí.

En el camino a la habitación él me contó algo que le incomodaba y era que cuando las madres pierden a sus bebés vuelven de la sala de partos a ese piso y eso a él le parecía sumamente cruel.

En ese momento fue inevitable pensar en mi mamá y compartí con el enfermero su historia, ella había perdido a mi primer hermano por una mala praxis cuando apenas nació. Se me llenaron los ojos de lágrimas mientras atravesaba los pasillos junto con puertas llenas de globos y carteles colores celeste y rosa pastel y algún que otro llanto pensando en lo que ella puedo haber sentido ante una situación similar a la que el enfermero relataba.

-Hola mamita ¿cuántos años tenés?

-¿Tenés hijos?

-¿No?

-¡Bueno, ya vas a tener! Mi tía fue mamá a los 42 así que todavía podés.

La verdad que conocía bien lo que ella me mencionaba, mis padres fueron padres grandes, de hecho, mi mamá tenía la misma edad que la tía de la enfermera cuando me tuvo.

La secuencia con la primera enfermera del día me dejó con unas preocupaciones que en ese momento no estaban dentro de mi ecuación, yo solo quería que mi papá no se asustara, que supiera que por la noche yo volvía a casa, que todo iba a salir bien.

Como tenía que estar en ayunas para operarme tuve que esperar varias horas en la habitación, esa tarde desfilaron muchas personas y la frase que más escuché fue: “Ah, estás solita, ¿no?”.

No podía dejar de pensar en la palabra “sola”; para salir de esa rumia mental y matar un poco el tiempo me puse a hablar con mis amigas, solté de la nada, chicas me estoy por operar, surgieron miles de combinaciones relacionadas a evitar pasar por ese proceso en soledad…. Yo te puedo ir acompañar, puedo pasar un rato, te puedo ir a buscar, no estés sola…

Vuelvo muchas veces a ese día para poder entender por qué no me dejé acompañar, a veces siento que esa situación fue como un experimento para mí, quería transitar la experiencia completa de que es estar sola en una situación vulnerable porque tenía que entender que esa era mi situación ahora, mis elecciones o tal vez mis acciones me habían llevado a tener que autogestionarme todo. Una amiga separada con hijos hace poco me decía que odiaba enfermarse porque nadie le podía alcanzar un té, y apenas me separé de Z fue una de las cosas que más me entristeció, no poder contar más con esa amorosidad de su cuidado ese día y ningún otro día más.

Si bien mi generación está atravesada por la cuarta ola del feminismo, ¿por qué la única representación mental que cobra pregnancia es la idea de familia nuclear? la idealización de los vínculos se nos viene en contra y nos deja inmovilizadas, sin poder, en mi caso, poder sentir en mis amigas un punto de apoyo en momentos de zozobra.

Mi familia siempre se dedicó al cuidado de otras personas y de distintas maneras. Mi mamá monja, monja enfermera, y luego sólo enfermera que dejó los hábitos, y antes de que asocien su historia con “La Extraña Dama” se encuentra con “Un pájaro canta hasta morir”: mientras aún era religiosa se enamoró de un médico que era gay, y bueno ese fue un motivo grande para que la historia no prosperara. Luego de eso, dejó los hábitos y conoció a mi papá, otro enfermero muy dedicado, que trabajó junto a Favaloro cuando comenzó con las primeras pruebas de la técnica de by pass.

Mi mamá -que falleció hace más de veinte años- vivió una vida sin el cuidado de su familia, su papá falleció cuando ella era muy joven, su mamá, madre de tres niños también era muy joven y quiso rehacer su vida, por ese motivo, envió a sus hijos más grandes a internados religiosos, pero no solo para que tengan estudio y cobijo sino para que trabajaran: allí tenían que limpiar, cocinar, y participar de actividades vinculadas con la liturgia de este tipo de instituciones. Recuerdo que mi mamá me contaba que ella disfrutaba arreglar con flores la capilla, era ahí donde sentía que Dios la quería y abrazaba como una hija.

Mi abuela siempre fue una persona esquiva y retraída con nosotros, vivía en Uruguay así que solíamos ir cada verano a visitarla, era muy difícil para mi entender porque mi mamá insistía en ir a verla después de tanto abandono a ella y a su hermano.

Este año, con vistas a poder entender que había oculto detrás de este telón que desconocía, accedí a que una amiga haga el estudio de mi genealogía familiar. Fue así como me enteré por un acta de un registro civil que la mamá de mi abuela había fallecido en su parto, también tuve la novedad anacrónica de que su padre no figuraba en ese documento, es decir, su madre había sido madre soltera. Conocer esa información me dio alivio, puede entender muchas cosas sobre ella y llegué a perdonarla como mi mamá también lo había hecho y por eso como gesto de amnistía la iba a visitar año tras año.

Sucede con frecuencia que a las mujeres nos ubiquen en el rol de maternar, un equipo de trabajo, un amigo, un hermano, a mí me había tocado maternar un padre. ¿Qué implicaba eso?No solo preocuparme por el techo y la comida, de que esté ocupado, llevando materiales para que arregle y desarregle mil cosas para el hogar, ser su conexión con el mundo y su intérprete porque su avanzada edad lo dejó con una discapacidad auditiva que hace que la gente no quiera repetirle de nuevo las cosas, que se quede fuera de conversaciones, que deliberadamente lo dejen afuera porque nadie quiere esforzarse en hablarle a un viejo.

Mientras miro por la ventana como el sol pasa de árbol en árbol esperando que llegue el camión de la mudanza para emprender otra vida con mi papá en una casa nueva, se me aparece esta pregunta: ¿se puede dar amor, ternura, cuidado y protección a quien queremos y aun así poder vivir nuestra propia vida?

Ustedes dirán.

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María Guadalupe Morales Sosa. Se considera mitad argentina y mitad uruguaya, es Licenciada en Ciencias de la Comunicación Social (UBA), tiene un Posgrado en Géneros y Sexualidades (PACGES), Maestranda en Género y Políticas Públicas (FLACSO). Participó en la producción del docu-web premiado por ADEPA “El Informe Santiago”, sobre el doble femicidio que terminó con el feudo Juarista en Santiago del Estero. Se desempeña como líder de proyectos de Género y Diversidad para empresas. Ama los gatos, el cine, los libros, escribir, el café, llora siempre en las retiradas de las murgas uruguayas, fan absoluta de Hugo Fattoruso y de la banda Wilco. IG: @guadamoralessosa

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