A María Soledad Morales le gustaba escribir poemas y soñaba con ser maestra jardinera. Cursaba el quinto año de la secundaria y tras asistir a una fiesta para recaudar fondos para su viaje de egresados fue brutalmente asesinada, en la madrugada del 8 de septiembre de 1990. Su cuerpo fue hallado dos días después y a partir de allí inició una investigación plagada de irregularidades, destapando una red de complicidad y convirtiendo su caso en un símbolo de la lucha contra la violencia de género.
Su femicidio marcó un antes y después en el país y desentrañó los vínculos entre el poder político y la impunidad en una provincia semi-feudal como era Catamarca. Luis “El Flaco” Tula, su supuesto novio, fue acusado de entregarla a Guillermo Luque, hijo del entonces diputado nacional Ángel Luque, quien la llevó a una fiesta en la que participaron familiares de los dirigentes y funcionarios más importantes de la provincia, por lo que coloquialmente se los comenzó a llamar “hijos del poder”.
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Desde el inicio surgieron sospechas y el proceso de investigación sufrió múltiples irregularidades con un aparente encubrimiento por parte de las autoridades locales, lo que hizo que por un tiempo no avanzara. Ante esta situación, la hermana Martha Pelloni, directora del colegio al que asistía María Soledad, organizó las “marchas del silencio”, manifestaciones pacíficas que convocaban a miles de personas que pedían por Justicia.
En 1996 inició el primer juicio oral por el asesinato de la joven de 17 años, pero las escandalosas imágenes captadas por la televisión dieron cuenta de la evidente actitud parcial de los jueces y el proceso fue anulado. Un año después se realizó un nuevo debate, que concluyó con una condena a Luque a 21 años de prisión por homicidio y violación, y otra a Tula por su participación en el hecho.
El asesinato de María Soledad devino en una crisis política de repercusión nacional, obligando a que el entonces presidente de la Nación, Carlos Menem, tuviera que intervenir federalmente la provincia. En la actualidad, no queda nadie preso por el crimen.
El femicidio de María Soledad Morales
Aquel viernes 7 de septiembre, María Soledad y sus compañeras del Colegio del Carmen y San José asistieron a una fiesta para recaudar fondos para su viaje de egresados en el boliche Le Feu Rouge, en San Fernando de Catamarca. La chica estaba preocupada sobre cómo volver a su casa, pero sus padres -Elías Morales y Ada Rizzardo- le habían dado permiso para quedarse a dormir en lo de una amiga y regresar a eso de las 16 horas.
Pero alrededor de las 3 de la mañana el “Flaco” Tula, la recogió de esa discoteca y la llevó a otra, llamada Clivus. Él tenía 28 años y aunque no se lo había presentado a sus amigas, ellas la notaban “obnubilada” y -según sus relatos- lo consideraban su novio. En ese local bailable le presentó a otros hombres, parientes de funcionarios políticos y policiales catamarqueños. De acuerdo a los empleados, la vieron salir con algunos de ellos y la subieron a un auto. Nunca más volvió a ser vista con vida.
Entre los principales implicados se encontraba Guillermo Luque, hijo del ex legislador nacional. Pero en la fiesta también estuvieron involucrados otros jóvenes con conexiones importantes: Pablo y Diego Jalil (sobrinos del intendente de la ciudad); Arnoldito Saadi (primo del gobernador de Catamarca, Ramón Saadi); y Miguel Ferreyra (hijo del jefe de la Policía, de igual nombre).
A las 9.30 de la mañana del lunes 10 de septiembre, dos días después de su desaparición, el cuerpo de la adolescente fue encontrado en una zona conocida como Parque Daza, sobre la ruta 38, por operarios de Vialidad Nacional. Había sido salvajemente violada, y la escena del hallazgo había sido manipulada por tres individuos que fueron vistos por un colectivero que pasó por al zona.
Más tarde, se conoció que María Soledad murió de un paro cardíaco por una dosis letal de cocaína que le habían obligado a consumir sus violadores. Su papá reconoció el cadáver por una cicatriz en una de sus muñecas, ya que estaba totalmente desfigurado: tenía la mandíbula fracturada, quemaduras de cigarrillo, le faltaba el cuero cabelludo, las orejas y un ojo.
Se tardó varios meses en abrir la investigación, pero en la ciudad ya se rumoreaba que habían estado involucrados los “hijos del poder”. De hecho, el comisario general Ferreyra había ordenado que lavaran el cadáver cuando fue encontrado, borrando huellas y señales importantes para dar con los responsables.
Las marchas del silencio
El caso alcanzó gran repercusión pública a partir de la participación de la hermana Pelloni, que se convirtió en una figura clave al impulsar marchas, vigilias y actos comunitarios que reclamaban justicia. De esas acciones nacerían las llamadas “marchas del silencio”, movilizaciones multitudinarias y pacíficas que lograron reunir a amplios sectores de la sociedad y se transformaron en un símbolo contra la impunidad y la corrupción enquistada.
La visibilidad que adquirieron estos reclamos no solo causó conmoción en la opinión pública local, sino que también atrajo una amplia cobertura de los medios nacionales, lo que permitió poner en evidencia las profundas desigualdades estructurales y las connivencias entre el poder político y un sistema judicial que parecía condicionado.
“Mucha gente me pregunta quién fue María Soledad, que todo un país se conmovió por su caso“, recordó Fanny Mandelbaum, una de las periodistas que más de cerca siguió el hecho, en el documental que Netflix lanzó en 2024. “Fue el primer caso de femicidio tomado como tal, porque hasta ese momento siempre la mujer tenía la culpa o era una emoción violenta del hombre o le había contestado mal, o lo que fuera”.
El diputado Ángel Luque llegó a decir que si su hijo hubiera sido el asesino, “el cadáver no habría aparecido“, y el escándalo llevó a Menem a nombrar como interventor de Catamarca al abogado Luis Prol (ex subsecretario de Energía) tras la destitución de Saadi. El mandatario también envió al ex subcomisario de la Policía bonaerense Luis Patti -represor durante la última dictadura- para esclarecer los hechos, pero fue acusado de ser cómplice con el aparato de poder catamarqueño.
Un juicio escandaloso y las condenas
Recién en 1996 se inició el juicio oral por el crimen de María Soledad, con Tula y Luque como principales imputados. Pero no fueron los únicos en el banquillo de los acusados, ya que Eduardo “El Loco” Méndez y Hugo “Hueso” Ibáñez, amigos del hijo del exdiputado, fueron considerados coautores de la violación seguida de muerte por participar de la fiesta, pero terminando siendo sobreseídos por falta de pruebas.
En el primer proceso se vivieron episodios insólitos, como la confusión y cambio de declaraciones de algunos testigos. El juicio fue transmitido por televisión y una cámara captó los polémicos gestos del juez Juan Carlos Sampayo a su compañera María Alejandra Azar cuando debían decidir el pedido para que una testigo quedara presa por supuesto falso testimonio. Por su parte, el presidente del tribunal, Alejandro Ortiz Iramaín, renunció con una carta en la que denunció haber sido presionado por el gobernador Arnoldo Castillo.
“Ante las más aberrantes actitudes de un poder corrupto que pretende obligar a los jueces que obran en el juicio por la muerte de María Soledad Morales a dictar un fallo condenatorio en contra de uno de los imputados en la causa para con ello pretender a menos una falsa legitimación en el mismo”, decía una parte de ese escrito.
Primero se decidió prohibir la televisación de las audiencias, pero ello llevó a la protesta de la sociedad catamarqueña por falta de transparencia luego de aquellos sucesos, y finalmente se declaró la anulación del juicio. “Mi dolor nunca va a terminar. Todavía seguimos llorando la muerte de Sole y no habrá nada que pueda parar nuestras lágrimas. No podemos tolerar que los culpables sigan caminando tranquilamente por la calle”, había dicho en ese entonces Elías.
El nuevo juicio se celebró en 1997, con condiciones sociales y políticas diferentes en el país. El 27 de febrero del año siguiente, se conoció el veredicto: Guillermo Luque fue condenado a 21 años de prisión por el asesinato y violación de María Soledad, mientras que Luis Tula recibió 9 años como partícipe secundario del delito de violación.
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Luque estuvo catorce años preso, ya que en 2010 la jueza catamarqueña Alicia Cabanillas le concedió la libertad condicional por buena conducta, al cumplir dos tercios de la pena. Lejos de seguir los pasos de su padre, se dedicó a los negocios inmobiliarios. Tula, en tanto, salió en libertad en el 2006 y en su estadía en prisión estudió y se especializó en Derecho Penal. Fuera de la cárcel, puso un estudio propio y en 2019 fue denunciado por su pareja por violencia de género.
Ana Rizzardo, mamá de la joven asesinada, declaró en 2020 que “todos los que la lastimaron, la violaron y golpearon, tendrían que haber pagado, pero no lo hicieron”, dejando claro que cuando no hay justicia plena da la sensación de que el crimen se multiplica y repite. “Siempre digo que a mi hija la mataron dos veces: física y moralmente. Dijeron cualquier cosa de ella para justificar lo que hicieron, recordó en una entrevista con El Destape.
“Tardamos ocho años para conseguir un poquito de justicia. Condenaron a dos personas pero sabemos que hubo más personas involucradas en el hecho. Nunca nadie me tocó la puerta para pedirme disculpas“, concluyó tajante la mujer, a más de treinta años del crimen de su hija.
ff