Lorena camina por un corredor verde y lleva una bolsa llena con zanahorias. A unos treinta, cuarenta metros, una tropilla de ocho caballos ya divisó a su «madre adoptiva» y van al galope a su encuentro. Ella se arregla el pelo, en silencio pero sonriente, los espera ansiosa. Casi en fila, posan para una caricia en el hocico y obtienen su premio más sabroso. «Es la golosina preferida», dice la mujer de pelo al viento.
Lorena Melantoni (46) es funcionaria judicial, trabaja en el Ministerio Público Fiscal y vive en Parque Avellaneda. Está casada y tiene una hija. Los sábados se instala todo el día en su refugio donde, por lo general sola, «conecto con ellos».
Confiesa que espera toda la semana para que llegue el sábado y reencontrarse con sus «hijos». «Sé que me esperan, sé que me reconocen y confían en mí… Y yo me siento su mamá… Puedo parecer una loca, no me importa».
Seguimos caminando por el campo de 50 hectáreas que alquila y detrás nuestro está Segundo, que Lorena mira de reojo y con una sonrisa. «Tengo 26 caballos y Segundo es el más viejito, 33 años y está conmigo desde 2020. Si está cuidado y tranquilo, puede vivir unos cuántos más. Era caballo de carro, muy maltratado, por suerte pudo escapar de su depredador».
Lorena Melantoni junto a sus amados caballitos que rescató y que premia con «su golosina preferida»: zanahoria.Tarde soleada en Abasto, a minutos de La Plata. Lorena le cuenta a Clarín cómo «de la nada», empezó la gestación de Soñemos Esperanza, un santuario de caballos donde su hacedora se propuso albergar hasta 100 animales.
«Suena a utopía, pero si me da el cuero lo voy a hacer y no sólo para juntar porque sí, sino porque son muchos los caballos maltratados y abandonados. Y yo siento que puedo darles mejores condiciones en su día a día».
Esperanza fue el primer caballo que rescató y que se le cruzó de casualidad en su hasta entonces vida rutinaria. “La encontré arrastrando un carro, solita, en Villa Lugano y fue una conexión tremenda la que tuve… Lo curioso es que yo no tenía nada que ver con el mundo equino, vivo en un departamento, no tengo campos… Pero estaba en un momento difícil de mi vida porque había tenido un accidente de tránsito, me chocaron y estaba jodida, necesitaba dar un volantazo. Y encontrarme con Esperanza, nombre que yo le puse, me sacudió».
Lorena Melantoni, en la puerta de su haras, en Abasto, cerca de La Plata. «Necesito ayuda de la gente, porque de base tengo gastos por 500 mil pesos».Una conocida rescatista pudo darle hospedaje a Esperanza en una ONG de Ensenada y «a los pocos meses se me cruzó en la vida Pirata, a quien sus dueños descartaron por ser tuerto», cuenta mientras Segundo nos sigue metros atrás.
«En diciembre del 2018, después de mucho papelerío burocrático, realicé los trámites correspondientes para obtener la personería jurídica y fundé el santuario de caballos Soñemos Esperanza. Una vez que entran a este campo, se quedan conmigo hasta el último suspiro de sus vidas», expresa con melancolía.
Luce cansada Lorena, que viene a este haras los sábados, porque durante la semana debe cumplir con su tarea de oficina. «Tengo que cuidar el trabajo, porque el sueldo viene a parar aquí. Bastante me aguantan y me bancan mis compañeros. A veces me pregunto por qué me metí en esto, porque es muy cuesta arriba en lo económico, pero verlos a ellos disfrutar me termina convenciendo, porque me doy cuenta la paz que transmiten sus caras, semblantes que no tenían cuando llegaron».
Los caballos de Soñemos Esperanza. La ONG quiere albergar a cien. No se queja ni tampoco pide. No le gusta. Pero le preocupa la situación económica y los gastos que implica mantener el alquiler. «En abril me mudé a este espacio y realmente es una gran diferencia en cuanto al confort. Para empezar hay agua potable y la pastura es más saludable que el campo anterior, en Ensenada, donde había plantas tóxicas y escaseaba el agua potable. Pago 300 mil pesos de alquiler y sumale otros 200 mil pesos más de veterinarios. Pensá que yo rescato caballos lastimados y 18 de los 26 que tengo siempre tienen algo. Pago 12 mil pesos de odontólogo por caballo».
Se acercan Petty y Vito, madre e hijo, los últimos que llegaron en julio al santuario rescatados por una amiga. «Son dos atorrantes, no te das una idea, ellos hacen lo que les place y me produce felicidad, porque claramente en su vida anterior no podían porque eran caballos de carros, muy maltratados. ¿Ves la carita de jodones que tienen? Son tal para cual, pero cuando llegaron en el invierno tenían caritas de tristeza e infelicidad, porque eran esclavos mal alimentados, golpeados y abandonados».
Melantoni rescata caballos de carros, maltratados y abandonados. Se quiebra hasta las lágrimas Lorena, que no quiere mostrar ese costado vulnerable, pero retoma el tema económico. «Hace semanas que los gastos no me dan respiro, pero me oxigena pensar en ellos, verlos. Cuando estoy en el trabajo no veo la hora de que sea sábado».
Cuenta que fue «a pedir ayuda, subsidios a la jefatura del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, por escrito y de manera presencial, y ni siquiera me respondieron. Después fui al Ministerio de Medio Ambiente también de la Provincia y me dijeron ‘No estamos para esto’. Ni en Ensenada, ni en La Plata, jamás un peso… Por eso cuando saltó lo del yate de Insaurralde me dio una bronca, un odio… Claro, no están para eso, están para la joda y la corrupción«.
Con Esperanza, con la que empezó todo. «Esta señorita me cambió mi vida, ella me rescató», confiesa Lorena.Tiene tres empleados Lorena, porque sola -apunta- sería imposible. «A veces me siento un poco incomprendida, como que hablo en otro idioma -sonríe y brillan sus ojos claros vidriosos-. No me compro nada hace un montón… Cada vez que estoy por invertir en una remera o un pantalón, me aparece una voz… ‘¿Vas a comprarte eso? Equivale a dos, tres o cuatro consultas de veterinarios o a unos cuántos fardos. Cada gasto por fuera de este campo intento restringirlo».
Sus temores pasan por no poder mantener «esto, que es lo mínimo indispensable para la vida de 26 caballos». «No hay mucha gente que se dedique a esto, que se postergue para brindarle un poco calidad de vida a estos bichos nobles, que te miran y te comprenden». Aparecen en nuestro recorrido Kaluga y Diego Armando, que fue operado de un tumor y así bautizado porque llegó días después de la muerte de Maradona. Se suman en el recorrido Noble y Patricio. «Hola mi vida, mirá lo que te trajo mamá», los premia con trozos de zanahoria.
A solas con Pirata, el caballo rescatado con un ojo en problemas.Dice que «no es fácil pedir plata, pero para el que puede, para el que tiene otro poder adquisitivo y no tiene la menor idea de nuestra existencia, acá estamos, con los brazos abiertos. Para esa gente, sepa que su ayuda no tiene precio, pero para otros que pueden aportar cuestiones materiales, hay necesidades siempre bienvenidas como virutas (para los boxes), mantas, bebederos o insumos veterinarios. Para mí no sólo es un alivio en lo material, sino también un acompañamiento, porque como te dije, una está sola».
Sueña Lorena con darle visibilidad a su santuario. «Más allá de cualquier tipo de aporte, me encantaría que pudieran venir escuelas de la Ciudad y de la Provincia a conocer cómo están los caballos, cómo se los cuida y con qué libertad se mueven, que yo no tengo, porque yo vivo para ellos… Me gustaría estar mucho más tiempo, pero mi trabajo me obliga a estar de lunes a viernes en Capital. ¿Soñemos Esperanza? Lo bauticé así al santuario porque tiene que ver con un futuro mejor».
Pese a los sofocones omnipresentes, Lorena Melantoni transmite serenidad, una serenidad que le contagian los propios caballos. «Los cuido como si fueran mis hijos. Yo siento que soy la mejor opción, porque vienen con patologías crónicas, sin una pata, sin un ojo, ciegos, sin dientes, viejitos, muchos de ellos casi entregados a la muerte, pero acá sus vidas cambian radicalmente. Y la mía también cambió, dio un vuelco, y siento que ellos me rescataron a mí«.
AS