Les cuesta creer a los habitantes de Sierra Grande que esta ciudad «invisible y abandonada», como muchos dicen, con ánimo de pueblo golpeado por años de frustraciones, se convertirá «en la perla del Atlántico patagónico», según confían los más optimistas, después de la impactante confirmación de YPF-Petronas, sobre la realización de una planta de Gas Natural Licuado (GNL), que permitirá exportar la producción de Vaca Muerta en estado líquido.
La primera impresión que transmite Sierra Grande, localidad de unos 12.000 habitantes, es de un llamativo deterioro que se advierte en sus rutas, calles, veredas y fachada. También en el rostro de sus pobladores, que padecen un alto desempleo. «No creo en nada, nos engañaron muchas veces», es el comentario que se repite en cafés, bares y vía pública. También que es «un pueblo fantasma», quizás por eso de que no se ve a nadie caminando. Llama la atención la ausencia de niños, tal vez por las temperaturas bajo cero.
Clarín recorrió la zona patagónica que recibirá la inversión más importante de la historia argentina: 30 mil millones de dólares. A 120 kilómetros al sur de Las Grutas y a 140 al norte de Puerto Madryn, Sierra Grande se mantiene como una alternativa turística gracias a sus vírgenes Playas Doradas, que se encuentran a 30 kilómetros. Y desde allí, a unos minutos en auto, se llega a Punta Colorada, el punto elegido por YPF-Petronas para la construcción de la planta de GNL, que se estima su funcionamiento para 2031. Todo el pueblo está enterado de la noticia y hay sensaciones encontradas, porque no faltan los que se esperanzan y tampoco los que apelan al archivo de las decepciones.
Atravesada por la Ruta Nacional 3, Sierra Grande tuvo su esplendor en las décadas del 70 y 80, con la que fue la mina subterránea de hierro más importante de Sudamérica explotada por la empresa estatal Hierro Patagónico Sociedad Anónima Minera (HIPASAM), que le dio de comer a una por entonces ciudad que superaba que arañaba los 30.000 habitantes. La infraestructura era otra y la ciudad era un faro en la región, hasta que el ex presidente Carlos Menem decidió cerrarla en 1992, dejando a centenares de familias en la calle.
La recesión hundió a Sierra Grande, que se fue despoblando, llegando a tener apenas dos mil residentes. En paralelo fueron creciendo al norte San Antonio Oeste y Las Grutas (Río Negro) y al sur Puerto Madryn (Chubut), las ciudades más cercanas, que fueron ganando protagonismo y recibiendo a muchos serranos que no encontraban futuro en su lugar de origen.
En Punta Colorada, donde se encuentra el puerto minero, se realizará la planta de Gas Natural Licuado de YPF-Petronas. Foto: Maxi FaillaCon el tiempo, Sierra Grande siguió recibiendo golpes de nocaut que desesperanzaban. La posible recuperación de la mina de hierro, que pasó a manos chinas para ser reactivada, pero fue sólo un amague y al día de hoy apenas trabajan 40 operarios que sólo hacen tareas de mantenimiento.
O la malograda inversión de la empresa australiana Fortescue, que desembolsaría más de 8.000 millones de dólares para generar hidrógeno verde a escala industrial y que hubiera generado 15.000 puestos de trabajo en forma directa. Los australianos reclamaron eximición de impuestos y estabilidad fiscal, que el ex presidente Alberto Fernández había aceptado en principio, pero finalmente no cumplió.
El hospital, que fue una referencia décadas atrás, hoy luce desmantelado, con apenas dos médicos clínicos. Foto: Maxi Failla«Estamos en carne viva», grafica la docente Julieta Donoso. «La gente está escéptica, quiere confiar en que la inversión de GNL será una resurrección, pero no puede dejar de sentir la espada de Damocles ante tantos anuncios que ilusionaban y terminaron fracasando, por eso el descreimiento es entendible. Hoy somos un pueblo olvidado, no tenemos médicos, no hay combustible para el patrullero de la comisaría, la informalidad es altísima y el desempleo alarmante».
Caminar por la avenida Novillo, principal arteria serrana, es el reflejo de las condiciones actuales del lugar: negocios cerrados, veredas descuidadas y pavimentos estropeados. «Ni siquiera hay una terminal de ómnibus. La parada es en el restorán Lo de José, donde también se compran los boletos», cuenta Romina, empleada gastronómica. No hay persona consultada que remarque que, al menos la mitad de su familia está en Puerto Madryn, Las Grutas o Trelew. «El pueblo te expulsa, no tiene nada para ofrecerte, ojalá que ahora esto cambie», desliza Matías, trabajador de una estación de servicio. «A la primera de cambio, yo me voy», hace saber.