«Estaba en una conferencia y escuché a alguien que decía que en la Edad Media la gente era impulsiva, que se comportaba como niños. En realidad lo que estaban haciendo era repetir una teoría de Norbert Elias que se había publicado en los años 40 pero que no se había traducido en Estados Unidos hasta los años 70. Según Elias, las emociones de la Edad Media eran tremendamente impulsivas, sin ningún tipo de control, y gradualmente, gracias a los Estados absolutistas, las emociones se volvieron controladas y civilizadas Cuando escuché eso…», comenta Barbara H. Rosenwein que, al recordar ese momento clave de su carrera, encoge los hombros y mira al techo con gesto de incredulidad y decepción.
Historiadora especializada en la Edad Media, Rosenwein (Chicago, 1945) había dedicado años a investigar las órdenes monásticas, las estructuras sociales medievales, las órdenes de caballería y, al escuchar esas afirmaciones, sabía que algo no encajaba. A partir de entonces, comenzó a estudiar las emociones hasta que, con el tiempo, se convirtió en una de las máximas expertas en el tema, como demuestran sus ensayos Anger: The Conflicted History of an Emotion, What is the History of Emotions?Emotional Communities in the Early Middle Ages o Amor: Una historia en cinco fantasías (Alianza Editorial, 2022), su único libro traducido al castellano hasta el momento y del que vino a hablar al Festival de las Ideas organizado hace unos días por el Círculo de Bellas Artes y La Fábrica.
«El primer problema al que me enfrenté fue preguntarme ‘¿Cómo sabemos que algo es emocional?’. Hacer un análisis holístico de las emociones puede ser relativamente sencillo, pero si estás interesado en adentrarte en los detalles de cómo se siente la gente, entonces tienes que preguntarte cuáles eran las emociones en la Edad Media, una época bastante diferente a la actual. Por eso, lo primero que tuve que hacer fue resolver el problema de la metodología porque, en la actualidad, tenemos una idea muy restringida de lo que son las emociones. Simplificando mucho se puede decir que hay como cinco o seis emociones básicas, pero ¿fue siempre así?».
En contra de lo que pueda parecer por la trascendencia de las emociones en las acciones humanas, hasta las investigaciones de Rosenwein, su estudio no había sido frecuente en los tratados históricos o no de forma suficientemente ponderada. Mientras que a lo largo de la historia han abundado los personajes vengativos, crueles, iracundos, envidiosos o avariciosos, no son tantas las referencias a figuras empáticas, compasivas, templadas o generosas, dando a entender que, para los historiadores, había emociones de primera y emociones de segunda.
«Este en un planteamiento muy interesante que se basa en esa teoría occidental que separa la razón de la emoción, pero no siempre fue así. Aristóteles, por ejemplo, pensaba que las emociones eran una especie de juicio que permitía saber cómo debían ser las cosas. Si las cosas eran acertadas, las emociones proporcionaban placer, y si no generaban ese placer, se juzgaban como malas. Pero ahora, con esa oposición entre razón y emoción, la emoción es considerada una debilidad. Es por ello por lo que las figuras que consideramos objetivas en sus análisis son los científicos, hombres sabios que se supone saben dónde está la verdad porque hacen resonancias magnéticas y saben cómo funciona el cerebro… Posiblemente sepan mucho sobre las personas actuales pero, ¿qué saben sobre cómo eran las personas del pasado? ¿Qué sentían?», pregunta Rosenwein que, para resolver esa cuestión, ha tenido que sumergirse, además de en los documentos históricos convencionales, en cartas, en poemas, en memorias y cualquier otro texto en el que esas emociones hubieran sido expresadas.
«Es necesario conocer las lenguas antiguas que utilizaba la gente porque las emociones son, sobre todo, un fenómeno comunicativo. Nos ayudan a comunicarnos con los demás y también con nosotros mismos. En su Retórica, Aristóteles habla de una serie de emociones, aunque no las llama emociones sino pathémata, y establece que hay doce, algunas de ellas que no se parecen en nada a lo que actualmente consideramos como tales. Por ejemplo, el opuesto a la ira, que sería algo semejante a la timidez. Por eso, el pasado puede darnos una pista de que hay una historia de emociones que los científicos, incluidos los psicólogos actuales, han descuidado. De hecho, las investigaciones actuales intentan combinar la ciencia moderna y la investigación histórica para resolver estas cuestiones».
A pesar de lo riguroso de sus investigaciones, los ensayos de Barbara H. Rosenwein se caracterizan por su amena lectura, la cual se ve facilitada por el uso tanto de referentes académicos como otros más cercanos al lector. Por ejemplo, clásicos del soul como Higher and Higher de Jackie Wilson, películas como Love Story o Malcolm y Marie, y novelas como Jane EyreMadame Bovary. Un hecho que invita a preguntarle por la película que recientemente más se ha centrado en las emociones y por dos veces, además: Del revés (Inside Out), de Pixar.
«Bueno… —Barbara Rosenwein hace una pausa para pensar su respuesta mientas hace un gesto de desaprobación—, soy bastante crítica con Del revés. No me gustó la película y tampoco la secuela. La razón principal es que es muy simplista. Eligieron unas cuantas emociones, les dieron un color, un determinado temperamento e incluso un determinado gesto para identificarlas. Es una película que da un poco de miedo. Tengo nietos y, al verla, empezaron a llorar cuando la emoción se pierde y no puede volver a casa… Es horrible. Es una película poco acertada y muy problemática desde el momento en que va dirigida a los niños, porque no todas las expresiones faciales responden a esas convenciones que se dan en la película o en los libros sobre emociones, en los que raras veces se incluye el amor. Tampoco hay que olvidar que hay gente cuyas caras están paralizadas y no pueden realizar esas expresiones. ¿Qué sucede con esa personas entonces? Creo que es muy simplista y, en lo que se refiere a las emociones, tenemos que dejar de hacer simplificaciones».