Tangalanga fue lo más emocionante que le pasó al humor argentino en muchos años. A la fecha no hay nadie dignamente sentado en el banquillo de esa influencia. Su existencia fue una estupidez inolvidable. Esquiva y solitaria la ocupación del Doctor Tangalana. Nació a la popularidad siendo un hombre mayor. Murió hace exactamente una década. De viejo, a los 97 años.
A pesar de sus proezas telefónicas, era callado, poco locuaz. Al menos lo era en las entrevistas. Popularizó la cargada telefónica, un humor de entrecasa, y lo hizo con entrega y refinamiento, conociendo el secreto de cómo dilatar la charla, dominando el arte de la intuición y haciendo de una manualidad una pieza de colección.
En los diez años que pasaron desde que obitó le han dedicado siete películas. El año pasado se estrenó El método Tangalanga, con Martín Piroyansky en una tierna aproximación a los orígenes del Doctor. Pero el demencial trabajo de Diego Recalde, absolutamente tomado por el personaje, lo llevó a rodar ¡cinco películas! Un homenaje casi permanente llamado Víctimas de Tangalanga que ahora puede verse en YouTube y, sin nada que envidiarle a la saga de Star Wars, espera por una sexta parte.
Un mes y pico antes de conocerse la triste noticia, ya con problemas de salud y edad más que avanzada, se había corrido al bola de su fallecimiento. Fake. Ese día Tangalanga andaba visitando el Botánico.
“Jamás pensé que existiera un lugar con más gatos que la tele”, le dijo a este diario, acercando cierto alivio y relajación.
Hasta que finalmente fue cierto. Tangalanga o Julio Victorio De Rissio, tal su verdadero nombre, murió el 26 de diciembre de 2013.
Ya grande y sin disfraz, el Doctor Tangalanga y su fan número 1, Luis Alberto Spinetta.
Un personaje irrepetible
Lo que aprendimos en todos estos años sin él es que fue un improvisador sublime, serial, único. Olmedos puede haber, hubo y quizás habrá. Tangalangas difícilmente se repitan.
El humor absurdo es como un ejercicio contra la monotonía. Algo que tiene la cualidad insensata de hacernos sentir que estamos menos presentes de lo que necesitamos. Tangalanga es el placer que da culpa. Quedarse serio, tratándose de él, hasta puede resultar más barato que tener que aceptar problemas en nuestra forma de ser.
La leyenda que el mismo contribuyó a edificar indica que empezó con las bromas telefónicas para divertir a un amigo que estaba enfermo. Hacía reír de la nada, desde un dispositivo llamado teléfono fijo, aparato que cayó en desuso y nada tiene que ver con los usos, costumbres y consumos del celular.
Tangalanga, en su hábitat, siempre con un teléfono a mano. ¿Con quién se podría empatar semejante ingenio? Todos probamos alguna vez hacer cargadas telefónicas y sabemos que lo de Tangalanga es prácticamente imposible. Debería existir un nombre especial que sirva para definir esta clase de repentizador nacido para el bienestar común.
Se hizo popular en los ‘80. Un tiempo que fue hermoso porque su identidad era misterio total. Contemporáneo del morcilleo de Olmedo -pero en otro formato-, juntos llevaron la improvisación a niveles altisimos.
Estuvimos en su amplio departamento porteño de El Bajo. ¿Ese es el teléfono? «Sí», respondió. Arriba de un escritorio, blanquito, cuadrado, grande, bastante pesado. ¿Me permite? «Cuidado querido, que con eso trabajo -ruega-. Poné que en algún momento vamos a subastarlo en Sotheby’s. El aparato me lo regaló mi amigo Spinetta, Luisito, y te digo que con este hice las llamadas de los últimos 15 años».
Las grabaciones que se conocen de Tangalanga empezaron a circular en 1979.
Se han escrito kilómetros sobre el personaje. Que lo suyo era «una exploración de la tolerancia». Hasta un ensayo: «Notas para tratar de entender a Tangalanga».
El inolvidable festejo de los 90 años
Teatro lleno, torta, bisnieta, invitados de lujo. Es 2006 y el Doctor -de pie, señores- está celebrando los 90 años a puertas abiertas en un local de San Telmo. Entre las mesas de La Trastienda, Luis Alberto Spinetta, los integrantes de Divididos, unas 700 personas. ¿Y ese gordo disfrazado de Tangalanga? El Gordo Cosco, explican: parrillero de diez mil asados y fan número uno del doctor.
Un teléfono en la tumba de Tangalanga, un homenaje perfecto. Foto: Colección Diego RecaldeLa función arranca con el Flaco y su reverencia. «Se ha comprobado que de todas las terapias, la risa es la mejor. Ojalá que ésta dure eternamente en un mundo que ya parece que no va a reír más». Desde su posición, el protagonista espera que terminen los aplausos y responde. «Me dijeron que viniste a cantar… Por favor, no más de dos canciones, eh…».
Según el cineasta Diego Recalde «Tangalanga fue el primero en mezclar con naturalidad el lenguaje civilizado con la expresión bárbara y crear un idioma único”.
Spinetta, su fan mas prestigioso, incluyó la voz del cómico en una canción del álbum Pelusón of Milk. Con gorrita y bigote postizo pasó, por ejemplo, por el recordado Peor es nada, el programa de Jorge Guinzburg y Horacio Fontova. O en El robo del siglo, el envío de la FM Rock & Pop que conducían Matías Martin y Diego Angeli.
En abril de 2011 se plantó y le dijo a este cronista: “Me cansé”. Ese fue el título. Tenía 94 años y contaba que su familia quería que se retirara. El, en cambio, dudaba. «Del balero estoy diez puntos, las piernas no ayudan».
Doctor Tangalanga murió a los 97 años, un 26 de diciembre de 2013.«Las piernas no me responden… Sí, sí, ya sé que a los 94 años algo hay que tener y también sé que a mi edad es difícil rehabilitarse. Es feo estar bien del mate y mal físicamente. Igual, no me gustaría que sea al revés. Del bocho, del azúcar, del colesterol, estoy bárbaro… pero las gambas, las gambas no se arreglan”.
Y continuó: «El tema, querido, es que cuando estoy arriba del escenario, ya está, listo, no me duele nada. Puedo quedarme una hora y media tranquilamente. Estoy en un show y no me falla la memoria, no tengo ningún dolor, nada, pero cuando no estoy en un show, necesito esto, necesito lo otro…».
Sus shows en vivo consistían en llamadas telefónicas y chistes. A veces llamaba y no le contestaba nadie. Entonces volvía a llamar y pasaba lo mismo. Los minutos del espectáculo se consumían con menos aciertos que intentos.
Esa última vez en su casa era un señor que acababa de dejar el andador a un costado de la pieza y poco tenía que ver con el risoterapeuta que conocíamos.
En confianza asumía que no había sido reconocido y decía que le parecía raro porque era perfectamente consciente de su singularidad:
Tangalanga y sus bromas telefónicas. Un clasico de los ’80 al que varios filmes y YouTube mantienen vigente.«A mí no me salieron rivales. Es difícil lo que hago. Los humoristas argentinos están acostumbrados al libreto. Tato Bores me llamaba todas las semanas para que le diera un chiste que él incluía en sus monólogos. Mil veces contó chistes que yo le dada a cambio de nada. Tato era mi amigo. Una vez cuando se cayó el avión de los rugbiers uruguayos en la Cordillera le conté uno que no se animó a meter en su programa…».
¿Cuál fue su mejor llamada? «Mmm… la del techista enojado. La del tano, al que yo le digo que arregló tan mal el techo que cuando llueve, salimos todos al patio (más información en Doctor Tangalanga El libro de Oro o en YouTube). Cuando empiezan las puteadas, el éxito es total. Yo prefiero que no haya tanta puteada, sino cosas más ingeniosas. El transcurso de la llamada puede ser más interesante que el remate, pero la puteada es el éxito».
«Yo provoco el insulto porque a la gente le interesan las grabaciones donde el otro siente bronca. Cuando grababa las llamadas telefónicas desde casa, pensaba: ‘Uh, ¿cómo lo hago putear a este tipo?’. Si yo sé que hay mujeres, me da un poco de pudor y prefiero otra clase de chistes. Como el del jefe que le dice a la empleada: “¿Querés venir a mi casa a escuchar música?”. “¿Y si no me gusta?” “Si no te gusta, te vestís y te vas?”
«El humor de Verdaguer me gustaba. Verdaguer paró de trabajar dos años antes de morirse y para mí que se murió de pena. Yo lo vi en una de sus últimas presentaciones en el Bauen y como se olvidaba los chistes en la mitad, tuvo que largar. Un humor limpio el suyo. Y lo mío también es poco común en todo sentido. Hace poco volvía de Pilar donde me habían invitado para animar un asado. Volvía en un remís, eran como las dos de la mañana y yo me preguntaba: ¿habrá algún tipo de mi edad que esté en la calle a esta hora?»