Ser el malo de la película parece que no es tan malo. Al menos no para Luis Ziembrowski (62), el del apellido difícil de pronunciar (según su rotunda apreciación), al que hace años le sacó la “D” del comienzo para hacerlo más fácil.
El jueves 7 estrena en el Gaumont la película El villano, que desde el sábado 9 también se dará en el Malba Cine. En ella, cuenta, actúa y dirige, junto a Gabriel Reches, una parte dolorosa e ignorada de su vida.
Convencido de la existencia de un gen maligno que lo ronda, confiesa que siempre le inquietó suponer que el hecho de que lo convoquen para interpretar villanos guarde alguna relación con su papá biológico: Israel, o Santiago, como lo llama, o el Ruso Jorge, el otro apodo. Un inmigrante polaco que, al entrar en el submundo del hampa, los abandonó, provocando una catástrofe familiar.
¿Cómo es Luis en la vida real? ¿Será acaso tan de temer como se lo ve en acción? (por estos días en Cuando acecha la maldad, Puan y la tercera temporada de El jardín de bronce).
Verlo llegar en bicicleta sonriente y como un vecino más ofrece pistas ciertas acerca del otro Luis, el que sabe reírse de sí mismo, sensible, portador de cierta melancolía, curioso, músico solo por gusto (aclara), aficionado a las plantas y buen cocinero.
Su casa es luminosa, como el Luis que nos recibe y elige para conversar un sector de la terraza de su casa de Palermo Viejo.
Luis Ziembrowski involucró a sus hermanas y a sus hijos en «El villano», una película sobre su padre. Foto: Ariel Grinberg
Un documental sobre su propia vida
-La pregunta del millón es… ¿sos el malo de la película?
-Creo que no. Soy malo durante esta película y a la vez muestro un costado más vulnerable mientras voy haciendo la búsqueda de mi padre, recabando datos que hacen ver que quizás no me corresponde la autoría de esa villanía.
La película es un documental sobre un aspecto de mi vida y de mi familia, de mis amigos, de lo que yo vivo y cómo vivo, que es también actuando para buscar comportamientos que tengan que ver con la autenticidad, con mejorar la vida, y por qué no con los aspectos mugrosos y villanos que tengo, como los personajes que encaré. Eso me despierta preguntas durante la película, como por ejemplo si hay un gen maligno y adónde estaba.
-¿Lo descubriste?
-No tengo una respuesta unívoca, sé que manipulo situaciones durante la película y que, a través del dolor, también hubo confesiones en la familia. Porque en El villano dan sus testimonios mis hermanas (Claudia y Gloria), valientes y generosas, y, entre otros, el director de teatro Manolo Iedvabni, que trabajó con mi papá en los años ‘50 en el Teatro IFT.
Lo conocí en el ‘82 y le impactó enterarse que yo era el hijo de Santiago. Y me contó que mi papá en un momento desapareció de la actuación y se lo volvió a encontrar en una circunstancia imposible de imaginar, que no la voy a decir ahora, pero tiene que ver con el relato de la película.
Luis Ziembrowski participó de las películas argentinas más exitosas del año: «Puan» y «Cuando acecha la maldad». También está en la serie «El jardín de bronce». Foto: Ariel Grinberg -Nunca viste actuar a tu papá. ¿Te contó si era buen actor?
-Lo hacía bien, pero no era muy exigido. “Hay un cinismo que lo acompañaba”, ésas son las palabras de Manolo. Y se agrega en esa misma escena que era un tipo amargo y que esa amargura también estaba en la actuación.
-Debutaste a los 17 con «Romeo y Julieta» interpretando a Mercucchi, el amigo del protagonista, ¿es por tu papá que sos actor?
-No, pero como dice alguien que tiró como una especie de chilena en el aire o un pelotazo: “Vos podrías haber sido actor o chorro”. Pero la verdad es que no me puedo imaginar del lado ilegal de la vida.
-Y entonces, ¿qué hubieras sido?
-Qué sé yo… Tal vez maestro jardinero, porque trabajé como ayudante en jardines de infantes y fue una experiencia muy linda.
El actor que dirige
-Comenzaste como director, guionista y productor de cine en «Lumpen», en 2013, ¿estudiaste dirección o es solo intuición?
-No estudié ni dirección de cine ni para guionista, pero hice la carrera de dramaturgia. Soy bastante empírico, también me pasó con el cine. No me considero un director, sino un actor que dirige. Asumo la dirección con total y absoluto orgullo y responsabilidad.
Luis Ziembrowski está convencido de la existencia de un gen maligno que lo ronda. Foto: Ariel Grinberg -¿Imaginabas en tus inicios que, tanto en cine, en teatro y en televisión, ibas a cosechar elogios, reconocimiento y premios?
-La verdad que no. Cuando era chico quería estar en la tapa de El Gráfico, pero como futbolista, con Boca, la Selección… con esa pelota de gajos que usaba de pibe.
Esto de hacer una carrera se dio así, me parece que prontamente tuve el virus de la actuación. Fui a buscar formas de expresión que contuvieran ese berretín, eso que uno estudia sobre comportamientos, incluso más extremos, donde inevitablemente se topa con el teatro en su forma más antigua. Shakespeare convoca a esa actuación.
-¿Cuándo lo decidiste?
-Hice algunas materias de unos parciales en Filosofía y Letras, pero después dejé. Mientras tanto hacía teatro, estuve diez años con un grupo y escribíamos nuestros propios espectáculos. Ahí despunté un poco el arte de escribir situaciones, diálogos y estructurar la dramaturgia de lo que iba sucediendo. En el medio obtuve reconocimientos, algunos premios son lindos y otros son sólo premios…
Pero ser actor es mi vida y no puedo dejar de hacerlo. No dejar de hacerlo es estudiar textos, actuar, levantarse temprano, pensar en cómo construir una cosa propia. Así me sucedió en el año 2001, cuando en medio de una sociedad que se rompía, escribí un episodio que tuve cuando fui a Plaza de Mayo y algunas cosas que habían pasado en la esquina de mi casa, entonces vivía en Manuel Rodríguez y Juan B Justo, y esa esquina fue tomada durante semanas. Aquel inicio de una posible historia terminó siendo el guión de Lumpen, que comparto con el escritor Iosi Havilio.
Aquí, allá y en todas partes
Contrariamente a sus papeles de villano, la casa de Luis Ziembrowski rebosa de luminosidad. Foto: Ariel Grinberg -Hoy estás en todos lados. El jueves 7 se estrena «El villano», y se te puede ver en «Cuando acecha la maldad» y «Puan», dos de las películas más exitosas del año, y en la tercera temporada de la serie «El jardín de bronce».
-Sí, pero son pocos los momentos donde uno hace simultáneamente todo, por ahí filmás algo en seis meses, pero cuando sale coincide con el estreno de otra película. Puan es un fenómeno hermoso. Justo vengo de actuar con Marcelo Subiotto en Madrid (en el Festival de Otoño con Encuentros breves con hombres repulsivos, dirigida por Daniel Veronese sobre un texto de David Foster Wallace), entonces tuve muy cerca el relato emocional y afectivo de lo que es Puan, sobre todo de Marcelo, que es espectacular el trabajo que hace.
-En El jardín de bronce se vuelven a encontrar.
-Sí, somos compañeros de armas. (Se ríe).
-Y encabezás el elenco de «Cuando acecha la maldad», el filme del momento porque estableció un récord histórico para el cine de terror argentino…
-Es un fenómeno increíble. Yo hice varias películas de terror, algunas de género como Aballay, el western-gauchesco, o algunas cosas con Javier Diment, quien está también acompañándome en El villano, con él fui a filmar mi reencuentro con mi viejo.
Y Demián Rugna, el director de Cuando acecha la maldad, es un cráneo, tenía muy claro lo que teníamos que actuar en esa película. Después de verla en el Festival de Mar del Plata, le dije a Demián: “Me asusté”. Y él me contestó: “Entonces cumplió su cometido”.
Luis Ziembrowski y Marcelo Subiotto, en la puesta de Daniel Veronese «Encuentros breves con hombres repulsivos».
El reencuentro con el padre y su muerte
El villano es una ficción que lo atraviesa, porque cuando Luis tenía menos de dos años su papá desapareció, literalmente. Cuando lo conoció, a los seis, lo primero que le dijo fue: “Yo no te conozco, pero sé que sos mi papá”.
En 2006, tras un vínculo que define como ausente y complejo, viajó a Mar del Plata y filmó ese reencuentro. Lo relata en primera persona: “Puedo contar con los dedos de las manos las veces que vi a Santiago, ese fantasma acechante que fue sastre y jugador. Ruleta y caballos, aunque también quiso ser actor…. pero el hampa lo tentó. A lo largo de su vida tuve sustitutos de él: mi abuelo, mi padrastro, un primo mayor, maestros… Hasta que llegó la actuación: actuar es cubrir una ausencia”.
-¿Cómo fue que convenciste a tus hermanas y a tus tres hijos (Nina, Clara y Antonio) para que fueran parte de la película?
– Con la verdad. Soy un mentiroso que cuenta la verdad, dice Jean Cocteau y lo cita Gabriel Reches, el otro director de El villano, en su motivación para hacer esta película. Mi familia me creyó también en esto de saber que había un material que estaba bueno desentrañar en un relato y la forma que tengo de contar y de crear algo es a través del cine y del teatro. Digamos de la actuación, que lleva las dos caras, la tragedia y la farsa. Mi existencialidad está llena de eso, tiene esa materia, tiene los ribetes dramáticos extremos a veces y también los juegos más tontos y a veces más despiadados.
En «El villano», se ve el reencuentro de Luis Ziembrowski con su padre. Foto: Ariel Grinberg -¿Cómo encontraste a tu papá?
-Yo sabía que vivía en Mar del Plata. Tuvimos un distanciamiento, una pelea en un momento y recién casi ocho años después suceden acontecimientos trágicos en mi vida (N. de R.: entre enero y marzo de 2006 murieron su mamá, Elsa, y su padre de crianza, Lito). Y cuando me doy cuenta de la orfandad decido volver a hablar con él. Aunque fui a verlo con una cámara, tardé años en empezar a pensar que ahí estaba el germen de una película.
-¿Todo, hasta la muerte de tu papá, ocurrió en ese mismo viaje?
-No, él tuvo un accidente de tránsito cinco meses después de nuestro encuentro.
-Impresiona que lo hayas filmado en el hospital y que te hayan filmado a vos ahí.
-Sí, no sé cómo explicarlo, pero la crueldad también es una herramienta de la actuación para bordear el dolor y cómo enfrentarlo. Sí, me parece que no podía estar en otro lugar que no fuera ahí. Pero yo no sabía que iba a morir y no estuve ese día. Algunos me preguntaron si esta película la hacía para perdonarlo a mi viejo. Yo siento que no perdono a nadie, que hay un lugar de reparación, no en la relación con él, sino en la historia, y en los que estamos presentes.