La estancia en prisión es un evento vital estresante que afecta, de forma intensa, a la calidad de vida familiar y, por lo tanto, al desarrollo vital de los descendientes. El ambiente familiar se tensa, incluso antes de que se haga efectivo el encarcelamiento. Y cuando éste se produce, los menores pueden llegar a sufrir una separación traumática, o tener que afrontar la soledad y el estigma social, además de cambios muy significativos para su vida como cambiar de escuela, de casa o de vecindario.
La siguiente sería una situación habitual:
“Mi vida familiar no era fácil, pero todo empeoró cuando mi padre ingresó en prisión. Intuía que algo malo estaba pasando, el ambiente era muy tenso desde hacía semanas, sentía que podía perder a mi padre, no podía controlar mi nerviosismo. Sabíamos que iba a suceder, pero apenas hablamos de ello, y sentí miedo. A partir de aquel momento, mi madre tuvo que trabajar más horas y mis hermanos y yo estábamos casi todo el día solos. Las visitas a mi padre eran pocas y entrar en aquel lugar nos generaba mucho nerviosismo a todos. Sentía que mi familia se rompía, nos fuimos distanciando. Alguna gente se alejó de nosotros. Otros se acercaron a mi, la mayoría habían pasado por una situación parecida. Sentía que sólo estas personas me podía aceptar. Fue entonces cuando empecé a meterme en problemas, en el colegio y en la calle…”
Los efectos del encarcelamiento varían según el género: los estudios indican que los descendientes varones son más propensos al consumo de sustancias, a comportamientos desviados y a problemas de estrés, mientras que las niñas se muestran más proclives a experimentar problemas de ansiedad.
Otras investigaciones apuntan a que el encarcelamiento del padre podría tener un mayor riesgo que el de la madre en la transmisión del comportamiento criminal a los hijos. Por el contrario, cuando es la madre la encarcelada su impacto es mucho mayor en el desarrollo vital de éstos.
Socialización y rendimiento escolar
Lo que sucede en un momento del ciclo vital repercute en la totalidad del desarrollo. En el caso de la etapa adolescente, cuando los progenitores han sido encarcelados a los hijos puede hacérseles más difícil integrarse en los grupos sociales del ámbito escolar, o en actividades extraescolares, y puede empeorar su rendimiento escolar. Además, pueden acabar participando en grupos y en redes antisociales.
El proceso de socialización que desempeña la familia puede influir de forma continua sobre la probabilidad del abandono o continuidad del comportamiento criminal de los descendientes. Cuando los progenitores tienen conductas antisociales, el alcance de su ejemplo no es puntual, sino que participa del desarrollo que toma su curso de vida incluso hasta la adultez. Y en la etapa adulta es cuando existe mayor riesgo de llevar a cabo comportamientos vandálicos o alborotadores.
Lo que dejé atrás. Jupiterfab
El etiquetado interfiere en el abandono de la criminalidad
El encarcelamiento de uno de los progenitores distorsiona la imagen que los otros tienen sobre los miembros de esta familia, dando lugar a un estigma secundario o asociativo. Estas etiquetas van a afectar a la seguridad y al bienestar de toda la familia, así como a las personas que se relacionen con ellos, esto es, a toda su red social.
De este modo, los adolescentes que han sido etiquetados como delincuentes desarrollan un sentimiento de estigmatización, que los lleva a normalizar y a aceptar las conductas criminales y antisociales.
Por todo ello es necesario favorecer la creación de espacios donde estos chicos y chicas puedan expresar sus vivencias y reivindicar sus necesidades. Se trata de darles voz y permitirles comunicar, pacíficamente, su malestar a través de lenguajes que les resulten más cercanos, como aquellos relacionados con el arte urbano: la música, los murales, el graffiti, el baile…
Estas expresiones también tienen la capacidad generar mensajes que influyen en el imaginario colectivo, dado que invitan a reflexionar sobre el estigma al que se enfrentan estas familias, y que supone una barrera social para la inclusión y la protección de los más vulnerables.
El efecto exponencial de los déficits
El impacto del encarcelamiento en los descendientes no sólo está mediado por la exposición a modelos sociales desadaptativos, sino también porque éstos sienten que no reciben la atención y el apoyo que necesitan de su familia.
De hecho, se ha visto que los hijos adolescentes con padres encarcelados se quejaban de la falta de atención afectiva y de las dificultades económicas que sufría la familia. En estos casos, es frecuente que reciban pautas de crianza confusas y soluciones inestables para su cuidado.
Esto hace más probable que los niños lleguen a desarrollar una amplia variedad de respuestas conductuales adversas, entre ellas la delincuencia, además de problemas de salud mental y de ajuste escolar.
La ausencia de uno de los progenitores en la crianza de los hijos puede dificultar el desempeño de prácticas de crianza positivas, que tienen un efecto protector al proveerlos de competencias e incrementa su bienestar y evitar la aparición de problemas emocionales y de comportamiento. Si los progenitores están encarcelados, practicar la crianza positiva reduce el riesgo de la escalada de la conducta delictiva.
Justicia terapéutica y pedagógica
La aplicación de un modelo preventivo de la delincuencia demanda actuar de forma proactiva, esto es, apoyar a aquellas familias con algún progenitor encarcelado. Pero también aplicar modelos sociales y legales no punitivos, sino educativos y terapéuticos, que hagan posible reforzar la dignidad, el ajuste psicológico y el bienestar emocional de todos los implicados en el procedimiento judicial.