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Resistencia
22 octubre, 2024

Los cuatro años de Alberto Fernández: del «volvimos mejores» al triste, solitario y final

Hubo un tiempo en que Alberto Fernández orillaba los 70 puntos de imagen positiva. Hubo un tiempo en que Cristina Kirchner, La Cámpora y Sergio Massa recelaban del protagonismo implacable de un presidente que se imaginaba 8 años en el poder. Duró poco, casi nada, lo que un suspiro. El albertismo nunca nació, pero murió varias veces.

El 9 de julio de 2020 -en plena pandemia y con distancia social- Fernández quiso imprimir su propio sello y estética a los festejos por el Día de la Independencia. Invitó a Olivos al grupo de los seis, los empresarios más ricos y poderosos de la Argentina, y los sentó a su alrededor junto a sindicalistas de la CCGT para despotricar contra la grieta. Por zoom seguían los pormenores los 23 gobernadores y su “amigo” -así lo definió por cadena nacional- Horacio (Rodríguez Larreta). Cerca de Cristina Kirchner todavía hoy recuerdan que no fue invitada al ágape. En el círculo íntimo de Fernández señalan ese día como el principio del fin o un spoiler de lo que vendría.

A la vicepresidenta le bastó un tuit, tres días después, una mención a un artículo periodístico de Alfredo Zaiat, en Página 12, que cuestionaba el ecumenismo pro-empresario de Fernández, para pulverizar el hechizo. La promesa de un nuevo liderazgo que se fagocitara al kirchnerismo que lo había ungido empezó un proceso de descomposición acelerado.

La intervención digital de CFK fue una protocarta, una instancia previa a la del gobierno epistolar que dominaría los meses siguientes, en la que CFK dejó asentado que había «funcionarios que no funcionaban». Los cortocircuitos en la fórmula presidencial habían empezado, en rigor, antes de asumir -como explicitó Cristina Kirchner- cuando Fernández le puso un techo al precio del dólar y permitió una remontada de Mauricio Macri de casi 9 puntos, entre las PASO y las generales, que el oficialismo lamentaría en el Congreso.

La intervención de Vicentin y el proyecto de expropiación que Fernández anunció en la Casa Rosada, un mes antes de ese 9 de Julio y nunca se concretó, también fue un parteaguas, que terminó de abroquelar una oposición cada vez más férrea. Fue, también, la primera marcha atrás de muchas. La quita de los puntos de coparticipación a la Ciudad dinamitó los puentes con la oposición más moderada que quería jubilar a Mauricio Macri.

Si la pandemia, la guerra en Ucrania y la sequía, como le gusta recordar a Fernández, impactaron en la economía, también la política errática del jefe de Estado en materia de apoyos internos y externos explican -en parte- los por qué de un proyecto que naufragó.

Fernández asumió con la promesa de gobernar junto a los 24 gobernadores. Durante el primer año de gestión, pagó todos los costos y cosechó el rédito político de las restricciones contra el coronavirus. Los gobernadores, necesitados de la infraestructura para ampliar sus unidades de terapia y de recursos para pasar la cuarentena, prestaron su respaldo remoto en decenas de zooms. Cuando la estrella del “profesor Fernández” -como un ministro leal al Presidente recuerda las conferencias con filminas- se apagó, en el segundo semestre del primer año de gobierno, los caciques del peronismo juzgaron que ya era tarde para compartir la carga.

Varios de los mandatarios provinciales que le aconsejaban que rompiera con Cristina Kirchner, fueron los mismos que se refugiaron en el poder de la vice y los primeros en oler el cambio de época.

Dieciséis, en total, entre peronistas y aliados provinciales, terminarían por desdoblar los comicios provinciales de los nacionales. Ninguno se abrazó al fallido sueño reeleccionista que Fernández enterraría en abril de 2023.

No se animaron a confrontar públicamente con la vice ni siquiera cuando la ex presidenta ordenó la renuncia en cadena de 6 ministros del Gabinete y cuando uno de ellos, Juan Manzur, llegó a la jefatura de Gabinete. “Alberto no aceptó las renuncias de la Cámpora y se dejó apretar. Fue un golpe de Estado y no reaccionó. La firma de su acta de defunción. Ahí perdimos la reelección (del peronismo)”, sostiene un integrante del Gabinete que en esas horas chocó contra la decisión de Fernández, que prefirió los consejos componedores de Vilma Ibarra y Juan Manuel Olmos.

Antes, el vacunatorio vip, primero, y las fotos y videos del brindis de cumpleaños en Olivos -en plena cuarentena-, después, convirtieron el Frente de Todos en el frente de nadie. El peronismo, desde Massa a La Cámpora, eligió al Presidente como el mariscal de la derrota. “Le pegó en la línea de flotación”, evoca un amigo de Fernández que caminaba la concurrida residencia presidencial en los días de aislamiento.

Máximo Kirchner se anticipó y renunció al bloque de diputados oficialistas en enero de 2022 para desligarse de la suerte del Ejecutivo y del acuerdo con el FMI. Junto a su madre militaron en contra del programa que negoció Martín Guzmán. La suerte estaba echada.

De manera espasmódica, ante la falta de poder territorial y político, Fernández buscó recostarse entre las redes de algunos intendentes del conurbano, la CGT y de los movimientos sociales. Duplicó los planes sociales y les dio cargos en el Ejecutivo. A su debido momento, ellos también le soltaron la mano.

En el frente externo, el multilateralismo camufló un itinerario sinuoso, que empezó con una proclama europeísta, le propuso a Putin convertir a la Argentina en la «puerta de entrada de Rusia» en la región a días de la invasión en Ucrania, amplió el swap con China y terminó tendiéndole la mano a Joe Biden en una reunión que se postergó más de la cuenta. Ninguno de los ejes de la agenda que llevó al G-20, al G-7, a la ONU, al Banco Mundial o al FMI se corporizó: ni una nueva arquitectura financiera internacional ni la eliminación de las sobretasas.

Obediente hasta el final, renunció a su candidatura y le cedió todo el protagonismo a Massa en pos de la unidad del peronismo, que considera su principal legado político, aunque que ya cruje en el Congreso. Probó a su pesar que el hiperpresidencialismo del sistema político argentino puede incluir excepciones.

La explicación del final de Fernández se puede rastrear en el diagnóstico que él mismo trazó sobre sobre la herencia recibida en su discurso frente a la Asamblea Legislativa en el primero de sus 1460 días al frente del Ejecutivo. “La inflación que tenemos actualmente es la más alta de los últimos 28 años, desde 1991 la Argentina no tenía una inflación superior al 50 por ciento. (…) El valor del dólar, entre el 2015 y la actualidad, pasó de 9,70 a 63 pesos, sólo en cuatro años. La Argentina no para de achica su economía, el PBI per cápita es el más bajo desde año 2009, la pobreza actual está en los valores más altos desde 2008. Retrocedimos más de diez años en la lucha por reducir la pobreza, la indigencia actual está en sus valores más altos desde el año 2010”, explicó el flamante presidente, en el Congreso, al lado de la mujer que lo había ungido y de cuya sombra nunca pudo despegarse.

Casi 4 años después, la inflación interanual es de 160 por ciento y el valor del dólar (oficial) es de $400, un 534,92 por ciento más que cuando Fernández asumió. El aumento porcentual en relación a 2019 crece al 1487,3 si se tiene en cuenta la cotización paralela. “Tenemos disciplina fiscal, no vamos a andar emitiendo moneda a lo loco”, prometió Fernández en una entrevista con Clarín, en París, al término de su primera gira internacional, cuando se jactaba de explicarle a Angela Merkel de qué se trata el peronismo y sentía como un elogio que la canciller alemana lo describiera como un liberal. El acumulado de la emisión monetaria durante la administración de Fernández superó los 15 puntos del PBI.

El pronóstico político también le falló. «Nunca más me voy a pelear con Cristina Kirchner«, prometió en agosto de 2019. Quizás fue error de cálculo que más caro le costó.

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