De pronto, de la nada, un posteo en X todo lo cambia. Lo que estaba bien puede pasar a estar mal, o viceversa, y el que parecía aliado puede convertirse en un demonio. Una orden, una última advertencia y hasta una expulsión del espacio también se pueden dejar entrever, o directamente anticipar, en la red social favorita de los libertarios. Detrás de la pantalla del celular asoma Santiago Caputo. Y, detrás de Caputo, Javier Milei.
Al gurú de campaña del Presidente -y ahora súper ministro en las sombras-, se le han atribuido distintas cuentas, incluso algunas que luego fueron cerradas. Es uno de los pasatiempos y dolores de cabeza de periodistas, políticos y dirigentes de La Libertad Avanza: descifrar si tal o cual cuenta le pertenece y por qué lo que se dice allí es reproducido luego por decenas de militantes como una sentencia. Pero, ¿tiene Caputo, en verdad, una propia?
“No tiene una, tiene varias. ¿Qué digo varias? Tiene, por lo menos, veinte. Pero ninguna es de él”, revela a Clarín una persona que conoce sus movimientos desde que integraba el equipo de Jaime Durán Barba, en los primeros años del macrismo. El truco funciona de este modo: Caputo pide prestada alguna cuenta determinada cuando necesita transmitir un mensaje del Gobierno de modo no oficial; luego, él mismo se loguea desde su teléfono y dispara el mensaje. Listo, tarea cumplida. La cuenta vuelve entonces a su dueño original hasta que esa -u otra- vuelva a ser necesitada.
El nombre de Caputo se instaló con fuerza en el Círculo Rojo en los últimos meses, en especial desde el 27 de mayo, cuando Milei decidió echar a Nicolás Posse como jefe de Gabinete y se corrió el velo de quién es quién en la administración que alumbró el 10 de diciembre pasado. A partir de la salida de Posse, el círculo presidencial, que ya era chico, pasó a ser aún más pequeño: solo lo integran el primer mandatario, su hermana Karina y el mismo Caputo. El rol del joven asesor comenzó a virar. Del manejo de la comunicación y de las encuestas pasó a poner un pie en el Congreso -durante la discusión de la Ley Bases, donde apareció de sorpresa en varias reuniones clave-, a moldear a su gusto diferentes estamentos del Estado y, por último, a desembarcar en la SIDE por intermedio de un funcionario que conoce por vínculos familiares, el actual jefe, Sergio Neiffert.
Esta semana, el estratega volvió a imprimir su sello en una determinación de alto impacto: después de que Guillermo Francos dijo en su primera exposición en el Parlamento que se podía rever el decreto que fija limitaciones a la ley de acceso a la información pública, Caputo lo desdijo puertas para adentro y Manuel Adorni tuvo que poner la cara en la conferencia de prensa para anunciar oficialmente que no darían marcha atrás. Es una de las tantas anomalías que enfrentan a los libertarios con la política tradicional: no hay antecedentes en los que un jefe de Gabinete sea desautorizado por funcionarios de, se supone, menor jerarquía.
Los brazos de Caputo llegaron a la Corte Suprema. Fue él quien, en persona, les ofreció las nominaciones a Ariel Lijo y a Manuel García-Mansilla. Lijo venía recomendado por Ricardo Lorenzetti y por varias personas del establishment, entre ellas un conocido periodista que habla seguido con Milei. Mansilla, en cambio, encaja a la perfección en la filosofía libertaria por su interpretación del Derecho. Fue propuesto por Alberto Benegas Lynch y Victoria Villarruel. Pero cuando lo convocaron para hacerle el ofrecimiento, no estuvo ninguno de ellos. Mansilla quedó impactado el día que se lo dijeron. Se lo contó así a sus familiares: “Me citaron en un lugar, entré, esperé y en un momento llegó Caputo y me dijo: ‘¿querés ser juez de la Corte?’”
Los pliegos de Lijo y García-Masilla están hoy en un compás de espera. De angustiante espera, podría decirse. Las cuentas -o el poroteo, como lo llaman los parlamentarios- pasaron de ser positivas a negativas. Al oficialismo no le dan los números para alcanzar los dos tercios de los votos que se necesitan en el Senado. El senador Mariano Recalde blanqueó que el sector más cristinista de Unión por la Patria no apoyará la propuesta “así como está”. La orden de Cristina es presionar para ampliar el número de cortesanos. Lo hizo en charlas con distintos actores de La Libertad Avanza a través de Eduardo De Pedro, entre otros. No es una idea que al mileísmo le desagrade. Aunque Milei le habría prometido a Mauricio Macri que no buscará modificar su composición de cinco integrantes. De todos modos, no hay inflexibilidad sobre esta cuestión en la cima del poder. Menos si los números no dan.
El debate sobre los miembros del máximo Tribunal del país se da en momentos en que Milei y Cristina eclipsan o pretenden eclipsar la agenda con una batalla por el rumbo de la economía. Es en ese punto en el que los dos se ven fuertes porque presentan dos modelos de país enfrentados y con la dicotomía en redes, como antes el cristinismo lo hacía con Macri. Despojado el findador del PRO del poder, Milei y Cristina se sienten cómodos con la nueva postal.
El jefe de Estado apuesta a que la baja de la inflación y la estabilidad de los mercados le den más pronto que tarde un repunte al consumo y al empleo. Ya aclarado en mil formas que el cepo cambiario no será levantado en el corto ni, acaso, en el mediano plazo, Milei inaugura un giro en su discurso: ahora dice que la Argentina crecerá incluso con cepo.
Cristina considera que al país solo le aguardan malas noticias. En su diagnóstico público sobre la economía describe los controles del dólar, el ajuste, los salarios y la tasa de interés actual como ”un combo letal” y, puertas para adentro del Instituto Patria, evalúa como incierto el futuro político de Milei. Ella también pegó un movimiento brusco en el plano dialéctico. Tituló el documento: “Es la economía bimonetaria, estúpido”, dando por sentado la dificultad que representa tener una moneda propia débil, algo que en sus épocas como primera mandataria no admitía. Fue ella quien convocó a un acto oficial para ordenarles a los miembros de su Gabinete que se desprendieran de los depósitos en dólares y apostaran al peso.
A pesar de las críticas y de la desconfianza que le genera Milei, Cristina suele hacerle un reconocimiento: su vocación por enfrentarse a ciertos poderes, sobre todo a la prensa. “Ama cuando acusa a los periodistas de cobrar sobres y de operar en favor de ciertos intereses”, cuenta uno de sus interlocutores permanentes. Es más, Cristina ha llegado a decir que a ella le faltó ir más a fondo con el periodismo y culpa a viejos aliados por no acompañarla. Desde Daniel Scioli hasta Sergio Massa y Alberto Fernández. “Ellos se sentían cómodos tomando café con los periodistas que a mí me querían ver entre rejas”, sostiene.
Cristina nunca olvida. Por eso, la semana pasada consensuó con Wado de Pedro un tuit para castigar a Massa. Lo acusaron de estar detrás de una movida mediática por la conformación de la Corte en perjuicio del cristinismo. El tigrense y De Pedro mantuvieron un contacto posterior al tuit, vía celular. La conversación fue cordial, pero De Pedro dijo más tarde que el enojo se mantiene y que la desconfianza viene de lejos.
En la pelea con los medios, Cristina no puede sentirse menos que atraída por Milei. El Presidente pretende, como ella, disciplinar a los periodistas. En las últimas semanas reforzó los ataques y sacó el decreto para limitar el acceso a la información pública, con la excusa de evitar la filtración de “datos privados” que afecten a los funcionarios o que causen “daños y perjuicios a las personas”. La oposición, incluida el PRO, cuestionó de manera categórica la decisión.
El embate del mileísmo en redes y entrevistas se mantiene, pero con el correr de los meses ha perdido fuerza e, incluso, en muchos casos, el intento de amedrentamiento le ha empezado a jugar en contra a Milei. Periodistas que solían elogiarlo -ya sea por coincidencia ideológica, especulación periodística o algún otro interés- han decidido tomar distancia, temerosos de que la ola de cuestionamientos los alcance, en algún tiempo, también a ellos.