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Resistencia
9 abril, 2025

La ampliación de la Corte que no fue y el castigo de Trump llegó a las Malvinas

Cuanto peor, mejor (para un pacto)

El control de daños tras la derrota en el Senado reabre por necesidad el capítulo negociador entre el Gobierno y la oposición, para alisar el camino ya escarpado del año electoral. Después del voto escarmiento que tronó en el Congreso, hubo una llovizna de republicanismo en la oposición del peronismo que coordina José Mayans, y se acerca a las posiciones amigables del interbloque de “Los 38”, administrado por Juan Carlos Romero.

El impulso hacia este acercamiento para superar el bloqueo institucional quedó contenido en los discursos de los dos senadores en la sesión del jueves. Ocurre en el peor momento de las relaciones entre esas dos tribus. Pero los acuerdos sobrevienen siempre cuando las diferencias parecen ya insoportables.

Esta vez, además de la Corte, pueden llegar a negociarse otros cargos de mayorías especiales, como la Procuración de la Nación y la Defensoría General, además de los seis representantes en la Auditoría General de la Nación.

La casta contraataca

En este clima renovado de pactismo manejan la alternativa de que, si el Gobierno no quiere participar, será un acuerdo legislativo para ampliar la Corte. La iniciativa habla de juntar 50 votos en el Senado para aprobarla en señal de independencia. Como decir: “Si no quieren, déjennos a los de la casta que arreglemos lo que ustedes no pueden” (textual de uno de los negociadores).

El punto máximo de exasperación se registró en la reunión de labor parlamentaria previa a la sesión, cuando Bartolomé Abdala amenazó con firmar un decreto suspendiendo la sesión. Mayans le disparó: “Si hacés eso, bajamos al recinto y te destituimos”. Pudo agregar “Como hicimos con Kueider”, aunque Abdala no llegó a escuchar esa coda, más que hiriente.

El presidente provisional del Senado, cuando todo terminó, explicó: “Disculpen, pero no podía hacer otra cosa, estaba muy presionado con toda esa gente ahí”. Se refería al grupo de observadores que aguaitaba desde los pasillos, enviado por el Gobierno para desbaratar la sesión, encabezado por el vicejefe de Gabinete José Rolandi, a quien los ujieres llaman con legislativo cariño “Cochi”.

Trump arruinó el pacto

Emisarios del oficialismo y la oposición recuperaron aire durante el fin de semana para retomar una negociación para ampliar la Corte, que estaba en marcha hasta que se interrumpió el 21 de marzo cuando el gobierno de los Estados Unidos comunicó la prohibición de ingreso a ese país a Cristina de Kirchner por su condición judicial.

La vehemencia del Gobierno en festejar esa regulación migratoria provocó que el peronismo se levantase de una mesa habilitada por Olivos y el Instituto Patria, en la que se sentaban José Mayans y Juan Carlos Romero en representación del Senado, y Sebastián Amerio y Santiago Caputo como delegados de los hermanos Milei.

Hasta ese momento, dos semanas antes de la sesión del jueves pasado, el acuerdo era para aprobar una ley de ampliación de la cantidad de miembros de la Suprema Corte de cinco a siete integrantes.

Para todos y sin vetos

Se generaban cuatro vacantes a cubrir de esta manera: dos jueces para el Gobierno, uno para el peronismo y otro para el radicalismo. Esa integración incluiría a una o más mujeres según un proceso en el cual ninguna de las partes tendría poder de vetar nombres.

La discusión partía del hecho de que los nombres de Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla habían salido de propuestas de la propia Corte aceptadas por el poder Ejecutivo (que admitió por lo menos que a Lijo se los aconsejó Ricardo Lorenzetti).

A García-Mansilla nadie le reconoce la paternidad, pero viene de un Caputo, que no es ni Santi, ni Toto, ni Nicolás. Esto importa por el consentimiento de que nadie podía vetar a nadie. Si Milei insistía en ese dúo de candidatos, se lo aceptaban como le aceptarán a Cristina de Kirchner si propusiese a su edecana jurídica, Graciana Peñafort. Nadie la vetaría.

El Gobierno no convenció a (casi) nadie

El acuerdo parecía avanzar en paz y sin estridencias hasta que se conoció la medida de Estados Unidos, que el Gobierno festejó como propia. El peronismo reinició las hostilidades y se conjuró para propinarle una lección al Gobierno en el recinto. Hasta que eso no ocurriera no iban a conversar nada más.

Mayans reunió en aquella semana a los 34 senadores de su bloque y los comprometió a rechazar los pliegos de los jueces. Registró que nueve de ellos votarían a favor del Gobierno por compromiso de sus gobernadores o, en algún caso, por convicciones personales.

Un día antes de la sesión Mayans los reunió, con el esfuerzo que significaba llevarlos en un día feriado. Hizo un recuento de fuerzas y el Gobierno solo había podido sumar a dos más, con un total de 11 votos que son los que Unión por la Patria aportó en favor de Lijo. Mayans logró que la totalidad aportase al quórum, de manera de habilitar una sesión que el Gobierno quería suspender.

Una puja imposible de ganar

Estas minucias procesales importan para medir la capacidad del Gobierno para enfrentar esta batalla, la más importante de todas. Sólo pudo mover a 11 peronistas y no vació el quórum. Tenían que defender a Lijo, propuesto por Lorenzetti como el hombre que dejaría en paz al Gobierno en Comodoro Py durante 4 años, y a García-Mansilla, el garante de las inversiones en energía que van a salvar la economía.

No les alcanzó, por haber elegido el método torpe del decreto y llevar adelante una puja imposible de ganar. Los traicionó la improvisación: la mejor batalla es la que se evita. La victoria está en evitar la confrontación.

“El sentido indirecto es la forma más prometedora y económica de la estrategia”, enseña Basil Liddell Hart, el estratega británico que inventó la guerra relámpago. Su lección sobre la experiencia de las dos guerras mundiales es que hay que evitar lo que buscó el Gobierno, el ataque directo.

“Ningún general -dice- tiene derecho a lanzar sus tropas en un ataque directo contra un enemigo fuertemente establecido en una posición de defensa”. Acá se enfrentaron Bartolo, Atauche y Pagotto, conducidos por “Cochi”, contra Mayans, Parrilli y Sagasti, conducidos por Cristina.

Era una pelea desigual y para perder, una invitación al bullying, el grooming y el sobajamiento. Los gramscianos del mileísmo tienen la versión del ajedrecista Lenin: “La estrategia más sana en la guerra consiste en aplazar las operaciones hasta que la desintegración moral del enemigo haga posible y fácil dirigirle un golpe mortal”.

Hacia un mundo que no existe

La vocación globalizante de Milei le hace buscar para su gestión un lugar en el mapa de un mundo que ya no existe. Es el cuarto presidente de minorías que tiene la Argentina en lo que va del siglo, después de Duhalde, Kirchner y Macri.

Los fulgores del populismo derechoso le ofrecen una oportunidad con el acercamiento a Donald Trump. Es el atajo de un presidente de minoría en votos y en representación legislativa y territorial, que busca compensar con representaciones imaginarias como exhibir fotografías en fiestas de black tie, recibir premios por proezas improbables, o encuestas de popularidad difíciles de certificar en alguna instancia formal y verídica.

El Gobierno se prende ahora en otra navegación que es la elección del nuevo Secretario General de la ONU. El portugués Antonio Guterres deja el cargo y se abrió el sport para su reemplazo. La tradición indica que le toca a una mujer y de América Latina. Parecía lo mismo en 2016, cuando Macri patrocinaba la candidatura de su canciller Susana Malcorra.

Un candidato atómico

El Gobierno hizo esta semana demostraciones de adhesión a la candidatura del diplomático Rafael Grossi, exembajador argentino en Austria y una estrella internacional sobre temas nucleares y de desarme. Ocupa la Dirección General del Organismo Internacional de Energía Atómica y es el árbitro de los conflictos que se suceden en ese campo en todo el mundo.

Tuvo una ceremonia con expertos en el CARI, el think tank que certifica dignidades, y un seleccionado de funcionarios del gobierno lo acompañó en una cena-homenaje de penetrante aroma atómico que organizó el empresario Mario Montoto.

Entre ellos figuraban los atómicos Demian Reidel y Martín Menem. También estuvo en el encierro de empresarios con ricos y famosos en el Foro de Llao Llao. Grossi dijo, con elaborada modestia, que está pensando en lanzar formalmente su postulación.

Trump, más malvinero que Milei

Es oportuno que reciba el apoyo de su país. No lo ayuda que Milei haya elegido a la ONU como blanco de su guerra cultural contra la agenda de la modernidad, y en particular las metas de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. La agenda del actual gobierno ha llevado al país a votar con las minorías y a apartarse del multilateralismo en las relaciones internacionales, que es el alimento de estos organismos.

¿Querrán los países de la ONU tener un secretario que quiere dejarlos sin trabajo? Grossi es un equilibrista en el arte de convivir con la contrariedades entre los países en torno al tema nuclear. Sabe que en estos organismos pelearse no es una opción. Agravó todo el tarifazo de Trump (tariff en inglés equivale a arancel), que le permitió al estadista de Mar-a-Lago mostrarse más malvinizado que Milei el 2 de abril.

Les impuso a las islas irredentas un arancel del 42% a las exportaciones de pescado que van a los EE.UU. Incluyó a las Malvinas en la lista de los “worst offenders” (“los peores infractores”). Es como decirles: si aceptan la soberanía argentina les cobraríamos apenas el 10% de arancel. Los kelpers están que trinan. “La guerra comercial de Trump podría ser la mayor amenaza que enfrentan los malvinenses desde la invasión de Argentina”, se quejó el líder del partido Liberal Demócrata de Gran Bretaña. Solo los consuela que Trump, al estilo Milei, suele dar marcha atrás en todas sus decisiones.

Muchachas bravas y de gran corazón

Sabiendo que quienes usan gomina la van a pasar mal en esta pelea, aparecen anotadas varias damas de alta gama: Michele Bachelet de Chile, Cristina Figueres o Rebeca Grynspan de Costa Rica y Mia Mottley, la premier de Barbados que junta apoyos caribeños y africanos.

También tiene aspiraciones la mexicana Alicia Bárcena, que fue canciller de López Obrador y es ministra de Medio Ambiente de la presidenta Claudia Sheinbaum. Durante muchos años fue secretaria ejecutiva de la CEPAL, en donde sucedió a José Luis Machinea. Obtuvo ese cargo que Néstor Kirchner quería para “Chacho” Álvarez. Igual hizo buenas relaciones con el matrimonio.

Otra candidata puede ser Catherine Pollard, de Guyana, que es subsecretaria de Management y Transparencia en la ONU. Infaltable en la lista Dilma Rousseff, reivindicada de sus malandanzas como presidenta de Brasil con el cargo de titular del Banco del Desarrollo de los BRICS, una mina de oro (el banco, claro) porque los BRICS representan el 23% del PBI mundial.

Una argentina en la lista corta

Cerca del actual secretario Guterres, orbitan dos mujeres que hay que seguir de cerca en esta pulseada. Una es la nigeriana Amina Mohammed, vicesecretaria de la organización. La otra es la argentina Virginia Gamba, que ocupa uno de los cargos más altos en la ONU.

Es subsecretaria general y representante especial del Secretario General para la atención de niños y adolescentes en conflictos armados. Ha realizado informes sobre la guerra en Ucrania y la crisis de Gaza que le han dado centralidad a su participación. Es experta en estrategia y autora de los libros más importantes sobre la guerra de Malvinas.

Fue profesora de estrategia de guerra de las Fuerzas Armadas y de la Gendarmería de Argentina. Recibió el premio Nobel de la Paz (compartido) por su tarea en favor del desarme nuclear en el mundo. Participó del programa de desarme en Sudáfrica bajo el gobierno de Nelson Mandela. En la Argentina fue una de las organizadoras de la policía de la CABA cuando Macri era jefe de Gobierno.

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