De lejos todos somos normales. Basta una lupa para destruir la teoría, una mirada al detalle para detectar la asimetría, la extravagancia y a veces la monstruosidad. La misma regla corre para las familias.
Con esa premisa los ojos quedan fascinados por una serie sueca que arrasa en Netflix estos días: Una familia normal, «maratoneable» y adictiva. El enésimo juego de la plataforma para descubrir al asesino. La clave es la vuelta de tuerca: el guion nos lleva fluidamente de las narices hasta el final con la misma pregunta. ¿De qué es capaz una familia para proteger su buen nombre?
Sí, otro thriller más al agotador catálogo de Netflix, una invitación trillada a los vericuetos de un homicidio. Pero sería injusto mezclar esta producción en la misma bolsa del suspenso y el misterio que desborda en el inventario del gigante del streaming. Aquí hay más elementos efectivos y valiosos. Capas profundas de la piel de una familia que elige barrer la mugre bajo la alfombra.
Los Sandell no son los Ingalls, pero tampoco los Addams. Clase acomodada de las afueras de Lund, el padre (Adam, Björn Bengtsson) es sacerdote en la Iglesia luterana y la madre (Ulrika, Lo Kauppi) es abogada. La hija de ambos, Stella (Alexandra Karlsson Tyrefors), arrastra un trauma que el clan camufla. Lo que no sabe ninguno de los tres es que disfrazar por años una aberración no puede resultarles gratuito.
Después de que una abogada interroga a Stella por la muerte de su novio, un flashback clave nos sumerge en el viejo dolor de la chica. Cuatro años antes, en un campamento estudiantil, un entrenador mayor y ella sienten atracción y se apartan del grupo. Hay besos y un pedido de ella de que se detenga. Ante la violación, el chantaje emocional de los padres de Stella hará que la adolescente haga mutis y siga.
El mérito es el ritmo. Con actuaciones convincentes, los seis capítulos -de 50 minutos cada uno- nos empujan a querer resolver el enigma, pero también a raspar la fachada de esa familia que habita en una lujosa casa donde todo parece perfectamente armónico.
Alexandra Karlsson Tyrefors, la chica de «Una familia normal».La serie está basada en la exitosa novela de Mattias Edvardsson, fenómeno literario traducido a más de 30 idiomas que encontró un ajustado tono en la adaptación televisiva. Los productores supieron replicar audiovisualmente el boom hasta lograr que el algoritmo proponga el título entre lo más visto estos días.
Son 300 minutos de tensión y un entretenido ejercicio mental típico para usuarios sin pretensión exquisita. No hay malabarismos de más. Con su acertada gimnasia narrativa, los autores nos sueltan las dosis justas de información y confusión, pero sin desorientarnos lo suficiente como para hacernos creer que el culpable es el tipo menos pensado.
Los distintos puntos de vista sobre un hecho, la fidelidad a los lazos sanguíneos y los pactos implícitos en las dinámicas familiares van desfilando con cadencia en este producto nórdico imbatible mientras tratamos de entender el extraño funcionamiento de una tribu cuando uno sus integrantes está en peligro.
Christian Fandango Sundgren y Alexandra Karlsson Tyrefors.Entre jueces, investigadores, sangre y fiscales, Una familia normal pone sobre la mesa la moral religiosa, la mirada patriarcal, el enjuiciamiento social, el silenciamiento de los abusos y el mecanismo de autoengaño al que somos capaz de someternos en una situación límite. De cerca, cualquier familia podría ser una anomalía del sistema.
Ficha
Calificación: Buena. Género: Drama/Thriller. Dirección: Per Hanefjord. Protagonistas: Alex Karlsson Tyrefors, Lo Kauppi, Björn Bengtsson. Emisión: Netflix. 6 capítulos.