Tal vez las cámaras de televisión no vuelvan a ponchar dos órbitas desencajadas como esas, dos globos oculares tan llenos de rabia y hambre. Pero Salvatore Schillaci era más que iris, pupila, retina. Su intensidad se dibujaba en todo el cuerpo, en las venas sobresalidas, en la fuerza del entrecejo y en esa boca que gritaba el gol hasta que el zoom televisivo entrara en su campanilla.
Schillaci será para siempre la serpiente petrificada en Italia 90′, los ojos de chihuahua enajenado cuando Maradona y compañía lo eliminaron por penales del Mundial en su propia «casa».
Los párpados de Totò, cerrados desde el miércoles 18, entraron en la perpetuidad. Esas pupilas absortas, de depredador, de animal en estado salvaje, enamoraron también en pantalla en su faceta menos vehemente.
Schillaci fue estrella de realities y actor fugaz. Quizá su rol más jugoso haya sido el de mafioso, un gángster. del Sur de Italia, de traje blanco, gafas oscuras y bigote fino. En 2011 lo convocaron para un breve, pero intenso rol en la tercera temporada de la serie italiana Squadra Antimafia. Sentado a una mesa de pistoleros, logró el summum de su actuación. Su reo terminaba acribillado. Los ojos cerrados y la sangre de su cabeza salpicando una pelota.
Hay una anécdota tragicómica justamente referida a los mafiosos que el último tiempo él se encargaba de condimentar. Fue en 2023, en la vida real, mientras trataba su cáncer de colon. En la misma clínica de Palermo en la que se atendía, arrestaron al fugitivo Matteo Messina Denaro, el archifamoso mafioso italiano que figuraba entre los más buscados por el FBI.
Quiso el destino que Totò fuera testigo involuntario de una situación surrealista, ver cómo en un centro de salud al fin caía el jefe de la Cosa Nostra, autor de unos 50 crímenes, prófugo por 30 años.
Schillaci, actor en la serie «Squadra antimafia».Salvatore vio llegar a los policías encapuchados y sus ojos se desorbitaron más que en el San Paolo en 1990. Fumaba impune a la espera de su terapia cuando lo rozaron hombres con pasamontañas que iban a dar el gran golpe: capturar al siciliano más temible. «Me sentí en el lejano Oeste», bromearía más tarde.
En pantalla grande
También el cine lo tiene en su archivo glorioso, en el documental Notti magiche (1991), dirigido por Mario Morra. Allí está el Schillaci más carnal, el que todos empezaron a amar bajo el cielo de un verano italiano (el nombre del filme es un guiño a la canción Un’estate italiana, de Gianna Nannini y Edoardo Bennato, himno del Mundial ’90 que todavía eriza la piel).
La cinta no es más que un documental deportivo sobre la gloria que no fue en aquella Copa del Mundo cuya mascota era Ciao (una «personita con cuerpo de cubos apilados y cabeza de pelota), pero los ojos de Totò justifican con creces esa producción. Allí están los mejores paneos, los mejores ángulos fílmicos de sus «occhi spiritati», como le llaman los italianos a esos ojos desorbitados mientras defiende la azzurra.
La escena sublime de Totò como mafioso acribillado en la serie «Squadra antimafia».En esa mirada está todo: el trabajador infantil que fue, el que empezó a poner el hombro para ayudar a la familia a sus 12 años, el chico que vendía pescado, amasaba pan, cambiaba neumáticos y repartía vino entre sueños de fútbol.
Así moldeado, construido por la cultura del trabajo llegó a las canchas colmadas de racismo. El «cuero» curtido, las tripas que conocieron la necesidad, la sed. Con maestría hizo oídos sordos a esa palabra que llegaron a pintarle en el frente de su casa, «terrone di merda», un modo despectivo para llamar a los italianos del sur.
Hubo un reality pura ternura en el que el feroz capocannoniere expuso su costado más tierno. Fue en el reality Back To School, en el que «volvió» a ser un chico de primaria ante un grupo de profesores que examinaban. El programa de la cadena Mediaset proponía que las figuras respondieran preguntas básicas de estudiantes y con humildad él admitió que en algunas materias lo superaba un bambino de diez años.
Schillaci en la figurita del Mundial 90.«Il galantuomo», como llamaban al «caballero» de los goles, dejó también para el archivo sus aventuras en el reality L’isola dei famosi, versión italiana de Survivor y un «puñal» en otro reality, Pechino Express. En este último se animó el año pasado a hablar de su cáncer, sostenido por su mujer, Bárbara.
Por entonces pensaba que la enfermedad había cedido y se mostraba como mochilero por China, pura vida. «Sufrí mucho y participar de este programa es como una revancha«, admitía atragantado, vulnerable, lejos del personaje indestructible de los noventa.
Poco después de que lo instaran a pelear «como un guerrero», como si el destino de su enfermedad fuera responsabilidad suya, las figuras de la RAI y otras cadenas repetían eso de «riposa in pace». Sus ojos se cerraron, pero la TV se encargará de que el ídolo del proletariado siga mirándonos para siempre como un lunático.