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26 noviembre, 2024

Seis claves por las que hay que ver El corsario: un ballet entre piratas, odaliscas, esclavos y princesas

El Ballet del Teatro Colón, que dirige Mario Galizzi, lleva a escena el último título de la temporada: El corsario, una obra de Marius Petipa con música de Adolphe Adam, Cesare Pugni, Riccardo Drigo y Léo Delibes.

La coreografía -basada en el original de Petipa- es de Anne-Marie Holmes (Canadá-1942), que se ha especializado en la recreación de obras de ballet del siglo XIX. Distintos primeros bailarines del Colón encarnarán los roles principales de Conrad y Medora en sucesivas funciones.

La estrella rusa Natalia Ossipova, del Royal Ballet de Londres, que había sido comprometida para el personaje de Medora, finalmente y por razones personales no pudo viajar a Buenos Aires.

Ahora, enumeremos seis claves por las que es recomendable ver El corsario:

1) Aunque es un ballet romántico con condimentos heroicos, incluye también el humor.

2) Tiene una historia plena de alternativas y con una variedad de personajes que la hacen muy atractiva.

3) Hay una espectacular escena con el naufragio de un barco.

El naufragio de un barco en El naufragio de un barco en «El corsario», una ballet apto para todo publico. Foto: Prensa Teatro Colón/ Arnaldo Colombaroli4) La variación masculina del pas de deux que ejecuta el personaje de Alí -esclavo del corsario Conrad- es de un virtuosismo que jamás deja de asombrar al público.

5) A pesar de todas las peligrosas aventuras que atraviesa Conrad, la historia (al revés de lo que ocurre en el poema de Byron) felizmente termina bien.

6) Y porque por todo lo dicho, es una obra para cualquier edad.

La agitada historia de «El corsario»

Lord Byron, el influyente poeta inglés y figura relevante del movimiento romántico, publicó su poema El corsario en 1814. El éxito fue inmediato: el mismo día de la publicación se vendieron más de diez mil ejemplares. Y luego hubo traducciones a muchos idiomas y numerosas adaptaciones escénicas, entre ellas la ópera Il Corsaro, de Giuseppe Verdi.

El género del ballet también encontró en el poema de Byron una fuente muy propicia: una intriga compuesta por todo tipo de situaciones inesperadas, el marco exótico -Grecia en la época de la dominación otomana- y su protagonista, el pirata Conrad, un héroe casi salvaje aunque también noble, compasivo y capaz de amar con intensidad.

En 1826 el maestro de ballet italiano (lo que hoy conocemos como coreógrafo) Giovanni Galzerani estrenó una versión propia en La Scala de Milán. Galzerani, un artista muy prolífico, tuvo en El corsario no sólo su creación más importante, sino que también logró mantener en ella el tono oscuro y romántico de la obra de Byron.

Este es, resumidamente, el argumento del poema: Conrad, un temible pirata del Mediterráneo oriental, abandona a su compañera Medora para combatir en Grecia al pachá Seyd. Logra entrar a su palacio y en el incendio que sigue al ataque, Conrad salva de las llamas a Gulnara, la favorita del pachá, aunque no puede evitar que lo tomen prisionero. Luego se escapa gracias a la ayuda de Gulnara y va en busca de Medora. Pero ella, creyendo que fue ejecutado, se deja morir por la pena. Conrad desaparece para siempre.

Lo que podríamos llamar una cierta fidelidad de Giovanni Galzerani al poema original, no se sostuvo en las versiones de ballet que siguieron, todas marcadas por la gran espectacularidad, los asombrosos efectos de maquinaria escénica, el virtuosismo y el pintoresquismo tan al gusto del público de la época.

Mucho para ver, en Mucho para ver, en «El corsario», este clásico del ballet basado en un poema de Lord Byron. Foto: Prensa Teatro Colón/ Arnaldo ColombaroliNi la versión de François Albert (estrenada en Londres en 1837), ni la de Joseph Mazilier (París, 1856) así como tampoco la de Marius Petipa (que hizo tres versiones, la definitiva en 1899) conservaron los elementos dramáticos ni las circunstancias trágicas del poema de Lord Byron.

El bombardeo al palacio del pachá en la producción de François Albert, el naufragio en gran escala concebido por Mazilier, los coloridos piratas, odaliscas y esclavas de ese Mediterráneo imaginado por Petipa, acabaron por dar forma a una obra diferente, lejanamente conectada con su origen literario.

Y se justifica decir “una obra”, así, en singular, porque todas estas versiones son bastante parecidas: Mazilier seguramente conocía bien la versión de Albert porque ambos habían formado parte de la Opera de París como intérpretes, maestros y coreógrafos. Y Petipa, sin duda, se había basado en El corsario de Mazilier, llevado a Rusia en 1858 por el bailarín y coreógrafo Jules Perrot. Petipa había sido su asistente y también había interpretado el personaje de Conrad.

Vale la pena agregar que el público de San Peterbusgo sentía una particular fascinación por la manera en que Marius Petipa encarnaba el rol; de Petipa se conoce su inmensa tarea como coreógrafo, pero mucho menos la de intérprete: era un bailarín rigurosamente formado, un partenaire con la solidez de una roca y tenía las cualidades de un mimo de primera clase.

Su actuación en el papel de Conrad era tan convincente que la primera bailarina Ekaterina Vazem decía que Petipa le producía un verdadero terror en las escenas que compartían. Y de acuerdo al testimonio de otra primera bailarina, Yevgenia Sokolova, Petipa estaba tan compenetrado con el personaje, que se transformaba realmente en un pirata noble y temperamental, capaz de dominar a una multitud de bandoleros con la sola fuerza de su mirada.

La recepción en París

El corsario de Mazilier había tenido una extraordinaria recepción en el público parisino, en parte por el efecto de la escena en la que naufraga el barco de Conrad pero también en gran medida por la presencia de la bailarina italiana Carolina Rosati en el papel de Medora, que Mazilier había transformado en el personaje central del ballet.

Fue hasta tal punto importante la presencia de Carolina Rosati en la puesta en escena de El corsario, que cuando ella abandonó la Ópera de París dos años más tarde, la obra fue retirada de cartel y no volvió a reponerse.

No volvió a darse en París y en ningún otro teatro de Europa occidental, pero hizo una carrera brillante en Rusia a partir del montaje de Marius Petipa. Fue conservada en el repertorio del Teatro Mariinski de San Petersburgo hasta 1928 y sirvió de base a todas las versiones que siguieron.

Es por lo tanto gracias a Marius Petipa y a sus meticulosas anotaciones de donde provienen de manera bastante directa los dos “Corsarios” que están hoy en circulación: uno de ellos es el de la canadiense Anna-Marie Holmes e ingresó al repertorio del Ballet del Colón en 2011; el otro es el del Ballet Kirov, repuesto en Buenos Aires en 1999, también para la compañía del Colón.

Rudolf Nureyev, con sus saltos acrobáticos, le dio un nuevo impulso a Rudolf Nureyev, con sus saltos acrobáticos, le dio un nuevo impulso a «El corsario».Ambas, la de Holmes y la del Kirov, reconocen su filiación en la creación de Marius Petipa y más allá de algunas diferencias entre ellas -no tanto con la trama o la coreografía en general sino sobre todo en algunas escenas y variaciones-, hay un carácter que las une: su tono de farsa o más bien de parodia. Raptos, apuñalamientos, una muerte por disparo de arma de fuego, un naufragio y una venta pública de esclavos serían acontecimientos dramáticos en otros contextos.

Pero en los dos “Corsarios” que vimos en Buenos Aires se presentan con la divertida exageración de una película de cine mudo. La trama de ambas se ha conservado, sí, en toda su complejidad.

El corsario que veremos ahora en el Teatro Colón, igual que lo hicieron las otras versiones, desde François Albert en adelante, se propone entretener al público con el colorido, el dinamismo, el contraste entre las escenas y las variaciones con las que los primeros bailarines y los solistas muestran su virtuosismo.

Y hablando de virtuosismo, aquí un dato: el famosísimo pas de deux de El corsario, que todo aficionado al ballet conoce posiblemente de memoria, es la derivación de un pas de trois previo con los personajes de Medora, Conrad y el esclavo Alí.

Esta variación fue transformada en un número muy acrobático por el bailarín soviético Vaktang Chabukiani en 1930 y luego se hizo célebre en todo el mundo a partir de los años ’60 gracias a Rudolf Nureyev: sus fabulosos saltos en la variación del esclavo Alí despertaban siempre ovaciones de pie.

Información

Habrá once funciones no consecutivas y en distintos horarios de El corsario, desde el domingo 17 hasta el viernes 30 de diciembre, en el Teatro Colón. Libertad 621.

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