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Resistencia
22 febrero, 2025

La nueva historia de Marcelo Birmajer: Un día cualquiera

Era un día cualquiera de fines de febrero de 2019. Es importante remarcar la fecha porque fue previo a lo que más tarde se conocería como la pandemia. Tras la pandemia, los mismos fantoches que durante la pandemia hablaron de la “pos normalidad”, dirían, con la misma insuficiencia de rigor, que tal o cual cosa nunca hubiera sucedido de no haber sido por la pandemia. Pero las mismas cosas pasaron antes de la pandemia.

Nicolás Gote, 52 años, casado, regresó a su hogar con una suculenta mala noticia.

-Me despidieron -le informó a su esposa, Lara-.

-¿Qué hiciste?

-Nada en particular. Es decir, trabajé como siempre. Todo el día. Pero el señor Porter dice que soy el demonio.

La pregunta inicial de Lara era acusatoria, como siempre.

Nicolás intentó contener el daño. Pero anticipó la pregunta retórica que seguiría.

-¿Cómo el demonio?- preguntó Lara.

Nicolás debió contenerse para no salir dando un portazo.

Nunca en su vida había dado un portazo. No comenzaría en ese momento. Lara sí había dado muchos portazos a lo largo de su vida en común.

-Recordarás que el señor Porter, el dueño de la empresa -comenzó Nicolás, sabiendo que a Lara nunca le había interesado su trabajo, excepto que pusiera el efectivo para las compras y demás enseres- pertenece a una especie de religión del Mundo Venidero. Aparentemente, la gran mayoría de los integrantes de la firma comparten el mismo credo. Vos te preguntarás qué tendrán que ver los electrodomésticos con el Mundo Venidero. Ni lo sé ni me importa. Yo trabajaba, ellos pagaban. Pero surgió este inconveniente.

Sólo en la última frase Lara reaccionó. Porque implicaba que Nicolás ya no aportaría su sueldo:

-¿Qué inconveniente?

Aunque Nicolás lo había explicado a la perfección y en una línea, se resignó a repetirlo:

-El señor Porter cree que yo soy el demonio. Satán.

Lara lo observó suspicaz, inquisitiva, fiscalizándolo.

-Desconozco el origen de esta locura -abundó Nicolás-. El señor Porter, hasta hace una semana, cualquiera fuera su liturgia, se había comportado como una persona perfectamente normal, hasta donde una persona pueda serlo. Pero durante los últimos siete días hábiles insistió en que yo era el Maligno, y hoy me despidió, pagándome la respectiva indemnización. Por supuesto, adujo despido injustificado. Ya está acreditado en nuestra cuenta conjunta el total de mis haberes.

Contra su voluntad, Lara sintió cierto ramalazo de placentera codicia.

-Pero… ¿cómo alguien puede creer que vos sos el Demonio? -casi se burló Lara, no del señor Porter, sino de su marido-. Algo tenés que haber hecho.

-Lo de siempre. Mi trabajo. Y perfectamente. El señor Porter mencionó mis pupilas…

-¿Tus pupilas? -replicó Lara-.

Nicolás prefirió continuar con su recapitulación:

-Algo en mi aura -detalló Nicolás-. En “mi forma de andar”. Las descripciones finales me las transmitió Gina, la secretaria del señor Porter, que no pertenece al credo. Porque el propio señor Porter ordenó que el personal afectado, incluyéndolo, interrumpiera todo contacto conmigo.

Lara movió a un lado y al otro la cabeza, objetando a su esposo.

-Algo tenés que haber hecho -repitió-.

Nicolás movió en espejo, igual que Lara, su cabeza.

La esposa se levantó, muda, aceleró el paso y se marchó dando un portazo.

Nicolás resopló aliviado. Al menos lo dejaba un rato solo. Pero no habían pasado 15 minutos cuando sonó el timbre. Al menos debería chequear la llave en el bolsillo antes del portazo. Nicolás lo habría hecho en caso de haber dado un portazo alguna vez. Pero no era Lara.

-¿Señor Gote? -consultó una atractiva mujer con acento centroamericano-.

-Soy yo -respondió automáticamente Nicolás, dirimiendo en un instante si se trataba de una estafa blanda o lo matarían. Había abierto la puerta sin preguntar.

-Mi nombre es Jacky. Soy la ejecutiva de Proyectos de Films Pop. Acabamos de comprar la franquicia del más famoso agente británico de ficción, y queremos hacerle una propuesta.

-¿Es por la indemnización de la firma Porter? -especuló Nicolás-.

-No tenemos nada que ver con la firma Porter -apuntó Jacky-. Sabemos que usted trabaja allí. Pero nuestra oferta es para el rubro de la filmografía. ¿Puedo pasar? Será como mucho una hora.

Nicolás atisbó por encima de la cabeza de la muchacha.

¿Qué más daba? Le permitió el ingreso y cerró con premura.

La invitó a sentarse en la mesa de la cocina. Jacky desplegó un contrato.

-Para la nueva saga de la franquicia hemos decidido que nuestro agente secreto sea un hombre común. Alguien como usted. Nos estamos debatiendo si doblarlo al inglés o mantener su idioma original. En cualquier caso, el protagonista debe lavar los platos, ser un poco fofo, no tan decidido. A usted lo favorecen las entradas capilares; sin ser pelado, que podría ser como una marca. Ni demasiado cabello. En proceso de envejecer. Tampoco un anciano, pero mucho menos alguien rebosante de vida. Está en el punto justo para interpretar a nuestro personaje. La trama es clásica: debe impedir que destruyan el mundo. Pero comportándose como siempre. Su esposa lo ignora, y usted no consigue nada mejor. Es el nuevo Agente Secreto.

Nicolás la semblanteó perplejo. Parecía estar hablando en serio.

-Pero sería un fracaso total -se escuchó acotar-.

-De eso nos encargamos nosotros -detalló Jacky-. Usted sólo tiene que firmar acá, y dejarse llevar y traer del set. Siete semanas de filmación, aquí mismo, en el Caribe y en Londres. Este es el estipendio.

El dinero era mucho menos de lo que Nicolás hubiera imaginado que le pagaban a Daniel Craig o Pierce Brosnan. Pero quintuplicaba su indemnización.

-Necesitaría consultarlo con mi esposa -aclaró Nicolás-.

-Penosamente -insistió Jacky-. Es ahora o nunca. Seleccionamos un par de ciudades, ofertamos y nos retiramos. Nos quedan por visitar dos vecinos más de esta urbe. Luego continuamos por países limítrofes. Un helicóptero me aguarda en la terraza adyacente.

Nicolás firmó.

Cuando finalmente regresó Lara, que no había olvidado la llave, Nicolás le expuso el contrato firmado, con la esperanza de demostrarle que tras una gran catástrofe podía advenir un milagro.

-¿Esta miseria te van a pagar? -espetó Lara, antes de agregar en su conocido rubro retórico-:

-Pero… ¿Cómo un agente secreto?

-No te lo puedo explicar mejor que como lo dice el contrato. Le ponés signo de interrogación a definiciones que se explican si les quitas los mismos signos.

-No puedo seguir casada con vos -declaró Lara, tras un silencio indeterminado-.

-Comprendo -dijo sin comprender Nicolás-.

Pero le resultaba patético, casi similar a las preguntas retóricas, enunciar: “¿Por?”-

De todos modos Lara intentó argumentar:

-Siempre fuiste un don nadie. Me mantenías: es verdad. Pero nunca tuviste acento. Y ahora ni siquiera trabajas. Este contrato… Miserable… Donde te emplean precisamente por ser un don nadie… Hablarás el resto con mi abogado. No quiero verte cuando regrese.

Esta vez Lara no dio el portazo. La película nunca se filmó: una subordinada de Jacky le escribió por mail a Nicolás, a principios de 2025, que la pandemia lo había cambiado todo, y aquel proyecto ya no resultaba rentable para la compañía. Los intereses del gran público se columpiaban. Retendrían el personaje original. De todos modos, con lo que le pagaban por la película suspendida -la indemnización de Porter se le había esfumado entre el divorcio y el alquiler-, podía sostenerse hasta avizorar un futuro. Antes, durante y después de la pandemia, seguía siendo imprevisible.

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