Hace exactamente 80 años nació Jim Morrison, el cantante y líder del grupo The Doors, cuya carrera y temprana muerte lo convirtieron en ícono cultural de una época.
Tuvo todos los atributos para ser una estrella: joven, atractivo, sexual y sensual, vocalista singular, protagonista de un dramático vía crucis de excesos y búsquedas al límite, lector empedernido, escritor y poeta. Era dueño de un temperamento explosivo, aunque esclavo de una timidez extrema, según sus compañeros de ruta.
Merced a su no tan típica formación de teclado, guitarra y batería, además de la prodigiosa voz de su líder, el cuarteto desarrolló un sonido que transitó el territorio del rock por fuera de los carriles habituales.
Pero sin duda alguna, la presencia escénica, la carga teatral y espiritual, la impronta vocal, el impulso de rebeldía y la potencia poética de Morrison definieron una producción artística y una elección de vida que resultan difíciles de escindir. Y, también, difíciles de transitar con semejante intensidad más que por un breve periodo, para la mayoría de los mortales.
Jim Morrison: joven, atractivo, sexual y sensual, vocalista singular. Foto: AFP Un valor agregado para que pasara a la categoría de mito fue su trágica muerte, amplificada por la escena de su cuerpo inerte en la bañera de su piso en el barrio parisino de Le Marais, donde la mañana del 3 de julio de 1971 lo encontró su novia, Pam Courson.
Sus últimos días
El cantante había llegado a la capital francesa intentando desconectar del ritmo que le había impuesto a su vida el papel de estrella de rock que tan bien había desempeñado desde mediados de los ’60, al frente de los Doors. El objetivo era, entonces, limpiarse de su adicción a las drogas y el alcohol. Además de recuperar inspiración.
Sin embargo, tal vez no fuera París, con sus encantos y tentaciones a flor de piel, el mejor lugar para que una personalidad adictiva como la suya encontrara el sosiego que desde hacía tiempo pedía, literalmente, a los gritos. Tampoco, habrá que suponer, ayudaba demasiado la compañía de Courson, también colonizada por la heroína.
Jim Morrison (a la derecha) junto a The Doors hacia el final de la carrera de la banda. Morrison arribó a la ciudad europea en marzo de 1971, casi irreconocible para quienes guardaban su imagen esbelta, elegante, vestida de cuero y llena de exotismo que lo había consagrado como el gran símbolo sexual del rock.
Al contrario, a los 27 años tenía la panza inflada por culpa de la cerveza y su cara parecía a punto de estallar, debajo de una barba que nada tenía que ver con la prolijidad hipster. Morrison estaba quemado, física y creativamente.
Los problemas con la ley
Y como si eso fuera poco, el juicio por exhibiciones obscenas que enfrentaba tras la denuncia que lo incriminó por sus actitudes en el escenario del Dinner Key Auditorium de Miami había resultado en una sentencia de seis meses de prisión que lo esperaban en los Estados Unidos como una espada de Damocles pendiente sobre su cabeza.
Jim Morrison en vivo con The Doors. Por cierto, tal vez hubiese tenido más sentido procesarlo por su penosa y decadente performance artística, que bien podría haber justificado el reclamo de la devolución del valor de la entrada.
Para el cantante, dilear con la posibilidad de ir preso no era algo nuevo. Ya en 1962 se había tenido que enfrentar con «la ley», mientras estaba en la Universidad Estatal de Florida. ¿Qué hizo? Le robó el casco y un arma al policía que cubría el partido de fútbol americano que había ido a ver. El veredicto: “Estaba borracho”.
La escena -la del arresto- se repetiría, inclusive sobre el escenario, cuando el 9 de diciembre de 1967 la policía se lo llevó a la rastra por haber hablado mal de un señor de azul que lo había reprendido por estar teniendo sexo en la zona del backstage reservada a la banda.
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En New Haven, en 1967.
Más adelante, Morrison también terminó bajo las garras del FBI, tras de protagonizar un episodio escandaloso durante un vuelo en el que él y un amigo, Tom Baker, se convirtieron en el terror de las azafatas. Esta vez el acta caratuló: “Conducta ebria y desórdenes públicos”.
Justamente eso era, en parte, lo que Morrison buscaba dejar atrás yéndose a París. Si hasta él mismo se la pasó vociferando que el rock estaba muerto, en la eterna zapada Rock Is Dead, incorporada a la edición 50° aniversario del álbum The Soft Parade.
El Rey del «rock orgásmico»
Con su viaje a París, atrás también quedaban varios discos, el revelador The Doors (1967), el consagratorio Strange Days (1967), el transicional Waiting for the Sun (1968), el ‘experimental’ The Soft Parade (1969), el fantástico Morrison Hotel (1970) y el «best seller» L.A Woman, que pusieron a The Doors a jugar para siempre en las grandes ligas.
The Doors:Jim Morrison, Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore.También dejaba en el archivo de la memoria del rock los distintos apodos que lo identificaron durante su carrera. El más popular fue El rey lagarto, pero también estaba Mr. Mojo Risin y el autoimpuesto El rey del rock orgásmico, que le caía como anillo al dedo al sex symbol que desde el escenario provocaba con su «ahora tocame, nena».
Un apodo, este último, abonado no sólo por Courson y la «goupie» Josepha Karcz, que luego hizo de una noche de pasión un libro, sino también por Janis Joplin, Christa «Nico» Päffgen, de The Velvet Underground and Nico, y Grace Slick, de Jefferson Airplane, que en alguna ocasión aseguraron haber tenido sexo con Jim.
Por cierto, cuentan que Morrison trató mal a Joplin en una fiesta, y ella le respondió atacándolo con una botella de alcohol. Eso sí, nadie dio detalles acerca de si estaba llena o vacía, aunque tratándose de Janis, no hay muchas posibilidades de equivocarse. Así terminó su único encuentro «amoroso».
No obstante, la vida sexual, revelada y sospechada, está muy lejos de agotarse en ese puñado de nombres; al contrario, sobran los testimonios que hablan de una infinidad de relaciones ocasionales, y no faltan quienes aseguran que Morrison era bisexual.
Jim Morrison, un ícono del rock que murió a los 27 años. Foto: APUn dato tanto disruptivo para alguien nacido de un padre almirante de la marina estadounidense, cuya profesión obligó a la familia a un estilo de vida nómade típico de las familias militares, y marcado por una disciplina castrense basada en reprender a los chicos hasta las lágrimas, en pos de que reconozcan sus «fallas».
Ese contexto opresivo le da absoluto sentido a la decisión de Morrison de llevar la mínima expresión el contacto que mantenía con su familia, a tal punto de haber afirmado en alguna oportunidad a la prensa que sus padres estaban muertos.
Pasión por la literatura
El joven Jim estaba cada vez más familiarizado con la literatura. Un universo de ficción y realidad aumentada en el que convivían en orgiástica armonía William Burroughs, Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Adolf Huxley, Franz Kafka, Albert Camus, Jean-Paul Sartre y Oscar Wilde.
Nada que su padre no llegara a comprender con el paso del tiempo, y hasta admitiera como una legítima consecuencia del ninguneo al que fue sometido su hijo en sus primeros intentos de avanzar en el mundo -y la industria- de la música.
Precisamente, entre 1969 y 1970 el cantante publicaría dos volúmenes separados de su poesía, titulados The Lords / Notes on Vision y The New Creatures; y otros dos fueron publicados después de su muerte. Además, sus viejos compañeros de ruta, Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore le pusieron música a poemas suyos en el álbum An American Prayer.
Detrás, una mezcla de influencias de diferentes autores se combinaba con el consumo de peyote, marihuana y LSD, por momentos en cantidades industriales, se sumaba al del alcohol para constituir una fuente de inspiración a la vez que de lenta e inexorable autodestrucción.
En el medio, The End, The Unknown Soldier, Break On Through, People Are Strange, Riders on the Storm, Roadhouse Blues, Waiting for the Sun, L.A. Woman, Love Me Two Times, la maravillosa Alabama Song (Whisky Bar) de Kurt Weil y Bertoldt Brecht, Light My Fire…
Algunas de su propia pluma, otras -entre ellas varias de las más importantes-, de la de Krieger, no pocas de autoría compartida, todas canciones que cimentaron una trayectoria breve pero artísticamente contundente, en la que se condensaron bajo el paraguas del rock distintas influencias que van del jazz y la música clásica a la música española y el blues.
Su última escala
Pero Morrison había decidido que ya había tenido demasiado de todo eso, cuando en marzo del ’71 abordó el vuelo que lo llevó a la «ciudad luz». Allí lo esperaba Courson, que había estado alojada con Jean de Breteuil, un aristócrata traficante de drogas íntimo de Keith Richard y Anita Pallenberg.
El hombre, según consta en cuanta fuente sea consultada, era el puente a través del cual la heroína circulaba entre Londres y París, y presumiblemente el dealer principal de la novia de Morrison, que no alentaba para nada el ambiente de «sanación» que pretendía el artista.
Al principio, la pareja se quedó en el hotel Georges V, luego pasó un tiempo en L’Hotel, donde había muerto Wilde, y finalmente se instaló en un departamento alquilado en 17, Rue Beautreillis en Le Marais. Siempre lo suficientemente cerca del lado «oscuro» de París, que ejerció un irresistible poder de atracción para Morrison.
Aún así, la historia oficial cuenta que la noche previa a su muerte, Morrison cenó en un restaurante chino y más tarde vio la película Pursued, con Robert Mitchum, en el Action Lafayette, y que regresó a su hogar para acostarse. Luego, según contó a la policía, Courson se despertó sobresaltada por la respiración fatigada de Jim, quien le avisó que se iba a dar un baño.
Allí, sumergido en la bañera, lo encontró Pam, a las 6 de la mañana. Un médico fue llamado en algún momento de las siguientes… ¡72 horas! El diagnóstico determinó que el músico había muerto de insuficiencia cardíaca.
Fans reunidos en la tumba de Jim Morrison en Pere-Lachaise, París. Foto: APFinalmente, su cuerpo fue retirado del departamento y fue enterrado en el cementerio de Père Lachaise, en el que comparte la lista de famosos con Frédéric Chopin, Wilde, Macel Marceau, Honoré de Balzac, Edith Piaf e Yves Montand, entre otros famosos, y donde su tumba se transformó en una suerte de santuario de peregrinación de fans.
Un misterio y varias teorías
Sin embargo, esos tres días que el el cuerpo permaneció en el lugar donde supuestamente murió y las versiones que siguieron al entierro del músico, de cuyo velorio participaron apenas cinco personas, siguen sembrando dudas en torno a lo que realmente sucedió con Morrison.
Más aún, a partir de la decisión de no llevar a cabo la autopsia del cuerpo, en virtud de que el forense no encontraba rastros de algún posible delito. Y también debido a las distintas versiones que Courson dio de los hechos, tiempo después.
En su libro Wonderland Avenue, Danny Sugerman, el manager de The Doors que sucedió en el puesto a Paul Rothchild, consigna que la chica declaró en primera instancia que Morrison había muerto de una sobredosis de heroína, después de haber inhalado lo que había creído que era cocaína.
Pero aunque Alain Ronay, uno de los amigos más cercanos del músico, convalidó los dichos al afirmar que efectivamente la ingestión de la droga le provocó una hemorragia al cantante, y que Courson se quedó dormida en vez de llamar una asistencia médica, Sugerman apuntó a que Courson fue cambiando su declaración.
Esa inconsistencia dio lugar, lógicamente, a una serie de especulaciones que tomaron el cuerpo de teorías conspiratorias, una de las cuales, aportada por un periodista británico, puso el foco en la intención de la C.I.A. de eliminar figuras contraculturales.
Otra, brindada de primera mano por la ex de Mick Jagger Marianne Faithfull, abonó la idea de que Morrison murió a manos de De Breteuil, por entonces en pareja con la cantante.
«Fue a ver a Jim Morrison y lo mató», afirmó a la revista Mojo, en una entrevista, y agregó que estaba segura de que había sido un accidente. «¿La bofetada fue demasiado fuerte? Sí. Y él murió», completó Faithfull. De Breteuil nada pudo decir al respecto. Murió en 1972.
Una tercera opción es la que en 2007 sumó a la confusión general el ex gerente del night-club Rock n’ Roll Circus, Sam Bennett, quien afirmó que Morrison había muerto en un baño del club a causa de una sobredosis de heroína, y que su cuerpo había sido llevado hasta su departamento para evitar un escándalo.
Bernett relató que un par de narcotraficantes arrastraron el cuerpo hasta un taxi y lo llevaron hasta su casa. «Estábamos seguros de que había estado inhalando heroína porque le salía espuma de los labios y sangre«, escribió Bernett en su libro The End: Jim Morrison.
Finalmente, quien puso la frutillita del postre de la desinformación fue el propio tecladista de The Doors, Ray Manzarek, fallecido en 2013, quien recordando una conversación de 1970 con Morrison, se preguntó si Morrison no acababa de fingir su muerte para comenzar una nueva vida y dejar atrás sus problemas.
En 2016, Internet se llenó de informes de que Morrison estaba vivito y coleando en el estado estadounidense de Oregon, viviendo bajo el nuevo nombre de William Loyer, en verdad un granjero que aparentemente se parecía en algo al bueno de Jim. Lo suficiente como para mantener el mito activo por un rato más.