“Mi padre siempre me decía que todos los empresarios eran unos hijos de puta, pero hasta ahora nunca lo había creído”.
La frase la dijo un presidente de Estados Unidos hace sesenta años pero que tiene cierta reminiscencia actual tras la declaración de esta semana de Luis Caputo, el ministro de Economía de la Argentina, quien cargó contra las compañías de medicina privada (prepagas) por la suba de las cuotas que cobran a sus afiliados: “Le están declarando la guerra a la clase media”, tuiteó tras los aumentos de más de 100% registrados desde diciembre. “Nosotros desde el gobierno vamos a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para defender a la clase media”.
John Fitzgerald Kennedy fue aquel mandatario estadounidense que dijo la frase contra los hombres de negocio de su país. En abril de 1962, tras varios meses de negociación, su gobierno había llegado a un acuerdo salarial con los principales sindicatos y ejecutivos de las empresas siderúrgicas, como medida destinada a mantener baja la inflación en todo el conjunto de la economía.
El ataque de Kennedy contra los empresarios se filtró a la prensa. Los días siguientes, entonces, tuvo que salir a matizar sus palabras. Pero en privado siguió diciendo lo mismo, según contó el historiador Arthur Schlesinger, asesor especial del gobierno del presidente demócrata, y que escribió en un diario de memorias sobre su paso por la Casa Blanca con el que ganó el National Book Award (Premio Nacional del Libro de EE.UU.). Kennedy, hijo de un empresario, no es que quisiera derrotar a los hombres de negocios de su país amenazándolos con bajarles el precio de sus productos, contó Schlesinger, sino que él quería demostrar que era un hombre de negocios —su padre había sido empresario— y entendía el mercado.
En la posguerra en Estados Unidos existió una Oficina de Administración de Precios, que difundía una lista de precios máximos y de bienes que se prohibía producir con fines comerciales irrestrictos. Aunque con Kennedy esa oficina ya no existía más porque la inflación había cedido y porque los economistas consideraban que el mejor método para mantener a raya los precios era a través de la política monetaria, desplegando al máximo el uso del herramental matemático y modelístico, el gobierno estadounidense continuaba trabajando acuerdos con los sectores económicos más delicados para fijar unos precios concretos en función de las circunstancias.
“Un aumento del salario de los trabajadores por encima del ritmo de la inflación, sobre todo en el acero y el petróleo, aumentaría el costo de los otros productos, que a su vez tendría que trasladarse a los consumidores. El plan de Kennedy para controlar los salarios de los trabajadores siderúrgicos era modesto y basado en la cooperación. Su equipo económico esperaba que le diera cierto margen para aplicar una política fiscal más agresiva sin preocuparse por la posibilidad de pasarse de la raya y aumentar la inflación”, cuenta el autor Zachary D. Carter en un libro sobre J.M.Keynes y donde narra cómo las ideas del economista inglés influyeron en los gobiernos de Estados Unidos.
Acuerdo, tregua, pacto de caballeros. Son todos eufemismos que los políticos de todo el mundo, no solo de la Argentina, en algún momento utilizaron —y seguirán haciéndolo— cada vez que la inflación desafía sus gestiones. Desde Kennedy en la época de la posguerra hasta Milei en el siglo XXI, intentando ya sea establecer un techo para mayo y junio en los aumentos salariales que pretenden el sindicato de Camioneros y su secretario general, Hugo Moyano, o fijar multas a empresas de medicina prepaga por los aumentos recientes.
Pero en política las traiciones están a la orden del día y más cuando hay plata de por medio en las negociaciones.
“Unos días después de que Kennedy cerrara el acuerdo —sigue Carter—, el presidente de la US Steel [N.E.: una empresa de producción siderúrgica con plantas industriales en EE.UU. y Europa], Roger Blough, informó en tono despreocupado a Kennedy que de todos modos iba a aumentar los precios seis dólares por tonelada. Después de haber utilizado a Washington para rebajar las elevadas demandas salariales de sus empleados, Blough tenía la intención de permitir que sus accionistas disfrutaran los beneficios de los aumentos de los precios”.
Así como el destino del keynesianismo estadounidense de los demócratas había pasado a depender de la relación de Kennedy con los magnates empresariales de ese país, quizá el destino austríaco-argentino pase a depender del éxito de la relación de Milei con Elon Musk pero también de un acuerdo precios-salarios con los empresarios argentinos para llegar y sostener la inflación en un dígito en los próximos meses.