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Resistencia
9 marzo, 2025

Tengo un chisme

Vamos a poner los puntos sobre las íes: con el chisme no se juega. Si a Javier Milei no le gustó la publicación del The New York Times sobre el criptogate que lo tiene en el ojo del bitcoin, en la loma de la realidad virtual y con el QR por el piso no es culpa del chisme ni del diario que se hizo eco de él. En todo caso, que abstenga de recalentar el smartphone escribiendo en X mientras busca el MODO de hallar una blockchain que le dé seguridad para cuando no se sienta commodity con la big data y deba bajarse de la nube. Siempre quise poner todo eso en una misma frase.

¿Qué me provoca enojo, querido lector? Que minimicen el chisme: fuente de sabiduría e inspiración infinitas. Peor aún: que intenten bajarle el precio a la mayor cantera de chismes, la peluquería. Pero hay algo todavía más importante: estudios médicos de varias prestigiosas universidades extranjeras han concluido que el chisme hace bien a la salud, que reduce el estrés y aumenta el bienestar general bajando el cortisol y liberando oxitocina, conocida como la hormona de la felicidad. ¿Cu tul?

Perdóneme la falta de academicismo, pero al chisme no hay con qué darle. La peluquería que frecuento es uno de los lugares que más disfruto. Ahí conocí una vez a la pareja del mayor acusado de un megahecho de corrupción. Entre reflejo y reflejo saqué más letra para una nota que en seis meses de trajinar los pasillos del Congreso. Rubén y Miguel, mis entrañables amigos peluqueros nos atienden como reinas y nos hacen resúmenes de chismes conforme los intereses de cada clienta. Cada tanto, descorchamos un champagne para celebrar un cumpleaños que ni siquiera es de ese día. La cuestión es celebrar lo que sea. El resultado de una elección general es más hechizante que adivinar el final de una novela turca. Eso sí. Avanzamos con cuidado. Según quién haya ganado en las urnas, abrimos o no el debate. No vaya a ser cosa que terminemos agarradas de los pelos por nuestras diferencias políticas, justo en el lugar donde pagamos para que los emprolijen. Allí supe de la genialidad de las series coreanas que me estaba perdiendo, obtuve no solo el contacto sino una recomendación especial para franquear la puerta que sistemáticamente me cerraba el fiscal que llevaba un tema periodístico candente, una médica-clienta me hizo la receta que había perdido y quedé bizca con el relato del narco que tenía de vecino y que yo creía más bueno que galgo rescatado.

Y le digo más: el chisme nos puede hacer ricos. No hace mucho se viralizó la historia de una mujer colombiana que ¡los vende!. Y dice que, con el producto de ese “trabajo”, se pudo comprar dos viviendas.

Dice llamarse Myriam y tener 67 años y que no deja nada librado al azar: que lleva toda la data en un cuaderno y hasta tiene fotos de infidelidades que cuelga en una cartelera de “evidencias”, así como hace Eliseo, el protagonista de la serie El encargado, con el fisgoneo a los propietarios e inquilinos que persigue y extorsiona.

La buena de Myriam tiene una táctica parecida a la del personaje de Guillermo Francella. La mujer infiel le paga dinero para que no le cuente al esposo y el esposo, también infiel, le paga para que no le vaya con el chisme ni a la mujer ni a los hijos. Una estafadora, sin culpa ni pena… de cárcel, al menos hasta que esa nota salió a la luz.

Ahora entiendo por qué en muchas empresas el “radiopasillo” tiene tantos adeptos. Era una cuestión de salud, no de cretinadas. Hablando de salud, especialmente de salud mental, le tengo un chisme querido lector: lo dejo unas semanas porque me tomo vacaciones. ¡La de chismes que le voy a juntar!. Hasta la vuelta.

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