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5 noviembre, 2024

Le pedimos a ChatGPT y a Gemini que imiten a Cortázar: ¿qué cuento es mejor?

Los chatbots que ahora están en auge, basados en inteligencia artificial generativa, no crean; en cambio, imitan. En el detrás de escena de ChatGPT y Gemini hay millones de datos, que se inyectan en sus venas mecánicas en la instancia del entrenamiento. Así, cuando esos sistemas entregan contenido, lo que hacen es revisar su base de información y actuar en consecuencia, en escasos segundos. Es parecido a lo que hacemos los humanos, aunque sin la dosis de creatividad que por el momento conservamos como seña exclusiva.

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Una de las tantas habilidades de los chatbots es la escritura, no solo de textos cuadraditos. También podemos exigirles cierto vuelo literario. Aunque, repetimos y enfatizamos, la IA generativa no tiene el don de la creación. ¿Qué hacen? Revisan datos, imitan y son capaces de generar un nuevo ordenamiento en base a los esquemas que ya conocen. Por ejemplo, si pedimos “escribí un poema con el estilo de Neruda”, en un abrir y cerrar de ojos visitará los que están en sus archivos y generará algunos versos emulando el rictus del autor chileno.

Le pedí eso mismo a Gemini, el chatbot de Google, y soltó esto: En el manto de la noche, cual joya sin igual, / La luna se asoma, bañando el cielo lunar. / Su luz plateada desciende, cual tenue velo, / Envolviendo la tierra en un místico sosiego. Me fui al buscador web clásico para chequear que no sea una burda copia, palabras por palabra. Si bien las temáticas que aborda son muy de Neruda, el poeta jamás escribió esas líneas.

Los chatbots no crean, imitan. (Foto: Adobe Stock)

Los chatbots no crean, imitan. (Foto: Adobe Stock)

Para seguir exigiendo a ChatGPT y Gemini, pediremos que se pongan a escribir copiando el estilo de Julio Cortázar. ¿Cuál de los chatbots lo hace mejor, con más destreza? Además, ¿qué variables de esos sistemas nos revela esta prueba, más allá de la estricta capacidad para imitar al autor de Historias de cronopios y de famas?

ChatGPT imita a Julio Cortázar y tropieza con los laberintos de Jorge Luis Borges

La experiencia con el chatbot de OpenAI fue singular, al menos en el arranque. Con la instrucción “escribí un cuento breve con el estilo del escritor argentino Julio Cortázar, empleando sus temáticas más recurrentes”, el modelo de IA arrojó el siguiente texto, titulado El sueño del tapir.

El tapir soñó con un laberinto. No era un laberinto común, con paredes altas y enredaderas que susurran secretos. Era un laberinto de tiempo, donde cada pasillo conducía a un momento distinto de su vida. Podía ver su infancia, los días de juego junto al río, y también su vejez, una sombra tranquila bajo el sol.

El tapir avanzaba con la serenidad de quien entiende que el laberinto no tiene salida, solo recorridos. De pronto, giró a la derecha y se encontró con su madre, quien lo miraba con los mismos ojos tiernos que recordaba. Quiso acercarse, pero al dar el primer paso, ella desapareció, y en su lugar apareció una noche estrellada, la misma noche en que conoció al viejo jaguar.

El tapir recordó esa conversación con claridad. El jaguar le había hablado de la selva de los sueños, un lugar donde todo era posible, donde las sombras eran tan reales como los cuerpos que las proyectaban. “Aquí, las historias se entrelazan como lianas”, había dicho el jaguar, “y los sueños tienen el poder de cambiar la realidad.”

El tapir, aún soñando, sintió un escalofrío. ¿Qué era esta selva de los sueños sino el mismo laberinto que recorría ahora? Al tomar otro giro, se encontró en la cima de una colina. Desde allí, podía ver todos los caminos del laberinto extendiéndose como raíces bajo la tierra. Cada camino era un sueño, y cada sueño una posibilidad. Entendió entonces que no era un prisionero del laberinto, sino su creador.

Despertó con el alba, el corazón palpitando con una fuerza nueva. A su alrededor, la selva susurraba suavemente, como invitándolo a descubrir sus secretos. El tapir se puso en pie, y con la sabiduría de sus sueños, comenzó a caminar, sabiendo que cada paso era una historia que aún no había sido escrita.

¿La IA generativa es capaz de escribir con el estilo de Cortázar? Pusimos a prueba a ChatGPT y a Gemini. (Foto: Archivo)

¿La IA generativa es capaz de escribir con el estilo de Cortázar? Pusimos a prueba a ChatGPT y a Gemini. (Foto: Archivo)

Sin analizar aquí el estilo y profundidad del texto —aunque no me contengo y digo que aquel no es un cuento digno de ser cortazariano, ni siquiera propio de las obras más tempranas del autor—, es llamativo que ChatGPT haya elegido el laberinto como tema. Siendo que los modelos de IA generativa pueden conversar, o algo parecido a eso, le trasladé mi desconcierto. “¿Por qué elegiste el laberinto si te pedí un cuento con el estilo de Cortázar, considerando que esas estructuras son un clásico en la literatura de Borges?

Me pareció extraño que ChatGPT haya aprendido a dar excusas. Esta fue su respuesta: “He elegido la temática del laberinto porque es una metáfora rica y versátil que puede resonar con el estilo de Julio Cortázar, aunque no es exclusiva de su obra. Cortázar frecuentemente explora temas de la realidad y la percepción, lo fantástico y lo cotidiano, y la complejidad de la mente humana. El laberinto es una imagen que puede encarnar estas ideas de manera evocadora”.

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Suscribite acáDespués de su justificación, quiso contentarme. Sin que yo se lo pida, dijo que escribiría otro cuento breve, pero con una temática diferente. “Más en línea con la obra de Cortázar”, prometió. Luego escupió sin demora un texto titulado La noche de las cartas. Seré un lector exigente, pero lo cierto es que tampoco me gustó. En todo caso, no está mal tratándose de una máquina puesta a emular la creatividad humana.

Esa noche, Ricardo encontró una carta en su buzón, sin remitente ni sello. El sobre, amarillo por el tiempo, tenía su nombre escrito en una caligrafía antigua, casi familiar. Intrigado, lo abrió y sacó una hoja de papel que exhalaba un leve aroma a lilas. “Querido Ricardo”, comenzaba la carta, “sé que esto te parecerá extraño, pero debo advertirte sobre la visita que recibirás esta noche. Será a las diez en punto y cambiará tu vida para siempre”.

Miró el reloj: faltaban veinte minutos para las diez. Se dejó caer en el sillón, la carta temblando en sus manos. ¿Quién podía saber de una visita inminente? La ansiedad se apoderó de él mientras los minutos pasaban lentamente. A las diez en punto, como un reloj suizo, sonó el timbre. Abrió la puerta y se encontró a sí mismo, de pie en el umbral. El otro Ricardo, idéntico en todos los aspectos, lo observaba con una mezcla de tristeza y urgencia.

“Sabía que no creerías la carta”, dijo el Ricardo de la puerta, “pero tenía que intentarlo.”

Sin palabras, Ricardo lo dejó entrar. Se sentaron en la sala, frente a frente. El visitante explicó que venía de un futuro cercano, donde un pequeño pero crucial error lo había llevado a un camino de desdicha. Había encontrado la manera de enviar la carta y advertirse a sí mismo. “No te quedes esta noche,” aconsejó el visitante. “Sal de la casa y no regreses hasta mañana. Si lo haces, evitarás la cadena de eventos que arruinarán nuestra vida.”

Ricardo, aturdido, asintió. Sin más explicaciones, el visitante se levantó y salió, dejándolo con una cabeza llena de preguntas. Sin embargo, decidió seguir el consejo. Salió de la casa y pasó la noche en la ciudad, vagando sin rumbo. Al regresar por la mañana, encontró su casa intacta. Sin embargo, había otra carta en su buzón. Al abrirla, la reconoció: era la misma que había recibido la noche anterior. Miró el reloj y vio que eran las diez en punto. El timbre sonó, y Ricardo, con una extraña sensación de déjà vu, abrió la puerta.

Frente a él estaba otro Ricardo, idéntico al primero, que lo miraba con tristeza y urgencia. “Sabía que no creerías la carta,” dijo el visitante, “pero tenía que intentarlo…” Y así, comprendió que estaba atrapado en un ciclo, un laberinto temporal del cual no sabía cómo escapar.

Gemini tropezó con la misma piedra

Cuando tipeo la misma instrucción en Google Gemini —”escribe un cuento con el estilo del autor argentino Julio Cortázar”— la sorpresa me invade por completo. Por alguna razón, el chatbot de Google también recogió una variable borgiana. Su cuento automatizado se titula El Aleph de la esquina. Para desprevenidos, cabe recordar que El Aleph es uno de los textos más célebres de Borges, que además da nombre a uno de sus libros, publicado en 1962. Para colmo, el cuentito de Gemini comienza hablando de la calle que lleva su nombre. Un detalle: en la avenida que menciona, aquella arteria es Serrano.

Le pedimos a ChatGPT y a Gemini que imiten a Cortázar: ¿qué cuento es mejor?

En la esquina de Borges y Corrientes, entre el bullicio de la ciudad y el aroma a café rancio, se erguía un viejo edificio de ladrillo, con ventanas como ojos vacíos que observaban el paso del tiempo. Allí, en el ático polvoriento, habitaba un hombre llamado Lucio, un ser excéntrico y solitario, obsesionado con la búsqueda de lo infinito.

Lucio pasaba sus días hurgando entre libros antiguos, mapas desgastados y objetos curiosos que acumulaba en su refugio. Entre sus tesoros más preciados se encontraba un viejo espejo ovalado, heredado de su abuela, que según la leyenda familiar poseía propiedades mágicas.

Una noche, mientras Lucio observaba el espejo a la luz tenue de una lámpara, notó una pequeña protuberancia en la superficie del cristal. Con curiosidad, la presionó con su dedo y, para su asombro, el espejo se onduló como un charco de agua y reveló una imagen que lo dejó sin aliento.

En el reflejo del espejo, Lucio no vio su propio rostro, sino un laberinto infinito de pasajes y escaleras que se extendían en todas direcciones. Era como si el espejo contuviera el universo entero en su interior, un aleph donde convergían todos los puntos del espacio y del tiempo.

Fascinado por su descubrimiento, Lucio se adentró en el laberinto del espejo, recorriendo sus pasajes sin fin y encontrando escenas de la vida real que se desarrollaban en diferentes lugares del mundo. Vio guerras y desastres, nacimientos y muertes, momentos de alegría y de tristeza, todo reflejado en las paredes del laberinto como en una gran pantalla.

A medida que exploraba el aleph del espejo, Lucio se sentía cada vez más abrumado por la vastedad del universo y la insignificancia de su propia existencia. Comenzó a cuestionar su cordura y a dudar de la realidad misma.

Una noche, mientras se adentraba en las profundidades del laberinto, Lucio se encontró cara a cara con su propio reflejo. Pero la imagen que vio no era la de un hombre anciano y solitario, sino la de un niño lleno de sueños y esperanzas.

En ese momento, Lucio comprendió que el aleph del espejo no era solo un portal a la realidad, sino también un reflejo de su propio interior. Al confrontar su pasado y sus miedos, Lucio finalmente encontró la paz y la aceptación.

Desde ese día, Lucio ya no se obsesionó con la búsqueda de lo infinito. En cambio, se dedicó a vivir el presente con plenitud y a apreciar la belleza del mundo que lo rodeaba. El aleph del espejo siempre estuvo allí, en el ático polvoriento, pero Lucio ya no lo necesitaba para encontrar su camino. Lo había encontrado en sí mismo.

Le pedimos a ChatGPT y a Gemini que imiten a Cortázar: ¿qué cuento es mejor?

Arremetí con una pregunta similar a la que le hice a ChatGPT. “¿Por qué has elegido El Aleph como temática, siendo que solicité un cuento con el estilo de Julio Cortázar? Debo señalar que El Aleph es un cuento y un tema que todos los lectores asociamos a Jorge Luis Borges”. La respuesta del chatbot fue más larga que su cuento.

Comenzó diciendo “tienes razón”. Luego, habló mucho sobre Borges y nada sobre Cortázar. Una decepción. Sentí algo parecido a cuando uno de los nuestros no sabe muy bien de qué está hablando o qué se le pregunta, y en lugar de decir “no tengo idea” apela a los conocimientos que sí dispone, aunque poco y nada tengan que ver con la consulta inicial.

Un detalle antes de avanzar. El protagonista del extrañísimo El Aleph de la esquina se llama Lucio, igual que el personaje de La banda, un cuento que Cortázar publicó en 1956.

Una hipótesis y una esperanza

Lo que sigue no es una teoría comprobada. En cambio, es una hipótesis, una idea que no pude chequear fehacientemente, aunque sí, en parte, con un segundo experimento. Creo que ChatGPT y Gemini tuvieron taras porque en el pedido incluí la indicación “autor argentino”. Cuando encontraron esa variable en el prompt —así se llama a las instrucciones que reciben las IAs generativas— los sistemas apuntaron a Borges, uno de los principales referentes de la literatura argenta, en lugar de enfocarse en el autor que pedí emulen.

Le pedimos a ChatGPT y a Gemini que imiten a Cortázar: ¿qué cuento es mejor?

¿Cómo fue la segunda experiencia, antes mencionada? En el prompt fui más concreto: “Escribe un cuento breve con el estilo de Julio Cortázar”, eludiendo la indicación “escritor argentino”. Entonces, ChatGPT y Gemini no se marearon. Para no abrumar con más textos mecánicos, mencionaré algunos de los comportamientos que tuvo el chatbot de OpenAI. Mencionó a París, ciudad en la que por muchos años residió el autor, incluyó descripciones como “ojos profundos” y planteó una escena en la que se describe la relación entre un hombre y una mujer, similar a la que se plantea en las primeras secciones de Rayuela, cuando el protagonista habla de La Maga.

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Esto no enseña algunas cuestiones relevantes sobre los chatbots, más allá de sus capacidades literarias. Una de ellas: es sumamente importante el modo en el que se redactan los prompts, en los que hay que conseguir un complejo equilibrio entre el resumen y el detalle. Otra: que los modelos de IA generativa no son perfectos.

Colgándose de esa última reflexión, emerge una esperanza para los que aman la literatura hecha por humanos. Si revisamos la calidad de los cuentos de ChatGPT y Gemini, los escritores de carne y hueso pueden respirar tranquilos. Al menos en este momento, las máquinas no se erigen como una nueva competencia para ellos.

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