¿Está atrasado el tipo de cambio? Esta pregunta ha tomado centralidad en la discusión económica. La evidencia sugeriría que “ni”. Medidos al dólar oficial, algunos productos de la canasta de consumo tienen un valor no muy distinto que en el extranjero. En algunos rubros, como indumentaria y electrónicos, estamos caros; en otros, como alimentos o restaurantes, baratos. Cuando tomamos una canasta amplia y la evaluamos con perspectiva histórica, no pareciéramos estar caros, ni baratos; más bien, promedio.
El problema no es si estamos caros, sino la certeza de que pronto lo estaremos, si el gobierno continúa con la estrategia de ajustar el tipo de cambio oficial al 2% mensual, por debajo de la inflación. En Equilibra estimamos que durante el segundo trimestre se acumularía una inflación de entre 25% y 30%, mientras que el tipo de cambio oficial aumentaría sólo un 6%. La inflación se mantendría alta debido a los fuertes ajustes tarifarios en gas, electricidad y transporte. El resto de los precios, en cambio, seguiría desacelerándose gracias a que el tipo de cambio y los salarios viajarían por debajo de la inflación y a que la brutal caída de la demanda estrangularía los márgenes de las empresas y los comercios.
Nuestras proyecciones sugieren, entonces, que a fines de junio tendríamos un tipo de cambio equivalente a $725 a precios de hoy; vale decir, 16% menor a los $ 865 que cuesta el dólar mayorista por estos días. Sería un tipo de cambio atrasado, semejante al de fines de 2017, cuando la economía argentina acumulaba un déficit externo de 5,2% del PBI y se encaminaba hacia una severa crisis cambiaria.
El gobierno muy probablemente mantenga su camino hacia el atraso cambiario porque le rinde en materia desinflacionaria. Es más, parecería no ver en esto un problema. Deja trascender que, si elimina el déficit fiscal, el valor que adopte el dólar no debería generar preocupación porque sería en definitiva un precio determinado sin que el Estado emita dinero para financiar su déficit.
Hay dos problemas con este razonamiento. Uno es que la determinación de los tipos de cambio está fuertemente influida por las restricciones que pesan tanto sobre el mercado de cambios, como en el de bonos (MEP y CCL); vale decir, todavía no sabemos cuál es el valor de un dólar verdaderamente libre.
El segundo es la amplia evidencia histórica en materia de tipos de cambio atrasados en situaciones de superávit fiscal. Un ejemplo es el de la economía chilena antes de la crisis cambiaria de 1982.
El problema es, tal vez, más conceptual. Muchos creemos que, durante los próximos años, Argentina deberá mantener un significativo superávit comercial para generar un flujo positivo de dólares. Nuestro país tiene compromisos de deuda pública, deuda atrasada con importadores y necesita, además, acumular reservas en el BCRA para garantizar la estabilidad macroeconómica.
Estamos hablando de muchos dólares: un stock de no menos de U$S 25.000 millones de deuda comercial atrasada y alrededor de unos U$S 10.000 millones de servicios de deuda pública nacional y provincial por año.
Agreguemos a la cuenta una modesta meta anual de acumulación de reservas de otros U$S 10.000 millones, para llegar a fines de 2027 con un stock de reservas de alrededor del 5% del PBI. Nada muy exigente: Perú, una economía bimonetaria como la nuestra, mantiene un stock de reservas en torno al 30% de su PBI.
No vemos en el horizonte —digamos, de mínima, hasta las elecciones de medio término— que el país pueda recibir financiamiento externo de una magnitud tal que permita no sólo cubrir estas necesidades, sino también un déficit de cuenta corriente, aun cuando se consiga el equilibrio fiscal. Al menos una parte del flujo de dólares necesarios deberá provenir del ahorro doméstico; vale decir, de un superávit externo. Para que eso ocurra, Argentina deberá convivir con un tipo de cambio más bien “alto” que, según nuestros cálculos, es mayor al actual.
Al igual que otros colegas, creo conveniente acelerar el ritmo de devaluación y evitar el atraso. Ciertamente, una mayor tasa de devaluación ralentizará el proceso desinflacionario. Pero no hay recetas mágicas: no se puede corregir un atraso cambiario y tarifario y, al mismo tiempo, bajar la inflación. La estrategia actual corre el riesgo de desembocar en un salto cambiario brusco, que genere más inflación, recesión y frustración social. No es un escenario que queramos transitar.
Martin Rapetti es Director Ejecutivo de Equilibra.