Una buena camisa para hombre en Nueva York puede costar US$ 50; en el centro de Buenos Aires, de US$ 65 para arriba.
Las zapatillas de marca para running en Miami pueden llegar a los US$ 150; en Buenos Aires ayer se ofrecían a US$ 165 al punto que hasta los turistas miraban asombrados los precios.
El hecho de que un litro de leche, un pan lactal o una botella de gaseosa de primera marca cuesten más medidos en dólares en la Argentina que en Estados Unidos o en España forma parte del paisaje de los precios de las últimas semanas.
La inflación en dólares avanza al calor del aumento del costo de vida en pesos y la baja de los dólares libres, al punto que lleva al Gobierno a formular algunas comparaciones muy polémicas.
En por lo menos tres ocasiones en las últimas semanas, Javier Milei le puso otra cara a la inflación en dólares al hablar del nivel de las jubilaciones.
El Presidente aseguró que, al asumir, las jubilaciones (promedio, se entiende) representaban US$ 80 y que ahora, con el bono, los jubilados pasaron a ganar US$ 200.
Es un cálculo válido desde lo matemático, pero riesgoso para millones de integrantes de la clase pasiva que tuvieron una violenta pérdida de poder adquisitivo en diciembre, enero y febrero al calor de la devaluación que disparó el aumento del costo de vida.
La inflación en dólares que vive la Argentina responde a un cruce fuerte de variables entre el índice de precios minoritas y el dólar blue.
En enero, la inflación -que es la suba persistente en el costo de vida- fue de 20,6%; en febrero, de 13,2%, mientras que el dólar blue retrocedió 16,4% en el período.
La conjunción de aumento del numerador y la disminución del denominador generó el salto de los precios medidos en dólares. Y, además, en un contexto particular respecto de la remarcación de los principales productos de consumo.
El tablero de los precios en pesos está sometido en estos días a la sensible revisión por parte de los directivos de las empresas, que a fin de 2023 encararon un fuerte aumento de los stocks para protegerse de la devaluación y ahora enfrentan una también fuerte caída de las ventas.
La conclusión de un encuentro reservado de los CEO de empresas de cierta magnitud a comienzos de este mes fue que, en promedio, las ventas cayeron entre 25% y 35% en el primer bimestre.
Parte de esa baja se justifica por la caída del poder de compra de las jubilaciones y los salarios; otro tanto por la recomposición de los precios relativos (suba de combustibles, tarifas, alimentos desde la devaluación de diciembre) y también por la estrategia del sector privado de recomponer los márgenes de venta.
En otras palabras, al calor de la devaluación y la liberación de los precios, las empresas maximizaron los aumentos. El problema es que ahora se encuentran llenas de productos que no pueden vender a los precios que el mercado puede absorber.
La baja de precios es un capítulo que no forma parte del ideario de los empresarios argentinos, acostumbrados y formados al calor de la inflación y de los controles oficiales que ahora se desvanecieron aunque, para muchos, el cepo cambiario sigue siendo un dique de contención para mantener el «agua» en sus precios de venta.
La baja del dólar tampoco estaba en los manuales, al igual que las encuestas, como la última de Poliarquía, que señala que «la presunción de que la economía del país estará mejor en un año pasó de 45% a 49%, el valor más alto desde fines de 2017″.
Y ese optimismo se da en un contexto en el que las economías familiares están siendo muy afectadas por el ajuste.
«El 54% de los entrevistados sostiene que no les alcanza el dinero» y aparece como muy palpable uno de los mayores temores económicos: «el 69% está muy o bastante preocupado de que alguien del hogar pueda perder el empleo».
En los 100 primeros días de gestión, el gobierno de Milei recoge el beneplácito del mercado financiero: la recuperación de los bonos es fuerte, también de las acciones y la baja del dólar reflejan que le creen lo que se presenta como el postulado principal: tener déficit cero.
Y ese resultado se compadece con la idea de que la inflación comenzó a ceder y que el objetivo de tener una inflación de un dígito en abril se presenta como posible.
Los mercados festejan y los empresarios apoyan el resultado de los 100 primeros días. Sin embargo, también llegaron a una conclusión palpable: no prevén aumentar las inversiones hasta tanto el Presidente logre que el Congreso le apruebe algunas de las leyes que el Gobierno considera clave.
Cierto nivel de convivencia política resulta, en la visión de los empresarios, esencial para pensar en aumentar la inversión privada y poder compensar en alguna medida la fuerte caída de la inversión pública a la que apuntan la licuación y la motosierra presidencial.
Los empresarios aplauden el superávit fiscal, pero quieren ver también cuán sustentable políticamente resulta el esquema de Milei, un Presidente que dice que se comunica directamente con el pueblo por las redes sociales y demuestra estar convencido de que las formas no son importantes para lograr objetivos políticos.
Esos empresarios quieren ver cómo decanta el barullo para pensar en invertir. ¿Habrá llegado otro tiempo para los audaces?