No todo es color de rosas al pasar de Android a iOS. El relato de una experiencia con ilusiones, desencantos y el siempre necesario acostumbramiento.
02 de diciembre 2023, 05:26hs
Un monotribustista como yo rara vez lleva en el bolsillo la última versión del iPhone. Por cosas del destino y de la profesión, el pomposo teléfono llegó a mis manos y estoy probándolo a tiempo completo. Mis hijos lo codician al compararlo con sus equipos ya baqueteados, y mis amigos me tildaron de snob cuando respondí una llamada mientras tomábamos un café y junto a mi oreja brilló una manzanita. A un lado de la mirada ajena, mi vínculo con el más avanzado celular de Apple es un mejunje de sensaciones. Lo recibí a préstamo con ilusión, pero a la experiencia le falta un cachito de aceite.
Una larga relación con Android
Pronto cumpliré 42 y pasé mi adolescencia sin celular. Cuando teníamos una urgencia, había que reunir monedas —y luego una tarjeta que nos parecía modernísima— para usar teléfonos públicos. Nadie nos llamaba durante un partido de fútbol o en un paseo a cielo abierto. Entré al mundo de los móviles con un Nokia más resistente que bonito, pasé a un BlackBerry regalado por un editor de una redacción que ya no existe, y desembarqué en Android hace una década con el primer Moto G. Luego, siguió una larga sucesión de dispositivos con el sistema operativo móvil de Google.
En estos días con el iPhone 15 Pro Max soy como esos tipos que se divorcian, tienen una cita y se la pasan hablando de su ex. No es sencillo soltar todas las costumbres adquiridas. A pesar de mi ilusión al recibir el smartphone que Apple presentó en septiembre, bien al norte del mapa, mi experiencia exhibe más tropiezos que fluidez. Esto ocurre —reconozco— a pesar de que mi currículum dice “periodista especializado en tecnología”.
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Más alegorías: al pasar al iPhone y soltar Android por primera vez en una década, siento algo parecido a lo que ocurre cuando te sentás al volante de un coche que no es tuyo. El punto del embrague es otro, y así la marcha carece de naturalidad. Por eso, estás más erguido en al asiento y menos relajado. También es como cuando uno se muda de casa, y durante un tiempo se tantean los interruptores de la luz allí donde estaban en los ambientes que ya no se habitan.
Algo como aquello me pasa con el nuevo teléfono. Cuando pongo el dedo en la pantalla, mi automatización aún cree que interactúa con un Android.
iPhone: ¡no sos vos, soy yo!
El iPhone 15 Pro Max que ahora sostengo en la mano es encantador, siempre y cuando no miremos su precio de venta, especialmente en el mercado argentino. Hay que desembolsar más de 2 millones de pesos. Tiene una pantalla de 6.7 pulgadas con espectacular resolución y tasa de refresco de 120Hz, el procesador de Apple A17 Pro, sistema operativo iOS 17, un nuevo botón de acción, marco de titanio y cámaras poderosísimas. Además, tal como contamos en TN Tecno en ocasión del anuncio oficial, integra la primera serie de smartphones de Apple con ranura USB-C, la misma que incluye el batallón de móviles con Android.
Aquello, en parte, hace que esta transición temporal sea un poco más fácil: no tengo que usar un nuevo cable para darle energía al ostentoso aparato. Por lo demás, hay asuntos que sí me estorban: el mejor teléfono del mundo tiene algunas cosas horribles para los que convivimos muchos años con Android. Para empezar, Apple mete mano en las aplicaciones. Por ejemplo, en WhatsApp muchos elementos aparecen en lugares diferentes. Esto, sin mencionar los muchos problemas que tuve para pasar mi historial de chats.
También cambian los gestos en la pantalla. No se permite el slideloading, del que hablamos anteriormente. Safari, el navegador de los de Cupertino, se obstina en colocar la barra para la URL al pie, diferente a Chrome. Cuando se instalan las aplicaciones de Google, Apple se pone testarudo y algunos procesos de sincronización se vuelven tediosos. En estos días, he querido encender la linterna sacudiendo el celular —tal como hacía con mi Motorola de 2022—, para luego recordar cómo se hace en un iPhone 15.
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A esto se suma lo que pasa en cualquier configuración desde cero: elegir contactos favoritos, ordenar los íconos en las pantallas, entregar y denegar permisos, elegir sonidos, temas, alarmas, etcétera. La app del banco me sacó canas verdes, pidiéndome mil claves nuevas y obligándome a recordar las respuestas a preguntas como “cuál es el nombre de tu primera mascota” y el de mi abuela materna. El salto de Android a iOS no es un viaje precisamente armonioso.
Admito, por lo demás, que en estos días no he percibido los problemas de sobrecalentamiento que algunos usuarios del nuevo iPhone reportaron y que Apple, según dijo, remedió.
Hay que reconocer que el iPhone 15 Pro Max es precioso. Por eso, le digo a Siri —representante humanizado del dispositivo— que no la culpa no es suya, sino mía. Supongo que no hay nada que la costumbre no pueda remediar y que el paso del tiempo limará las asperezas entre nosotros, antes de que deba regresarlo.