De la misma manera, un técnico en aeronáutica de 27 años invernará en la misma base para mantener los equipos del Laboratorio Antártico Multidisciplinario Marambio (Lambi) del Instituto Antártico Argentino (IAA), y es capacitado por su antecesor, un especialista en Mecatrónica (conjunto de conocimientos sobre informática, electrónica, mecánica y electricidad) formoseño de 25 años.
El área de Vigilancia de la Atmósfera del SMN, y el Lambi, del IAA, son oficinas diferenciadas que comparten el Pabellón Científico en Marambio.
En la terraza del mismo, ambas instituciones instalaron los equipos que deberán monitorear y, de ser necesario, arreglar durante el invierno antártico.
«No es la primera vez que soy la primera mujer en un puesto técnico, porque en mis trabajos anteriores también me ha pasado. Trato de vivirlo con naturalidad. Cuando uno se compromete con el trabajo que hace, se interioriza y se lo toma en serio, no importa el género y siempre me ha tocado trabajar con compañeros a la par», dijo a Télam Lucero junto a Matías Ignacio Martorano (24), estudiante de Programación de la UTN Pacheco, oriundo de la localidad bonaerense de Tigre.
Sobre la función que cumplirán en la Antártida, Martorano destacó: «Nos aseguramos de que los datos que aquí procesamos lleguen a grupos científicos porque el fin global de darle una explicación a los fenómenos de la atmósfera termina siendo de relevancia mundial».
Para Lucero, «la atmósfera no entiende de fronteras. Todo lo que pasa en la Antártida termina teniendo efectos en otras partes del mundo. Los datos que relevamos sirven para que investigadores a nivel nacional e internacional puedan llevar a cabo estudios ambientales y climatológicos».
Los 20 instrumentos del SMN que deben monitorear están distribuidos entre la terraza del pabellón y el «shelter», un refugio con forma de contenedor, ubicado a 800 m de la estación.
«El instrumental que usa el SMN está en muy pocas partes del mundo y en estaciones muy remotas. Así que cada vez que alguien nuevo llega a la base es la primera vez que ve ese instrumento», explicó junto al equipo invernante el experimentado asistente de aplicación científica, Gustavo Copes (39), de La Pampa, que ya invernó en la Antártida y se encuentra temporalmente en Marambio para terminar de capacitar a Lucero y Martorano.
Uno de los objetivos del programa de Vigilancia de la Atmósfera es monitorear las concentraciones de fondo, y para esto buscan lugares que estén afectados de la manera más indirecta por la actividad humana.
Para ingresar al contenedor, a donde van una vez por semana de a dos y con una radio, los invernantes se descalzan para cuidar la limpieza del lugar y evitar que entre polvillo a los equipos allí existentes.
«Con temperaturas bajo cero, muy extremas, tener que reemplazar un cable que se te rompe en la mano porque está congelado o poner una cinta aisladora, se vuelve un desafío. Los guantes dificultan la motricidad fina», explicó Lucero.
Y Martorano agregó que trata «de no pensar mucho en el invierno, pero entiendo que la dinámica de grupo va a cambiar. La motivación y el ánimo decaen en esa época del año. Trato de tomarlo con cautela, y como un desafío. Es la superación de uno mismo y el desarrollo profesional».
Al ingresar al Lambi, primero se ven diez pantallas encendidas en distintas posiciones que muestran gráficos y estadísticas, que deben monitorearse todo el año.
Esta será la primera invernada para Juan Ignacio Kersevan (27), técnico aeronáutico oriundo de Ciudad Jardín El Palomar, que llegó a principios de enero a la Antártida.
En Marambio, todavía se encuentra su antecesor, el joven formoseño Facundo Penayo (25), experto en Mecatrónica, quien se quedará hasta marzo para instruir y transmitir su experiencia a Kersevan.
«Pasé de 40° a -20°C», dijo Penayo a Télam al recordar su viaje sin escalas desde Formosa a la Antártida.
«Me ha pasado de tener semanas en la que todo funcionaba bien y otras de caos, en las que, por el exceso de frío y viento, los equipos exteriores empezaron a actuar de forma extraña, algunos incluso se apagaron o congelaron. Tuve que bajarlos desde la terraza y repararlos lo más rápido posible para reinstalarlos», compartió el joven con esta agencia.
Y concluyó: «Si un equipo está roto o falla es nuestro deber repararlo. Cada minuto que no esté midiendo son minutos de datos perdidos y, en los modelos anuales utilizados cada minuto perdido es un dato que le quita precisión a la investigación», concluyó.