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Resistencia
18 noviembre, 2024

Aryna Sabalenka, campeona del Australian Open: la leona rugiente que rió primero y rió mejor

Toda historia de una gran campeona o de un gran campeón empieza como un juego. Por eso, lo que está viviendo Aryna Sabalenka, flamante bicampeona del Australian Open, es una cronología muy linda de desarrollar. Todo empieza en ese primer día que uno tuvo contacto con una raqueta. Alcanzaba con pegarle y que la pelota fuera de rastrón por el piso para sentir que el primer paso se había dado. La pasión empieza a crecer a medida que las habilidades naturales y adquiridas se van potenciando. Y con ese crecimiento uno termina por comprender que trabajando todos los sueños se pueden concretar.

Entender que uno cuenta con potencial para competir, no obstante, tiene un doble filo. Les permite a los deportistas, por un lado, inflar el pecho. Pero también, con el correr de los años, empieza a generar una gran presión. Hay que aprender a vivir con ellas, a encontrar motivación tanto en los objetivos logrados como en las decepciones. Y ese fue el camino que transitó Sabalenka, que llegó al circuito profesional como una jugadora de enorme potencia, con muchísima fuerza, pero siempre debió batallar con sus inconsistencias. Y ese, tal vez, fue el principal adversario que tuvo que superar.

Su servicio, por momentos, parecía indomable e incontrolable. Era un dolor de cabeza para ella. Y eso la llevó a tener tropiezos. Sin embargo, tuvo la gran capacidad para irle encontrando una solución a los problemas. Le sobraba tenis, pero tenía que trabajar en la mentalidad, que no era su parte fuerte. Y la llave apareció cuando entendió que esos tropiezos eran el costo operativo del siguiente gran éxito. Se dio cuenta de que para lograr grandes cosas debía aprender a afrontar los malos momentos y que el problema real no era el problema, sino de la manera en que ella los intentaba solucionar. Entendió que había que buscar la salida de otra manera. La desesperación, la angustia y el enojo solamente conducían a la impotencia.

Sabalenka llegó a este torneo con la vara muy alta y como, ella misma decía, poniéndose sobre su espalda la mayor exigencia a pesar de haber hecho final la semana previa a este torneo de Grand Slam. Elevó las las exigencias y claramente, dentro del equipo, ella era la primera en la fila para cumplir con el objetivo. Así terminó ganando el torneo de una manera contundente. Y, más allá del trofeo que sumó y los dólares y puntos que embolsó, su mejor sensación debe ser que pudo llegar y afrontar esta gran final asumiendo la responsabilidad de que era la amplia favorita. Que todo pasaba por ella.

De ese modo, borró de la cancha a la china Qinwen Zheng. En una hora y 16 minutos de juego y cediendo apenas cinco games, cumplió al pie de la letra con con el plan original. Supuso que la diferencia de velocidad y la regularidad en su juego le iba a complicar la vida a su adversaria que no había enfrentado a jugadoras entre las 50 mejores del mundo en su camino hacia la definición. Y eso fue lo que sucedió en el Rod Laver Arena. Es muy difícil estratégicamente, salvo que uno tenga muchísimos recursos, trabajar contra esa potencia y esa claridad para bajar al mínimo los errores no forzados.

La introspección no le quitó su otro gran combustible que es su carisma y su sonrisa indeleble. Vimos a una Sabalenka que se paseó por el Melbourne Park con un estado de ánimo espectacular, siempre feliz, con un equipo que mostró tener una enorme energía y que entendió que en un deporte híper profesional no puede faltar la alegría ni la distracción. Porque justamente funciona como el fertilizante de todos los aprendizajes que uno va teniendo día a día. Desdramatizar los malos tragos, aprender de ellos, disfrutar el momento, entendiendo que el tenis principalmente es un juego y que honrar las raíces es justamente no olvidarse cómo todo empezó. Parece haber entendido que no debe traicionarse para lograr grandes cosas. Claro que hay muchas presiones. Pero uno nunca se puede olvidar, y ella lo tiene muy claro, que tiene que seguir siendo un juego. Por eso su alegría. Por eso ese espíritu jovial. Comprendiendo que jugar al tenis a ese nivel es un verdadero privilegio.

Aryna Sabalenka y su equipo. Foto: Fiona HAMILTON / AFPAryna Sabalenka y su equipo. Foto: Fiona HAMILTON / AFPTambién fue liberador. Ella misma se había planteado una suerte de compromiso: cumplir el deseo que compartía con su papá de lograr dos títulos de Grand Slam antes de los 25 años. Eso terminó siendo otra motivación porque perdió su padre hace cuatro años. También vivió momentos difíciles por cuestiones políticas que le pegaron de rebote como la guerra de Rusia y Ucrania y su proximidad al presidente de Bielorrusia… No le quedó otra que tratar de convivir con esas situaciones que muchas veces generan enormes interferencias en esa búsqueda de excelencia, en esa necesidad de estar centrados y alineados.

Sabalenka empieza ahora a elevar un poco más la vara. Porque nos lleva al recuerdo de aquella Serena Williams que era difícil de parar porque no había forma de «bajarle el volumen» o desinflarle la pelota para que no te moliera a palos durante los partidos. Un saque potente que se combina con una derecha que conmueve eran sus cartas de presentación. Ahora le sumó al menú sabiduría y fortaleza. Todo se sintetiza en ese león rugiente tatuado de su antebrazo izquierdo que le sirve para recordar que nunca debe bajar los brazos cuando las cosas no salen.

Su coronación en Australia deja además de cara al futuro un muy lindo escenario para el tenis que viene. Porque plantea uno de esos choques de estilos que terminan siendo magnéticos. Ella ya era potente, pero ahora es regular y estable. Es fuerte. Por eso, la polaca Iga Swiatek, por más que siga siendo la número uno del mundo, ya sabe que Sabalenka, la chica de la sonrisa constante, es una gran amenaza para su reinado. El que ríe primero, a veces, también ríe mejor.

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