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29 noviembre, 2024

Las navidades solidarias de China Zorrilla, la actriz que pasó a la historia por su talento y su generosidad

La artista rioplatense, de la que se cumplieron 100 años del nacimiento, escribió páginas de anécdotas, públicas y privadas, sobre su capacidad para ayudar a los que la necesitaban.

Mariana Mactas

31 de diciembre 2023, 05:45hs

La actriz rioplatense, de la que se cumplieron 100 años del nacimiento, escribió páginas de anécdotas, públicas y privadas, sobre su generosidad y capacidad de ayuda a los que la necesitaban.

La actriz rioplatense, de la que se cumplieron 100 años del nacimiento, escribió páginas de anécdotas, públicas y privadas, sobre su generosidad y capacidad de ayuda a los que la necesitaban.

Dedicó tiempo de sus Nochebuenas a llevar gente en su auto, porque los veía en la parada. El colectivo tardaba y le angustiaba la idea de que llegaran tarde a sus casas si ella podía evitarlo. Le regaló 37 mil dólares que había cobrado por un choque a un taxista. La anécdota es famosa: se pusieron a charlar y al enterarse de que el hombre estaba endeudado, no dudó en darle la plata; ocho años después, el trabajador se la devolvió.

A ella, China Zorrilla, que venía de una de las familias de alcurnia más importantes del Uruguay, no le sobraba el dinero. Pero tampoco conocía la duda si podía ayudar a alguien. Cuando en 2022 se cumplieron 100 años de su nacimiento, el Uruguay le dedicó el Día del Patrimonio. La edición número 28 de una fiesta tan tradicional como multitudinaria y apasionada, por lo que los identifica. Mucho más que el pasado: una riqueza.

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Cuando en 2022 se cumplieron 100 años de su nacimiento, el Uruguay le dedicó el Día del Patrimonio

Cuando en 2022 se cumplieron 100 años de su nacimiento, el Uruguay le dedicó el Día del Patrimonio

Se llamó “cultura a dos orillas”, porque la actriz de Esperando a la Carroza, Elsa y Fred, Conversaciones con mamá y tantas obras de teatro, que la tuvieron como directora o en el escenario, fue un símbolo de lo rioplatense. Tenía cincuenta años cuando dejó su país, en plena dictadura, para exiliarse en Buenos Aires. No volvería hasta sus noventa, y nunca dejaría de unir, de comunicar, todo lo bueno de ambas orillas.

En Buenos Aires, vivió en la calle Montevideo y luego, en Uruguay. Daba su dirección así: “La calle Uruguay, qué otra podría ser”. Con ese acento de clase alta con calle, y ese sentido del humor asardinado siempre presente. Hasta cuando parecía que no estaba prestando atención, con la mirada clavada en su tejido a dos agujas, surgía de ella un comentario ácido, agudo, que revelaba todo lo contrario. El pasito se mantuvo cerca mientras transitaba, en la Argentina, los trabajos más importantes de su carrera. Antes —y después—, había viajado por el mundo.

Hija del escultor de Artigas, José Luis Zorrilla, nieta del poeta de la patria Juan Zorrilla de San Martín, fue la segunda de cinco hermanas, y la única que no se casó ni tuvo hijos. En su lugar, fue la tía de 23 sobrinos y la más histriónica entre los Zorrilla de la casa familiar en Pocitos, siempre llena de gente, siempre ocupada por ardientes conversaciones de arte y política. Las anécdotas de su proverbial generosidad, aspecto menos conocido de su vida pública y privada, se guardan con amor en ese ámbito familiar.

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“Es muy difícil seleccionar algunos rasgos de una persona tan multifacética como China que tuvo tan larga vida —dice su sobrino Hugo Estrázulas—. Recuerdo que varias veces compartimos el desayuno en su departamento de Buenos Aires. Siempre estaba provisto de mermelada y tostadas, y paralelamente encaraba un difícil crucigrama: el “Claringrilla”, que siempre completaba. A mí me aficionó al mismo, y en Montevideo empecé a seguirlo diariamente. No era raro que China me telefoneara desde Buenos Aires para ver cómo había resuelto alguna de las interrogantes que planteaba. Agregamos una amistad ‘crucigráfica’. Era frecuente cuando la visitaba que me pidiera que trajera a Montevideo una serie de sobres para diferentes destinatarios. Estos solían ser viejos actores de teatro que atravesaban situaciones complicadas. Nunca vi el contenido de los sobres, pero lo presumo”.

Fue su amigo íntimo, Carlos Perciavale, el que compartió su asombro por la desaprensión, el desapego de la actriz con el dinero. Cuando en su departamento de la calle Uruguay daba una nota en vivo y decía “Yo no creo en los bancos”. Mientras mostraba, con la cámara encendida, que guardaba la plata entre las páginas de los libros de su biblioteca. Y también Perciavale, que se ha comprometido para casarse a sus 82, el que relató con su gracia única la historia del taxista, en una célebre entrevista a Canal 9 en 2014.

El personaje de Elvira, interpretado por China Zorrilla. La actriz uruguaya murió el 17 de septiembre de 2014. (Foto: Captura de video /NA)

El personaje de Elvira, interpretado por China Zorrilla. La actriz uruguaya murió el 17 de septiembre de 2014. (Foto: Captura de video /NA)

“Sabía que ella había cobrado un dinero y la estaba esperando para decirle que mi hermano había tenido un problema impresionante y necesitaba darle una mano. Ya hice todo lo que pude, pero preciso de cualquier manera que me prestes veinte mil dólares, le dije. Y ella me dijo ‘no tengo veinte mil dólares’. ‘¿Cómo que no tenés, si te acaban de entregar cuarenta mil dólares?!’, ‘Te juro que no tengo’, abrió la cartera y me mostró, ‘me quedan tres mil nada más’. ‘¿¿Y qué hiciste con los otros treinta y siete??’ ‘Se los presté al taxista’. ‘¡¿Cómo se los prestaste al taxista?!’ ‘Sí, porque empezamos a conversar y entonces me contó que tenía la casa hipotecada, que no puede pedir préstamo en los bancos, no puede hacer nada…’, ‘Y usted, ¿cuánto precisaría para resolver ese problema?, le pregunté’, ‘Y, imagínese que necesito 37 mil dólares, quién me va a dar ese dinero?’ Y China abrió la cartera, sacó tres de los cuarenta y le dijo ‘tome, 37 mil dólares no se preocupe, ya me los devolverá cuando pueda’. Fue así que, siete u ocho años después, estábamos jugando canasta en su casa con Tita Tamames y otras personas y vino la mucama negra, uruguaya, que tenía, y le dijo “señora la buscan”. Al ratito vimos venir a China de vuelta, contando, 35, 36, 37… los miles de dólares que el taxista le había devuelto. El hombre le dijo que no había venido antes porque le había llevado ese tiempo juntar la plata. “‘Por uno solo que te devuelva lo que le has prestado vale la pena la cantidad de personas que no me han devuelto’, nos dijo. Estaba contenta”.

”La China era un ser mágico, absolutamente mágico —dice Solita Silveyra—. Podía aparecer en cualquier lugar, a mí todavía se me aparece. Y era, es, porque yo la tengo viva, la generosidad andante. Me acuerdo de sus relatos, no viví ninguna Navidad, no pasé ninguna Nochebuena con ella recogiendo vagabundos por la calle y llevándolos a comer, pero sí me acuerdo de sus cuentos. Son todos los que vos decís y muchos más. Pero creo que es un momento para destacar la generosidad hacia el otro, en el que debemos todos ser generosos y ojalá que la ayuda de China desde el cielo, esa onda que tenía ella de estar para el otro, de ser para el otro, sea un ejemplo que cunda en nuestra sociedad. A veces somos muy egoístas y a veces muy solidarios, hay que encontrar un equilibrio. La magia se hizo presente, la China, gracias a tu pregunta, otra vez conmigo”.

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El director teatral Agustín Maggi sí fue testigo de esas navidades mágicas, dedicadas a los otros, porque él mismo se había beneficiado de su confianza y generosidad. Maggi había llegado a Buenos Aires con 32 años, en 1993, para trabajar como asistente de dirección del estadounidense David Hammond. Como Hammond se bajó del proyecto cerca del estreno, Maggi terminó conociendo a China, que era entonces una señora en sus setenta que había pasado a ser la directora de Perdidos en Yonkers, con Solita Silveyra, Lydia Lamaison, Graciela Pal y Rubén Stella en el elenco, entre otros.

“Estuve cuatro años en Buenos Aires, del 93 al 97 —dice Maggi—. Cuando llegué para trabajar, la producción de la obra me había puesto un departamento que no estaba mal, pero no tenía aire acondicionado. Conocí a China un 15 de noviembre, y en enero estaba instalado en su casa. Ella me insistió, me dijo que el verano en Buenos Aires era muy duro y que no podía estar sin aire. Así que a poco de conocerme y de empezar a trabajar juntos, yo, como su asistente, se fue de gira a Mar del Plata con Eva y Victoria (con Luisina Brando en ese tiempo) y me dejó las llaves de su casa. Desde ese momento fui su secretario personal. Le cargaba la cartera, iba con ella a todas partes. Supe de sus recorridas en Navidad, llevando gente en las paradas, de su ayuda a los actores sin laburo que la necesitaban. Es que ella era así, desprendida, como decimos en Uruguay. Le gustaba mucho sentarse en los cafés, pero en la vereda. Recuerdo que una vez se paró una señora a charlarle, y le contó una larga historia, con el objetivo evidente de sacarle plata. Cuando terminó de contar, China abrió la cartera y le dio un dinero. Y cuando la mujer se fue, le pregunté: ‘¿a vos te parece que ese cuento chino era verdad?’. Ella me miró y me dijo ‘No sé pero, ¿y si es verdad?’. Nunca me voy a olvidar”.

«Generosidad», la palabra que describe a la China Zorrilla.

”Para los 23 sobrinos, fue una muy cercana segunda madre —dice Estrázulas—. Mi madre era la mayor de las hermanas. Sus dos primeros hijos fueron mujeres. Cuando mi abuelo veía cada vez más compleja la posibilidad de tener descendencia masculina, nací yo, el tercero de los hermanos y primer varón descendiente de mi abuelo. En los almuerzos que reunían a toda la familia, China solía relatarnos los papeles que estaba ensayando y nos recitaba partes del texto de cada obra. Muchas terminamos aprendiéndolas; a todas la íbamos a ver”.

Sobre su generosidad, también hay recuerdos familiares, en las palabras de su sobrino, que fue abogado en lugar de teatrero, pero siempre se mantuvo muy cerca de su tía artista. “Ella tuvo una educación católica, donde los valores de amor al prójimo (quererlo tanto como a tí mismo), del desinterés, siempre los tuvo presentes y los ejerció (aunque no fue de ninguna manera una practicante religiosa). Siempre sostuvo que el dinero era un medio y jamás un fin.

Si bien su familia nunca fue adinerada, todos trabajaban y estudiaron los que pudieron. Ella fue una actriz muy exitosa y si lo hubiera querido seguramente habría logrado sumar importantes cantidades. Pero ese no era su objetivo y fue más feliz compartiendo lo que ganaba que acumulándolo (lo que benefició a los que tenía cerca y a los que no estaban tan cerca). El desapego por el dinero era un rasgo familiar: su abuelo siempre sostuvo que a él lo hacía feliz, lo que los demás despreciaban, y estuvo siempre más cerca de las dificultades económicas que de los excedentes (tenía 16 hijos). Consideraban que tener dinero podía ser más bien perjudicial, si se le tenía como único objetivo.

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