“Hasta siempre, querido Hugo. Hoy nos dejó un verdadero grande del arco argentino y sudamericano. Siempre en mi corazón y en el de toda la familia Fillol. Mucha fuerza a sus hijos Lucas y Federico y al resto de sus familiares. Eterno abrazo de palo a palo, amigo y colega”.
Las muy sentidas palabras con las que Ubaldo Fillol despidió a través de las redes sociales a Hugo Orlando Gatti, que falleció este domingo a los 80 años, exponen el inmenso cariño que se tenían, más allá de la rivalidad que los separó deportivamente en los 70 y 80 por defender los arcos de Boca y de River, y por competir por ser el guardavalla titular en la selección argentina para el Mundial 78.
Pero nunca hubo nada que los distancie de verdad. Por más que uno se haya vestido de todos los colores posibles y el otro haya mantenido la sobriedad. Por más que uno haya sido el arquero que llenó de gloria a la Selección y el otro el showman que se reinventó a los 40. Por más que uno haya sido emblema de River y el otro leyenda de Boca, hay algo que une a Ubaldo Matildo Fillol y a Hugo Orlando Gatti más allá de cualquier camiseta, de cualquier clásico, de cualquier época: el respeto. Y, con los años, ese respeto se volvió amistad.
La de ambos es una historia de rivalidad y admiración mutua, escrita entre guantes, atajadas imposibles y tardes en las que el arco era un lugar sagrado. Fillol y Gatti marcaron una era en el fútbol argentino. Fueron contemporáneos, competidores, maestros y referentes. Pero, sobre todo, fueron dos apasionados que entendieron que el verdadero legado está en lo que se transmite con el ejemplo.
“Tuve más duelos con Gatti que con los delanteros. La pica era demostrar día a día quién era el mejor”, recordó Fillol, seis años menor, en 2020 en relación a su rivalidad con Gatti, durante una entrevista con TNT Sports. Allí agregaba: “Yo me sentía el mejor, era imbatible; pero no lo decía. Sólo me dedicaba a trabajar y mejorar, y Hugo hablaba y hablaba”.
Gatti, fiel a su estilo, siempre fue más efusivo y polémico. En 2019, durante una emisión del programa El Chiringuito, resumió: “La única diferencia entre Fillol y yo fue que yo jugaba al fútbol y él atajaba. Yo fui mejor sin lugar a dudas. Bajo los palos fue el mejor arquero argentino, pero yo interpreto que el arquero es un jugador más que tiene la ventaja de poder usar las manos. Yo evitaba tirarme, me adelantaba siempre”.
Durante los años 70 y principios de los 80, los dos se disputaron el título de mejor arquero del país, y probablemente del continente. Gatti, con sus 765 partidos en Primera División —récord absoluto en el fútbol argentino—, atajaba con los pies antes que nadie, salía del área como si fuera un líbero y jugaba con el pelo suelto, una vincha, el pecho inflado y la sonrisa de quien disfruta cada segundo. Fillol, más ortodoxo, más sobrio, era la seguridad hecha persona: reflejos felinos, manos firmes y una obsesión por la perfección técnica que lo llevó a ser campeón del mundo en 1978.
Aunque según la versión de Gatti, eso ocurrió así por decisión suya. “Yo me rompí la rodilla y renuncié en el Mundial 78. Después que le fallé a Menotti nunca más quise volver a la selección. Él contaba conmigo como el único titular”, dijo en esa misma charla en el Chiringuito. En diciembre le comentó a LA NACION: “Era otra época, en donde era más importante lo que uno hacía en su equipo que en la selección. Y si bien yo atajé toda esa serie de amistosos en la Bombonera durante 1977, preferí quedarme en Boca. Salimos bicampeones de América y campeones del mundo por primera vez”.
Las estadísticas dicen que ambos comparten el récord de más penales atajados en el fútbol argentino: 26 cada uno. Que juntos suman más de 1400 partidos. Que protagonizaron incontables superclásicos, que compartieron selección y que coincidieron en muchas convocatorias. Pero hay algo que no se puede medir en números: el cariño mutuo.
Y ese afecto trascendió los campos de juego y las concentraciones. Porque cuando el Pato tuvo que afrontar un severo problema de salud que tuvo su hija Nadia, allí estuvo Hugo para ayudar. Y cuando el Loco tuvo finalmente su partido homenaje, allí estuvo Ubaldo para darle uno de los abrazos más sentidos de esa tarde festiva y llena de nostalgia.
Con el tiempo, la rivalidad mutó en una especie de hermandad futbolera. Como si el paso de los años limara asperezas y dejara al descubierto lo esencial: dos tipos que amaron el arco con locura. Dos tipos que marcaron una era. Cada uno con un estilo propio y bien definido.
Desde entonces, cuando se cruzaron en algún programa o en un evento, el saludo nunca fue formal. Hubo abrazos, bromas, anécdotas, risas. Se disfrutaron siempre. Y los que fueron testigos de esos momentos siempre agradecieron. Porque verlos juntos era como tener al yin y el yang del arco argentino en carne y hueso.
“Con el querido ‘Loco’ Gatti fuimos rivales, no enemigos. Marcamos una hermosa época en el arco del fútbol argentino, cada uno con su propio estilo. Quién fue ‘el mejor’ es algo que decidirán los hinchas y el periodismo. El tiempo pone a cada uno en su lugar”, resumió el Pato hace unos años a través de sus redes sociales.
En una época en la que los debates se reducen a “Messi o Maradona”, “Boca o River”, la historia de Gatti y Fillol viene a demostrar que también se puede ser rivales y amigos. Que el respeto no es sinónimo de frialdad, sino de admiración sincera. Que el fútbol puede ser competencia, pero también encuentro.
Y que, al final del camino, lo que queda no es la cantidad de penales atajados ni los títulos ganados. Lo que queda es eso que se ve cuando uno le habla al otro con una sonrisa genuina y desde el corazón. Como fue lo que escribió el Pato para despedir a su gran rival y eterno amigo.
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