En hilera, contra el paredón, un grupo de repartidores busca la sombra para hacer un descanso. Algunos van a comer, así que dejan sus motos con sus cajas de PedidosYa estacionadas frente al depósito del que parten todos los días con sus entregas, en el cruce de Zapiola y Argerich, en San Justo, La Matanza.
Entre ellos está Diego, el chico de 23 años que el miércoles por la tarde fue víctima de un engaño que le costó el robo de su moto. Y que casi le cuesta la vida.
Sus amigos –los otros repartidores que ahora se sientan a tomar un respiro del trabajo– fueron los que tomaron el riesgo de rescatarla del barrio Las Antenas, un asentamiento en Lomas del Mirador, mientras él hacía una denuncia en la comisaría. Diego –que prefiere no dar su apellido– llora cuando se lo menciona a Clarín, porque para él este grupo es una familia que se defiende con uñas y dientes, aún cuando nadie más está dispuesto a hacerlo.
Fueron dos motos rescatadas en asentamientos, en menos de una semana. La de Diego ahora desentona de las demás porque no tiene la luz delantera, y la caja de pedidos se tuvo que reemplazar con una más vieja. Al verla, el chico hace memoria de cómo ocurrió todo.
“Habíamos terminado de comer y nos pusimos a laburar. Yo fui a entregar un pedido de la tienda de bebidas, que eran $ 50.000 en efectivo. Los pagué de mi bolsillo, porque es así, vos pedís algo pero primero te lo paga el repartidor. Esa plata yo la perdí, no la recuperé. Cuando estaba llegando con el pedido a la dirección, en Pagola y Almirante Brown, vi a los pibes que me estaban esperando. Me quedé esperando a media cuadra y vi que uno se acercó y me dijo ‘Diego’. Pensé que como dijo mi nombre el pedido era legal y le dije que sí. Pero ahí me respondió ‘quedate quieto que estás puesto’”, empieza.
Diego les dijo que no les iba a dar nada, que se fueran, y comenzó a forcejear con el primero que lo increpó. El delincuente intentó sacarle el celular, él se resistió y le pidió que, en su lugar, se llevara la moto.
“Siempre dije: prefiero que me roben la moto y no el celular. Así que quiso agarrar la moto, pero me tiró un puntazo y yo le agarré la muñeca y le pegué una piña. Los otros vieron que me estaba parando de manos con este loquito. Vinieron cuatro más. En total eran seis. Yo vi eso y tiré el celular al techo de la casa de una mujer. Y salí corriendo, pero cuando lo hice ellos me tiraron cuatro tiros por la espalda, y de milagro ninguno me impactó”, continúa Diego.
La dueña de la casa dudó en devolverle el celular porque desconfiaba de la situación, pero Diego le comentó lo ocurrido. Fue la mujer la que le devolvió el celular al chico y la que hizo una llamada a la policía, que llegó al lugar pasados unos minutos. Pero no fueron los efectivos los que recuperaron la moto, fueron los amigos de Diego. Aunque nunca antes se habían animado a meterse a Las Antenas.
“Le pude escribir a un compañero y ahí hicieron la movida para recuperarla. La policía no entró porque esperaba una orden de allanamiento, porque la moto se encontraba dentro de un domicilio. Yo me fui a hacer la denuncia, y en ese transcurso localizaron mi moto con el sistema de rastreo, los chicos entraron a la casa y la sacaron. Pero estamos viviendo esta mierda todos los días. Por día un compañero se queda sin moto, a todos los pibes nos robaron”, añade el repartidor.
Uno a uno, los compañeros y amigos de Diego hacen suya esa última frase, enumerando las situaciones de inseguridad que viven a diario al salir a trabajar.
—A mí, cuando tenía bicicleta, me corrieron como tres veces para robarme.
—Yo me tuve que ir a laburar a Ramos Mejía, porque estoy menos expuesto.
—Tengo la moto así porque no se puede andar. Es una lástima tener una moto nueva y tenerla toda desarmada para que no te la roben.
Para todos los que están ahí la moto no es solo una herramienta de trabajo, es el sustento de sus familias. Pero, ¿hace cuánto que las recuperan a costa de poner en riesgo sus propias vidas?
“Venimos hace rato haciendo esto, nada más que ahora llegamos al punto de también ir a recuperarla en un asentamiento. Por ejemplo, yo vivo a la vuelta de la Santos Vega, y no me importó nada cuando tuve que ir a buscar la moto de Mauri. Lo mismo hicieron por mi, no les importó después poder llegar a recibir amenazas de las ratas”, dice Diego. Con ese término se refieren a los delincuentes: ratas.
Tres días antes del caso de Diego, ocurrió el robo a la moto de Mauricio Godoy (21), uno de los más chicos del grupo. A él se la sacaron a punta de pistola y se la llevaron hasta Santos Vega, otro asentamiento de Lomas del Mirador. El grupo “justiciero” fue hasta allá, se metió en caravana, exponiendo sus medios para trabajar y sus vidas y la recuperó.
“En la comisaría no tienen recursos para nada, los móviles están hechos mierda. Nosotros estamos en contacto constante porque les pasamos las novedades de las motos que están robando, pero ellos esperan a cobrar su sueldo para hacer vaquita entre toda la comisaría y arreglar algún móvil. Hay veces que el móvil está parado y nadie hace nada. Todos esperan a cobrar su plata, un sueldo de 800 lucas, para arreglar una herramienta que tendría que arreglar el Ministerio”, expresa.
Por el momento, Diego dice que estará haciendo la mayor cantidad de trabajos que pueda para pagar los faltantes de su moto, que se suman a un choque que tuvo el martes. En un buen día, con doce horas de trabajo, puede llevarse unos $ 40.000, y sabe que cada día que sale el miedo de no volver se hace palpable en la cara de su mamá.
“Ahora estoy pensando en vender la moto y comprarme un auto para ser Uber. Después del robo llegué a mi casa y mi vieja se puso a llorar. Yo no quiero más esto para mi mamá, que piense que puedo salir y no volver más a casa”, concluye Diego.
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Deliverys entraron a una villa en La Matanza para recuperar una moto robada
Todos coinciden en que no hay horario: los robos pasan de día y de noche, repetidamente, y de alguna forma toman los recaudos posibles para evitarlos. Hay zonas a las que saben que no hay que ir, pero, como dicen, los pedidos no se pueden rechazar por política de la empresa.
“El Rey”, uno de los más grandes de este grupo con 39 años, cuenta a Clarín que muchas veces le quisieron robar, en el trabajo y fuera del trabajo, en una obra inconclusa de un paso bajo nivel en la avenida Presidente Arturo Illia, a pocas cuadras de la base de los repartidores. La última vez fue hace dos semanas.
“El barrio está cansado, con miedo. Yo no me bajo de la moto y hay clientes que me esperan en la puerta, mientras miran para todos lados. Yo me despido todos los días: le mando un mensaje a mi hija y a mi señora, porque no sé si voy a volver. La saludo a mi mamá y no sé si voy a volver a mi casa. Los pibes lo mismo, saludan a su familia y no saben si van a volver. No sabemos qué nos puede pasar. Es real, pero es triste. Son pibes los que roban, criaturas”, cuenta.
Para protegerse, comenta que llegó al punto de hacerse una especie de faca, que solo usa cuando toma los pedidos nocturnos. Dice que si tiene que usarla en algún momento lo hará, porque “lamentablemente no hay otra opción, es mi vida o la del otro”.
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Los deliveries justicieros de La Matanza salvaron otra moto
“No podés tener una moto armada y linda porque te cagan robando. La tenemos todo desarmada, pero laburás pensando que te va a pasar algo. Yo dejé un laburo en una pollería para dedicarme a esto, me estoy arrepintiendo. Los que estamos acá es porque no queremos robar, no sabemos robar”, cierra.
MG