A pesar de que Los Beatles ya estaban separados como banda desde 1970, no fue hasta diciembre de 1993 (o sea veintitrés años más tarde de la ruptura, treinta y uno desde el comienzo en 1962 con Love me Do) que un Beatle –Paul McCartney– pisó por primera vez suelo argentino. Lo más cerca que estuvimos antes de eso fue cuando George Harrison, entusiasta fan de las carreras de autos en Fórmula Uno, verdadero “tuerca de Liverpool”, llegó a Brasil en febrero de 1979 para reunirse con su amigo Emerson Fittipaldi.
Pero aquello de música no tenía nada.
Se entenderá entonces que la mayoría de nosotros consideraba esa posibilidad (alguno de Los Beatles tocando en vivo en la Argentina) en aquel momento como una gran utopía. Algo que todos hacía rato habíamos desechado, pensando que nunca iba a ocurrir. Por eso cuando se concretó el milagro, a mediados de 1993, fue como la materialización de un sueño largamente esperado.
Y sucedió (es justo y necesario decirlo) merced a interminables, infatigables negociaciones del empresario local Daniel Grinbank, que en esa época y gracias al 1 a 1 cambiario no paraba de traer grandes artistas a este lado del mundo, generando una etapa en la industria del entretenimiento criollo que difícilmente volvamos a ver.
Algunas cosas en la vida ocurren como una inesperada sucesión de imágenes, de alocadas escenas como surgidas de alguna película de ficción. Y de cierta manera eso fue lo que aconteció con aquella primera visita de Paul McCartney. Todo empezó una mañana de lunes, a comienzos de aquel mismo año, en las oficinas de la compañía discográfica EMI, de la que por entonces el autor de esta nota formaba parte como jefe de prensa.
EMI (las siglas para Electric and Musical Industries) era una empresa multinacional inglesa que tenía en su catálogo a grandes figuras de la música de todo el mundo como Frank Sinatra, Queen, The Rolling Stones y por supuesto a The Beatles.
Reunión semanal de marketing. Quince personas devanándose los sesos para averiguar cómo vender más discos en plena era del CD. De pronto se abre la puerta de la sala y la encargada del catálogo musical de la compañía (una mujer a la que piadosamente mantendremos en anonimato) interrumpe la reunión operativa, blandiendo en su mano, cual espada del Rey Arturo, un mail impreso recién llegado desde las oficinas de Londres. Su voz histérica y chillona resonó como un látigo metálico en el recinto:
Una imagen en blanco y negro de Paul McCartney, en sus históricos primeros shows en River, en diciembre de 1993. Foto: Archivo Clarín ¡“Vienen Los Beatles, vienen Los Beatles, paren todo vienen Los Beatles!”
Luego de unos segundos de confusión, las quince personas allí reunidas estallamos en una carcajada unísona. Los Beatles no sólo llevaban ya veintitrés años separados, sino que como si eso fuera poco (y todo el planeta sabía de memoria) John Lennon había sido asesinado trece años antes en la puerta del edificio Dakota, en Manhattan. Una gaffe la comete cualquiera. Por supuesto que no venían Los Beatles, pero sí llegaba quien representaba el más auténtico sonido de Los Fab Four.
Dicho todo esto en el contexto de hoy, cuando yendo a cenar a San Telmo uno se lo encuentra a Robert De Niro hincándole el diente a un chinchulín, o te chocás de frente con John Travolta saliendo de una panadería en Ramos Mejía con una docena de medialunas calientes en la mano, aquella visita podría parecer nimia. Se entiende. ¿Pero un Beatle? Un Beatle es otra cosa.
Sí, viene Paul y lo voy a echar de su camarín
A partir de aquel mail se confirmaban tres shows de McCartney en el estadio de River Plate, los días 10, 11 y 12 de diciembre. Lo que yo entonces no sabía era que iba a tener un Encuentro Cercano del Tercer Tipo con Paul. Menos que iba a estar conversando animadamente, tete-a-tete, con el tipo que escribió las mejores canciones del Siglo XX. ¡Y menos aún que lo iba a echar de su propio camarín!
La primera visita de Paul McCartney a la Argentina. Aquí en una rueda de prensa. Los pasillos de EMI se convirtieron en un hervidero durante los meses subsiguientes al anuncio. Sobre todo destacaban los esfuerzos de Silvina Otero, encargada del staff de artistas anglo en la compañía, apuntados a lograr que Paul diera alguna entrevista con un medio importante. Tarea difícil. El representante del ex Beatle ya había avisado que ni él ni Linda Eastman, en ese momento esposa de McCartney además de tecladista y cantante en la banda, iban a conceder reportaje alguno.
Y llegó el día. Con un despliegue logístico digno de un presidente del primer mundo, el 9 de diciembre Ezeiza era un hormiguero incendiado y en alerta máxima para recibir al primer Beatle que arribaba al país. Al equipo de la empresa productora local se sumaba la gente de la compañía discográfica, un contingente de periodistas, fotógrafos, camarógrafos, móviles de la televisión, noteros, radios y por supuesto un poco más lejos el ejército de fans argentinos.
Paul venía desde Brasil acompañado por su esposa Linda (murió el 17 de abril de 1998, víctima de un cáncer de mama)) y su por entonces pequeña tribu de hijos, a saber: James, Stella y Mary. Y luego de los saludos de rigor, y de muy buen humor todos ellos, se subieron a un automóvil particular y partieron rumbo a Luján. Con la particularidad de que el chofer ¡era Paul!
“Nos quedamos todos muy sorprendidos, nadie sabía para qué el mánager de Paul había pedido un auto cuando estaban alistadas varias combis para él, su familia y los músicos. Se subió al auto y se fue manejando y saludando por la ventanilla. Ni siquiera pasó por el hotel, que lo tenía como backup, sino que se fueron todos a una quinta que le habíamos alquilado cerca de Luján. Un tipo divino”. recuerda el empresario Daniel Grinbank, responsable de la ilustre visita.
Los shows de McCartney en River eran parte de su gira “The New World Tour”, y venía con una banda de verdaderos virtuosos. Durante sus dos primeras noches y con un estadio a tope lo último que hacía el público era escuchar a los músicos (que dicho sea de paso sonaban como los dioses). River era una catarsis emocional en grupo, con gente de todas las edades llorando a moco tendido, atravesados por una andanada de canciones históricas.
Paul McCartney y Linda Eastman, en el día de su boda en Londres, el 12 de marzo de 1969. Foto AP
Paul y Linda cambiaron de planes
Pero antes de la última fecha en Buenos Aires, sucedió algo inesperado. Un llamado telefónico a casa y una voz agitada desde el otro lado de la línea: “Paul va a dar una entrevista. Y Linda también. Tenés que conseguir dos periodistas gráficos que puedan estar en River dentro de una hora”. Buenos Aires. Domingo a las dos de la tarde.
Los diarios en día domingo tenían una guardia que no podía abandonar la redacción. Por el lado de los colaboradores, el que no estaba en un asado se había ido a un country y el que no participaba de alguna típica sobremesa porteña. Finalmente y después de muchos llamados consigo alguien que cubra la nota con Paul. Y yo mismo, periodista al cabo, me ofrezco para hablar con Linda. Listo.
Llego a River y dos fornidos patovicas me depositan en una de las carpas que se habían dispuesto como vestuario y living de los artistas. Unos sillones enfrentados, una alfombra persa, percheros con mucha ropa y una mesa larga con frutas y bebidas. De pronto aparece Linda rodeada de los niños McCartney. Sonriente ella, de muy buen ánimo. Todos se sientan frente a mí y un seguridad me recuerda al oído que sólo tengo veinte minutos de reportaje.
Linda me cuenta una anécdota muy jugosa que pocos conocen: “Cuando mi marido tenía que grabar el primer disco solista (McCartney, 1970), lo quería hacer en casa pero no tenía una grabadora adecuada, así que fue a los estudios (Abbey Road) a pedirle a los técnicos si le podían prestar la máquina de cuatro canales. Obviamente le dijeron que no, pero Paul insistió y les prometió que en dos o tres días se las devolvía. Una semana después teníamos a los técnicos enojados tocando el timbre de casa.
Paul no había terminado el disco así que me decía ¨salí vos y deciles que no estoy¨. ¡Nos querían matar!”.
Una hora y pico más tarde, cuando la charla se había distendido y ya habíamos abordado variados tópicos, entre ellos el de la fotografía (Linda había sido fotógrafa muy reconocida en el ambiente del rock, con sesiones hermosas a Los Rolling Stones, The Doors y Jimi Hendrix entre otras leyendas) y el vegetarianismo (ella y Paul eran reconocidos defensores de los animales) le hago una última pregunta:
“Desde que estás en la banda de tu marido muchos te han atacado y criticado, pero vos no les diste cabida a los comentarios. Se conoce que sos una mujer con mucho coraje…”
En ese momento se abre la carpa y entra McCartney. Ella se da vuelta y le comenta:
“Querido, este periodista me dice que soy una mujer con coraje. ¿Ves?, aprendé de él”.
Paul la saluda con un beso, me mira, se acerca y me tiende la mano, sonriente.
-Hola, yo soy Paul.
Paul McCartney. La leyenda de los Beatles sigue rockeando a los 82 años.No tengo idea de cómo habrán sido los recitales de Wolfgang Amadeus Mozart en las más prestigiosas cortes europeas de finales del 1700. Ni cómo reaccionaban sus fans cuando después de tocar él los saludaba amablemente. Pero puedo suponer que más de uno se habrá puesto cuanto menos nervioso. ¡Te está saludando el tipo que compuso las sinfonías y sonatas más bellas de la historia! Así que esto era algo bastante similar. Y sí, claro, me puse muy nervioso:
-Hola, encantado –dije con un hilo de vos mientras McCartney me sacudía la mano derecha con entusiasmo-, pero te voy a pedir que te retires porque este reportaje es con Linda y no con vos” (no, Barone, ¡metiste la pata!).
Todas las cabezas giraron hacia mí, y por un momento el tiempo se detuvo. Silencio espeso. McCartney me miraba fijamente. No sabía si insultarme o reírse. Linda vino al rescate y lanzó una carcajada. Todos se distendieron. Incrédulo porque alguien lo acaba de echar del lugar, Paul atinó a decir:
-Esperá, ¿si te canto una canción de Los Beatles me puedo quedar a escuchar?
-Te podés quedar sentado acá en la alfombra – ya algunos me querían estrangular-, pero en silencio por favor.
Paul y Linda McCartney. Ella, además de fotógrafa, era tecladista de su banda. Foto: Linda McCartneyLinda se retorcía de la risa y los minutos siguientes se esfumaron. Uno de los asistentes vino a decir que debían empezar la prueba de sonido, y ella antes de irse me regaló sus libros. Uno de cocina vegetariana (La cocina familiar de Linda McCartney) y otro con sus fotografías de famosos (Sixties). Otros asistentes llegaban para llevarse al matrimonio al escenario, y en ese momento Paul se da vuelta y me pregunta qué canción es mi preferida. “Pero mía, no de Los Beatles”, remata. Le contesto Every Night, de su primer álbum solista.
-Uy, justo esa no la tenemos en la lista del show, pero ¿te gustaría quedarte a la prueba de sonido?
Balbuceo algo ininteligible. Unos tipos fornidos me llevan al césped del estadio y me ubican parado abajo, a un costado del enorme escenario. River lucía muy soleado y vacío, a eso de las cinco de la tarde. Sentí una presencia al lado mío. Era Nito Mestre, telonero de esos shows en las tres noches.
-Hola, Nito.
-Hola, Barone. ¿Cómo estás?
-No sé, ni idea. ¿Y vos?
-Tampoco…
Parecíamos dos zombis incrédulos Nito y yo. La banda sale al escenario. Paul se cuelga el famoso bajo Hoffner con el que soñé desde que era chico. Marca cuatro y arrancan tocando… Every Night. Caigo rendido absolutamente a los pies de un tipo que tarde o temprano y de la forma que sea te va a cautivar. Paul se asoma, mira hacia donde estamos nosotros y levanta un dedo pulgar, como diciendo “la pediste, la tenés”.
Nunca recordé cómo volví a mi casa esa tarde. Pero no es un decir, o una exageración. Simplemente no lo recuerdo.
Linda Eastman y Paul McCartney. Ella murió por un cáncer de mama el 17 de abril de 1998.En pocos días, 5y 6 de diciembre, Paul (hoy de 82 años) volverá por quinta vez a tocar en Argentina. Con su voz un poco más gastada, sí, pero con la misma actitud y la buena onda de siempre. ¿Será su última visita? No lo sabemos. Pero por si acaso vamos a estar ahí, acompañando al hombre que junto a tres amigos le puso alegría y felicidad para siempre a todo el Planeta Tierra. Paul McCartney. Un Beatle. Un tipazo.
El día que Juan Alberto Badía lloró
Daniel Grinbank recuerda cuando conoció a Paul McCartney: “Si había un quinto Beatle en Argentina era Juan Alberto Badia. Cuando me confirman las fechas, yo consigo un par de reportajes con Paul en el exterior para divulgar el tour. Y con Juan viajamos entonces a Suiza para una entrevista. Badía era un profesional, pero estaba tan sobrepasado, tan excitado que cuando lo ve aparecer a Paul entra en una explosión de llanto incontenible, se atraganta, no puede hablar. Y fue muy gracioso: Paul ayudando a un reportero argentino a hacer la entrevista y conteniéndolo. Ahí fue cuando conocimos a McCartney. Por supuesto después se sobrepuso y pudo hacer la entrevista, recontra profesional”