Se cumplen 40 años del caso que conmocionó en el invierno de 1984. Las víctimas tenían 7 y 8 años. Los habían violado y torturado hasta la muerte. Hubo un detenido que confesó los asesinatos, pero fue declarado “insano” y nunca lo juzgaron.
11 de agosto 2024, 05:56hs
Hace 40 años, un caballo blanco desbocado que había huido del campo de su dueño en Valeria del Mar marcó azarosamente el inicio de uno de los casos más espantosos de la historia criminal argentina. Las víctimas, dos hermanitos de 7 y 8 años, lo corrieron para domarlo y 19 días después, los encontraron asesinados adentro de una heladera.
El doble crimen de Roberto y Fernando Mondaque unió en el horror a dos familias desconocidas entre sí aquel invierno del ‘84 y aunque el asesino de los chicos fue detenido y confesó todo poco después de que se encontraran los cuerpos, nunca fue a la cárcel por lo que había hecho. Las pericias psiquiátricas lo declararon inimputable.
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La desaparición de los hermanitos Mondaque
Fuera de temporada, la pequeña localidad turística ubicada entre Ostende y Cariló estaba prácticamente deshabitada aquel martes 17 de julio de 1984, cuando Roberto y Fernando fueron vistos con vida por última vez.
Los nenes, hijos del matrimonio de Berta Mamani y Pablo Mondaque, eran los mayores de cinco hermanos y vivían muy cerca de la Ruta Provincial 11, que había sido recientemente asfaltada en esa época.
No era algo inusual que los menores salieran a jugar fuera de la casa, pero, cuando cayó la tarde y no volvieron, sus padres se empezaron a preocupar. A partir de allí, se dio inicio a una búsqueda contrarreloj que movilizó a todo el pueblo.
Todo el personal de la comisaría de Pinamar, Bomberos y grupos de vecinos organizados con linternas y antorchas buscaron con caballos, helicópteros y a pie a los hermanos desaparecidos. Se usaron maquinarias municipales para remover médanos y empapelaron toda la Costa Atlántica con afiches con las fotos de Roberto y Fernando en busca de información. No quedó lugar sin rastrillar, pero los días pasaban y no había resultados.
Una testigo y un parapsicólogo
En medio de la incertidumbre apareció una mujer, vecina de la familia Mondaque, que declaró haber visto pasar a los hermanitos por la avenida que une el centro de Valeria con la Ruta 11, junto con un joven de unos 20 años “mal entrazado”. No le llamó la atención en ese momento y no lo comentó con nadie.
Fue la única testigo directa de lo que podría haber sido el secuestro de las víctimas, pero su testimonio a destiempo dejó a los investigadores de nuevo en un callejón sin salida. Entonces entró en escena un parapsicólogo de la zona, conocido por haber ayudado a resolver otros casos policiales con anterioridad.
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“No busquen más, detengan todos los rastrillajes”, habrían sido las palabras de ese hombre, según replicaron las crónicas del momento. “Los niños no se encuentran a más de cincuenta metros de su casa, eso es todo lo que percibo”, precisó.
Tenía razón.
La otra familia y la frase que destapó el horror
Cerca de donde vivían los Mondaque, otra familia había ido a supervisar los últimos detalles de las refacciones que habían iniciado en su casa de veraneo y ya se disponían a emprender el regreso a su rutina en Buenos Aires cuando el horror por fin salió a la luz.
Al parecer, la hija de ese matrimonio se había quedado rezagada y cuando el padre, que estaba cargando el auto, mandó a buscarla con su hermano, el adolescente volvió y dijo que la nena no quería volver porque estaba enojada, ya que “los nenes de la heladera no querían jugar con ella”.
Así fue como la desenfrenada búsqueda de los hermanos, que ya llevaba 19 días, como si fuera un círculo, se cerró casi en el punto de partida. Roberto y Fernando Mondaque estaban a menos de 100 metros de la vivienda familiar, pero en el lugar menos pensado.
Los nenes de la heladera
Desde aquella escalofriante frase que pronunció la nena hasta que la policía abrió la heladera abandonada en un terreno baldío a la que ella había hecho referencia, pasaron tres días más. En su interior, como una postal macabra, estaban los nenes que habían desaparecido a mediados del mes anterior.
Los encontraron abrazados y con los dedos de las manos lastimados, como si hubieran hecho esfuerzos para abrir la puerta. En la heladera también había un oso de felpa.
Con el correr de las horas, el informe de los forenses reveló que llevaban 10 días muertos. Otros tantos, antes de su muerte, habían sido prisioneros de un verdadero calvario.
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La autopsia estableció que los habían sido violados en reiteradas ocasiones y los dos presentaban fracturas y aplastamiento de huesos. Los habían torturado y Roberto todavía estaba vivo cuando lo encerraron junto al cuerpo de su hermano en la heladera.
La confesión de la locura
Una casualidad llevó al asesino ante la policía. Se llamaba Matías Escobar, era albañil y tenía 19 años. Lo detuvieron los primeros días de agosto, pero por otra causa. Los vecinos de Mar del Plata lo habían denunciado por entrar a robar a una casa. Sin embargo, el joven no tardó demasiado en quebrarse y confesar que junto a otros dos hombres había matado a dos nenes en Valeria del Mar.
Siempre en base a su relato, uno de sus cómplices era un tal Enrique y el otro sujeto se apellidaba Rosas. Entre los tres, declaró, engañaron a los hermanitos y los llevaron hasta una casa abandonada donde abusaron sexualmente de ellos y los asesinaron.
La policía buscó durante semanas a los dos presuntos cómplices de Escobar sin éxito hasta que finalmente se reveló la verdad. No existían ni Enrique ni Rosas. El albañil había mentido y era el único responsable de violar, torturar y asesinar a los hermanos Mondaque, pero, como ya era de esperar a esa altura, tenía problemas mentales.
Tras ser derivado al hospital neuropsiquiátrico de Melchor Romero, Escobar fue sometido a pericias psicológicas y psiquiátricas según las cuales exteriorizaba “un estado de hiperexcitación nerviosa, acompañado de irregularidades psicomotrices”, indicadores de “un estado de alienación mental”.
En pocas palabras, se determinó que era inimputable, por lo que nunca fue juzgado y el crimen de los hermanitos se perpetuó con una frase escalofriante: “los nenes de la heladera no quieren jugar”.