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Resistencia
8 noviembre, 2024

Orgullo LGTBI, orgullo refugiado: Cindy Ngamba, la boxeadora lesbiana que ha logrado la primera medalla para los exiliados olímpicos

El París Norte Arena se sumió en la oscuridad el pasado domingo. La falta de luz dio paso a un atronador aplauso para la boxeadora francesa Davina Michel. Justo lo contrario al recibimiento de Cindy Ngamba (1998). La aspirante en la categoría de -75 kilos solo tenía un pequeño pero poderoso apoyo. Sus compañeros del Equipo Olímpico de Refugiados (EOR), para el que la púgil de origen camerunés, exiliada en Reino Unido por su homosexualidad, consiguió la primera medalla. Un conjunto sin bandera que inició su andadura en los JJOO de Río 2016. Pase lo que pase en su combate de semifinales este jueves (22:18) ante la panameña Bylon será bronce. Si gana, puede ser de oro.

«Quiero decirles a los refugiados que sigan trabajando duro, que sigan esforzándose, porque pueden lograrlo todo». El suyo era el triunfo de las más de 100 millones de personas en todo el mundo que han sido desplazadas a la fuerza de sus hogares. La situación ha empeorado en los últimos años, con conflictos como el de Ucrania o Palestina. No es de extrañar que el Equipo Olímpico de Refugiados haya cuadriplicado su tamaño desde su estreno. El triunfo de Cindy Ngamba, que ejerció de abanderada del EOR junto al taekwondista sirio Yahya Al-Ghotany, es la luz al final del larguísimo túnel por el que pasan personas que lo han perdido todo.

Al borde de la deportación en Reino Unido

Ngamba huyó de Camerún a los 11 años en busca de futuro mejor. Con el paso del tiempo, consiguió que parte de su familia le acompañase en Reino Unido. «El motivo por el que no puedo volver es mi sexualidad», asegura una luchadora que en 2019 fue detenida cuando asistía a una cita rutinaria en la oficina de inmigración de Manchester. Mientras cubría unos papeles, un agente la esposó. «Fue un momento de película», recordaba antes de viajar a París en una entrevista con ‘Olympics’, el portal oficial de los JJOO.

De repente, la medallista olímpica se vio encerrada en un centro de deportación. Tuvo que ponere en contacto con su hermano y un tío que tenía en Francia. Fue liberada, pero nadie a día de hoy puede explicar qué sucedió. Después de ese incidente le concedieron el estatus de refugiada. Por aquel entonces, Ngamba llevaba varios años formándose como boxeadora en un gimnasio de Bolton, en el que se plantó tras ver a un grupo de jóvenes saliendo de entrenar cuando ella venía de jugar al fútbol.

Ngamba empezó dando golpes a balones de trapo en Camerún y practicó ese deporte hasta que recibió los primeros golpes. La medallista olímpica se convenció de que sería boxeadora después del puñetazo que le dieron. Su entrenador, Dave Langhorn, no confiaba en ella ni en el boxeo femenino, que debutó en los JJOO de Londres 2012. Después de tenerla haciendo comba, flexiones y abdominales durante meses, la púgil le rogó una oportunidad para hacer guantes. El técnico quiso quitarle las ganas para siempre. La subió al ‘ring’ contra un luchador más grande que ella.

Refugiada, no británica: una decisión olímpica

La abanderada de los refugiados no solo encajó los golpes, se rebeló contra el destino y devolvió dos puñetazos. «Cuando me tumbaron y supe reponerme, me enamoré del boxeo», explicó Ngamba a ‘The Guardian’. Su nombre lleva años apareciendo en la prensa británica. Después de su estreno encima de un ring, a Langhorn no le quedó más remedio que darle un voto de confianza. Desde entonces ha ganado tres títulos nacionales en Gran Bretaña en tres categorías de peso diferentes.

La boxeadora comenzó su proceso de clasificación para los JJOO de París 2024 compitiendo en los Juegos Europeos de 2023. Se clasificó gracias a sus resultados, a diferencia de lo que ocurre con la mayoría del Equipo Olímpico de Refugiados, que fueron invitados en sus disciplinas. Por su condición de refugiada, la boxeadora no puede competir por su país de acogida, aunque le gustaría. Sin embargo, es una más del Team GB. Entrena en sus instalaciones y recibe el asesoramiento de sus técnicos.

Intentaron que compitiera con Reino Unido, le dieron un empleo como ‘sparring’ para regularizar su situación, pero Cindy Ngamba se ha negado repetidamente a aceptar la ciudadanía británica. Al final, le ayudaron a cursar su petición para formar parte del Equipo Olímpico de Refugiados. Su tierra es Camerún «y como no puedo volver a ella sin consecuencias», prefiere competir sin bandera para hacer visible su situación. La homofobia está tipificada en el código penal del país africano con una pena que va desde los seis meses hasta los cinco años de prisión. Las personas del colectivo LGTBI son repudiados y perseguidos socialmente.

Insultos racistas, por su físico y por su forma de hablar

«Cuando obtuve mi estatus de refugiada, me daba un poco de vergüenza decírselo a la gente, por si pensaba que no estaba agradeciendo al país lo que había hecho por mí», reflexionaba en alto los días previos a su debut en los JJOO. En cuanto debut ante la canadiense Tammara Thibeault se le quitaron las dudas. Ngamba luchó aún más duro para adaptarse a una cultura que originalmente no era la suya. En el colegio recibió insultos racistas. También se metían con ella por el color de su piel y su forma de hablar.

El boxeo fue una salida para tumbar por K.O. a las inseguridades: «Me di cuenta de que tenía un don y he sabido aprovecharlo». La camerunesa lo ha tenido tan difícil en la vida que para ella el ring es como un colchón en el que descansan sus sueños. Solo con esa actitud se puede ganar con facilidad a una boxeadora local como Davina Michel. La refugiada se ha salido con la suya en una modalidad subjetiva, que depende del siempre controvertido de los jueces. Encima, si la rival es local, el ambiente es una losa más. «Espero cambiar el color de la medalla ante Atheyna Bylon», sueña Cindy Ngamba. Orgullo LGTBI, orgullo refugiado.

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