Bangladés celebra el inicio de una era con Muhammad Yunus al timón. Del Nobel de la Paz, líder del Gobierno interino, se espera que lleve a las elecciones a un país que en las últimas horas recupera cierta normalidad tras semanas convulsas y castiga a todo lo que huele al viejo régimen de la exprimera ministra, Sheikh Hasina.
Yunus es el elegido por los estudiantes que, con sus protestas, habían forzado la caída de Hasina. La decisión fue anunciada el miércoles por la mañana por el presidente, Mohammed Shahabuddin, tras reunirse con altos militares, líderes de las protestas, empresarios y representantes de la sociedad civil. Los estudiantes han recomendado entre 10 y 15 miembros para ese Gobierno que quieren formado cuanto antes. El presidente aspira a que al menos uno de sus miembros sea un veterano de la guerra de la independencia contra Pakistán. No se prevén fáciles las negociaciones para incluir a todas las sensibilidades sociales de un país fracturado.
«El banquero de los pobres»
Yunus aterrizará el jueves en Daca tras su exilio parisino. El «banquero de los pobres» ha aliviado las penurias de millones de personas, especialmente mujeres, con su iniciativa de microcréditos. Para Hasina, en cambio, era una «sanguijuela» que usaba la fuerza para recuperar lo prestado.
Nunca han trascendido los motivos de su alejamiento que derivó en la persecución judicial. Yunus fue condenado por violar la legislación laboral en Grameen, su compañía sin ánimo de lucro. Pocos bangladesíes creen esos cargos y un centenar de nóbeles firmaron una carta pidiendo que se anulara la sentencia. Amnistía Internacional describió el caso como «emblemático del acoso que sufren los derechos humanos» en Bangladés y de la «erosión de las libertades».
El país se apresura a corregir el rumbo pasado. Khaleda Zia, presidenta del principal partido opositor y némesis durante décadas de Hasina, ha sido liberada del arresto domiciliario que le había impuesto otra sentencia sospechosa. En el Ejército han sido purgados los generales afines a la exprimera ministra. Uno de los caídos es Ziaul Ahsan, jefe del Batallón de Acción Rápida, un temible cuerpo paramilitar sancionado por Washington por sus atropellos. Cientos de funcionarios han forzado la expulsión de cuatro altos cargos del Banco Central por supuesta corrupción y una turbamulta ha asaltado una prisión para liberar a sus 500 presos.
Agresiones a minorías étnicas
Continúa la violencia contra los defensores de Hasina y los ataques a las oficinas de su partido. También las viviendas y negocios de hindúes, vistos como cercanos al anterior Gobierno en un país de mayoría musulmana, han sufrido ataques. Activistas de derechos humanos y diplomáticos europeos y estadounidenses han mostrado su honda inquietud por esas agresiones a minorías étnicas y religiosas.
India, que ha acogido a Hasina, ha evacuado a todo el personal no esencial de su embajada y cuatro consulados. La volatilidad explica que India y China hayan pedido a su vecino que recupere la estabilidad cuanto antes.
Cierta normalidad cotidiana ha regresado tras semanas de protestas que dejaron más de 300 muertos y llevaron el país al bloqueo institucional y económico. La mayoría de colegios y universidades han reabierto, los autobuses públicos fluyen de nuevo por las calles de Daca y producen otra vez las fábricas de la industria textil, principal motor económico nacional.
Es incierto el destino de Hasina tras haber gobernado el país en 20 de los últimos 30 años. Tras su escala en India pensaba instalarse en Londres, donde viven algunos familiares, pero las peticiones británicas de que la ONU investigue su responsabilidad en la violencia «sin precedentes» contra las revueltas complican su plan. En las últimas horas ha trascendido que pidió al Ejército que impidiera de cualquier forma la marcha convocada contra ella del domingo. Sólo cuando los militares le aclararon que no dispararían a los estudiantes, Hasina comprendió que la batalla esta perdida y subió al helicóptero.