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20 noviembre, 2024

Thalia Field, autora de ‘Conejillos de indias’: «La conversación en torno al uso de animales en la ciencia está injustamente inclinada hacia el lado de los científicos»

Cuando era niña, la escritora Thalia Field (Chicago, 1966) tenía un perro llamado Mishka. Un día, alguien lo robó de su casa, y la policía le dijo que probablemente se trataba de una banda de ladrones que vendía animales a una universidad para que experimentaran con ellos. Cuando, muchos años después, conoció la historia del francés Claude Bernard (1813-1878), el llamado «padre de la fisiología moderna» y con ello de la vivisección, es decir, de la experimentación con animales para extraer conclusiones aplicables al organismo humano, el impacto fue tremendo. Ya sabía quién era el culpable último de aquel trauma infantil. Pero también descubrió un potente material literario: la guerra doméstica que el científico mantuvo con su esposa, Marie Françoise ‘Fanny’ Bernard, una mujer de la alta burguesía obligada por su familia a casarse con él, y que horrorizada por las crueldades que su marido y los estudiantes bajo su mando cometían en el laboratorio, se convirtió en una de las primeras activistas contra el maltrato animal, ayudada por las hijas de ambos.

La historia de ese «matrimonio maldito», y de paso la de la Francia de la época, con sus constantes agitaciones sociales y las nuevas ideas que recorrían el mundo, las ha recogido Field, que pasó buena parte de su juventud en el país galo y hoy ejerce como profesora de literatura en la Universidad de Brown, en Conejillos de Indias (Alba editorial). Un libro a medio camino entre la novela y el ensayo (histórico, filosófico, literario) que es básicamente un alegato contra las barbaridades que les hacemos a los animales en aras del avance de la ciencia. El París que retrata es el que empezaba a brillar con las obras de Haussmann, pero donde todavía había vacas en los patios de muchas casas. La ciudad de la decadencia del Segundo Imperio, del sueño de la Comuna y de la carnicería que aplastaría aquella revolución. Por sus páginas transitan personajes reales como Louis Pasteur, los hermanos GoncourtGustave Flaubert o los primeros animalistas. Papeles importantes tienen Emile Zola, defensor de los logros de Claude Bernard, y Charles Darwin, quien odia el sufrimiento, también animal, pero acaba transigiendo con él.

P. Su descripción de cómo Claude y otros científicos del siglo XIX hacían sufrir a los animales durante sus experimentos es difícil de soportar. ¿Era necesario llegar a ese nivel de detalle?

R. Para que los lectores entiendan la respuesta visceral a ese trabajo de los científicos, tenemos que conocer su realidad. Debo decir que solo incluí en el libro lo que me pareció necesario; mucho se quedó fuera. Hay que recordar que en aquel momento no era posible silenciar los gritos de dolor de los animales, así que esto era lo que se escuchaba en el vecindario, hasta que Bernard descubrió cómo cortar las cuerdas vocales. Aún así, los horrores continuaron resonando en las calles y en las conciencias, pero poco a poco la realidad de la experimentación con animales se fue silenciando completamente, como lo está ahora.

P. ¿No hemos mejorado, entonces, en nuestra empatía hacia ellos?

R. Si la gente conociera la realidad que muestro en el libro, habría una indignación enorme y un debate más profundo sobre los valores que rigen nuestra sociedad. No creo que falte empatía, creo que el sistema oculta muchas cosas para que esa empatía no se convierta en un clamor mayor para que las cosas cambien. La conversación en torno al uso de animales en la ciencia está injustamente inclinada hacia el lado de los científicos. El libro se asoma a una época anterior a que el debate estuviera tan desequilibrado como ahora. Durante un tiempo, los activistas por los derechos de los animales tuvieron mucha fuerza. Luego hubo un momento crucial, cuando Charles Darwin cambió de opinión, o fue manipulado para hacerlo, y se manifestó a favor del derecho de los científicos a no estar sujetos al escrutinio público. Ese fue un gran punto de inflexión: el comienzo del fin para una discusión justa y abierta.

P. El uso de animales en experimentos permitió que la ciencia y la medicina avanzaran. ¿Valió la pena?

R. La investigación que yo realicé sobre lo que finalmente se descubrió a través de la fisiología de Claude Bernard revela un resultado del intercambio entre animales sacrificados y descubrimientos relevantes que es bastante difícil de defender. Se ha escrito mucho sobre los fallos de ese enfoque tan mecánico y analítico, en lugar de holístico, de la ciencia de laboratorio. Muchos de los avances de la ciencia no llegaron con ese método. Si para investigar te dedicas a destrozar cosas, ¿puedes llegar a entender cómo funciona un organismo vivo en condiciones normales y no de laboratorio?

P. ¿Debería prohibirse el uso de animales en la ciencia?

R. El uso de ‘modelos animales’ es defectuoso en casi todos los casos. Si la gente supiera más sobre lo que le está sucediendo a los animales, y cuánto se gana a cambio del número de vidas perdidas de maneras horribles (de monos, perros, gatos, etc.), el cambio a otros modelos y enfoques se aceleraría. Pero existen los acuerdos de confidencialidad, y a los activistas por los derechos de los animales se les acusa de terroristas.

La escritora y acedémica Thalia Field.

La escritora y acedémica Thalia Field. / ARCHIVO

P. ¿Qué opina de que un país «civilizado» como España todavía se divierta hiriendo y matando animales con prácticas como la tauromaquia? La reciente ley para el bienestar de los animales (2023) no le afecta.

R. En su momento, también en Inglaterra muchas organizaciones oficiales contra la crueldad fueron ambivalentes sobre los llamados deportes de sangre y prácticas como la caza del zorro, así que no me sorprende que las legislaciones lo sigan dejando fuera. Muchas criaturas sensibles, por ejemplo peces y aves, no gozan de protecciones legales contra la crueldad, y en la mayoría de los países la ciencia de laboratorio está completamente exenta.

P. En su libro, son principalmente las mujeres quienes defienden los derechos de los animales. ¿Hay un sesgo de género en ese tipo de empatía?

R. Lo que es seguro es que hubo un ataque machista al primer movimiento por los derechos de los animales: que si eran mujeres mentalmente deficientes, histéricas… Hoy, esa «prueba» de la incapacidad mental de las mujeres que ofreció el establishment médico de entonces nos da risa, aunque mucha gente todavía piense que es femenino, es decir, débil, preocuparse por los animales y su sufrimiento.

P. En la Francia de 1870, los activistas y asociaciones por los derechos de los animales eran mayoritariamente burgueses y conservadores, mientras que progresistas como Zola estaban más a favor de la experimentación en aras de la ciencia.

R. La llegada del fervor experimental, en su forma realista y naturalista, estaba alineada con ciertos conceptos antisentimentalistas y antirrománticos, y con políticas antimonárquicas y anticlericales. Ser parte de esta nueva ola significaba comprar que las personas que operaban según «principios científicos» eran mejores que aquellos gobernados por emociones y supersticiones. Victor Hugo fue uno de los grandes defensores de los derechos de los animales, y su obra recoge una gran compasión por el sufrimiento. Sin embargo, en literatura se le consideraba anticuado. Zola es un caso interesante porque usa la animalidad en su trabajo, y hacia el final de su vida mostró un gran cariño por sus mascotas. Pero convirtió a Claude Bernard en un dios, modelando su propia estética en él, y no hay manera de que no supiera las controversias en torno a su trabajo. Estaba más interesado en el martirio del pobre científico que en el sufrimiento de los animales. Es el «humanista» perfecto en los términos que criticó Anna Kingsford [activista británica de la época que, en una cita recogida en el libro, se declara antihumanista «porque estoy en contra de la superioridad de los humanos por encima de todas las cosas»]. Zola se preocupó por los pobres e investigó sin descanso sobre la condición humana, pero muy poco sobre la verdad del sufrimiento animal y la responsabilidad humana en ello.

P. Fanny y sus hijas se pasan las noches rescatando animales como si fueran una especie de comando. ¿Fue así realmente?

R. Todo en el libro se basa en la investigación histórica. La mayor parte del diálogo en el libro proviene de archivos, pero debido a que hay poco material sobre Fanny y sus hijas, su voz es la única ficcionalizada. Los relatos de sus escapadas nocturnas tienen elementos de ficción, pero sucedieron. Fanny era famosa por socavar activamente el trabajo de Claude, y hay menciones en escritos de la época sobre cómo ella saboteaba los esfuerzos de recolección de animales de su marido.

P. Eñ libro es un impresionante ‘collage’: hay ficción con base real, cartas y documentos de la época y fragmentos literarios de clásicos como Darwin, Zola o Sócrates. ¿Fue complicado documentarse y construirlo?

R. Pasé diecisiete años investigando, traduciendo y pensando cómo contar todo esto de una manera entretenida y legible. Durante muchos años, cada vez que iba a Francia o Inglaterra, me enterraba en bibliotecas y archivos tratando de reunir los escritos privados y públicos de los personajes principales, y leyendo revistas y periódicos sobre la situación en ese período. Después traduje todo del francés para empezar a armarlo. Creo que probé unas quince formas diferentes de construir la historia. Finalmente me di cuenta de que necesitaba proceder de una manera cronológica flexible y con un enfoque polifónico. La último fue decidir que daría a Fanny una voz ficcionalizada, y que ella sería esencialmente la narradora. El proyecto me llevó tanto tiempo que durante el proceso publiqué otros libros.

P. En muchos aspectos, Claude era un hombre despreciable, pero estaba completamente comprometido con la ciencia. Después de todo, ¿cuál es su opinión sobre él?

R. Cada uno de los personajes principales está completamente comprometido con algo. Pero esos compromisos, por los que a menudo son elogiados, también los hacen sordos, ciegos, estúpidos. Claude Bernard tomó decisiones científicas muy cuestionables, por ejemplo su rechazo de la teoría de los gérmenes, y causó un sufrimiento inmenso. La defensa del método científico contra toda crítica sigue vigente hasta el día de hoy, y ese es también su legado, como lo es cualquier descubrimiento específico conseguido.

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