Probablemente recuerden con exactitud lo que estaban haciendo o dónde se encontraban cuando se enteraron de la muerte de la princesa Diana, el 31 de agosto de 1997. En la madrugada de ese día, y tras dos horas de labores médicas de resucitación, Diana de Gales dejaba el mundo en el Hospital La Pitié-Salpêtrière’ de París, luego de un fatídico accidente de tránsito mientras atravesaba el Puente del Alma. Junto con ella murió su festejante, el playboy de origen egipcio Dodi Al-Fayed, al impactar el Mercedes-Benz en el que viajaban huyendo de la prensa.
Los paparazzi, frenéticos, se agolpaban en busca de instantáneas de esa historia de amor y venganza que la codiciada pareja había protagonizado ese verano. Esas fotografías no sólo se vendían a precios exorbitantes, sino que atizaban a la opinión pública y sacudían los cimientos de la imagen de la Corona británica.
Con esta tragedia comienza la sexta temporada de la multipremiada serie The Crown, para develar cómo la noticia salió al mundo: una llamada de un ciudadano común alertó a los servicios de emergencia. Enseguida el relato retrocede ocho semanas, cuando la princesa Diana –interpretada lánguidamente por la actriz polaco-australiana Elizabeth Debicki– se reúne con Tony Blair y su familia en Chequers, la residencia de fin de semana que ocupan los jefes del gobierno británico ubicada cerca del pueblo de Ellesborough en Buckinghamshire, al noroeste de Londres.
La ex mujer del príncipe Carlos pretendía la ayuda del líder laborista para que intercediera ante Isabel II –protagonizada con el aplomo actoral de Imelda Staunton– por un papel más protagónico en asuntos del Gobierno y ciertas causas en particular, como la lucha contra las minas antipersonales.
Una petición que el premier transmitió a Su Majestad en su infaltable reunión semanal de los miércoles con la atrevida frase: “Cuando Diana habla, el mundo escucha”. A lo que la Reina respondió con estoicismo: “Siempre digo que es difícil estar a medias. O se está adentro o se está afuera. Usted sabe la diferencia entre estar dentro o fuera del Gobierno. Es la madre de mis nietos y, por eso, siempre es bienvenida en palacio, pero ahora está divorciada y no tiene el tratamiento de alteza real”.
Harry (Fflyn Edwards), Diana (Elizabeth Debicki) y Guillermo (Rufus Kampa), en una escena de la sexta de «The Crown». Y fue precisamente esa distinción lo que Diana jamás aprendió. Ella pensó que su poder mediático la colocaría en un atril distinto al de las reglas que la Corona mantiene desde hace siglos. Por un lado, jugaba vacacionando por diez días junto a sus hijos en la casa de su querido “Mou Mou” (así llamaba cariñosamente a Mohamed Al-Fayed, el padre de Dodi), y por el otro interfería en asuntos delicados de política internacional.
Quería seguir teniendo los privilegios de una alteza real, pero también las libertades de una celebridad, sobre todo cuando había que opacar cualquier situación que pusiera en el candelero a Camilla, su eterna rival y el motivo de muchos de sus tropiezos.
El capítulo más interesante de esta nueva tanda
La serie deja en claro que Diana toma la decisión de viajar al sur de Francia para no estar presente en el Reino Unido mientras el príncipe Carlos (interpretado por Dominic West, uno de los actores que deja en evidencia que el casting no estuvo a la altura) agasajaba con una fabulosa fiesta a su amada Camilla en Highgrove, su casa de campo en Gloucestershire. Un ágape al que no sólo asistió la princesa Margarita, sino que fue cubierto por cincuenta periodistas.
De hecho, ése es uno de los episodios más interesantes de estos primeros cuatro capítulos de la sexta temporada, pues cuenta abiertamente la guerra encarnizada que Carlos y Diana mantenían a través de los medios. Carlos, encaprichado con que tanto el pueblo como la Corona aprobaran su relación con quien consideraba el amor de su vida; y Diana, como la víctima de una institución que la utilizó y a la que no dejó de ver con un profundo resentimiento.
La disputa se revela el mismo día en que Camilla escucha de la boca de Carlos un meloso y emotivo discurso con frases, como, “es por ti y por nadie más que pienso y hago planes”, y al mismo tiempo la princesa Diana posa despampanante con un estridente traje de baño animal print de la famosa firma Gottex y lentes de sol de Versace con el Mediterráneo de fondo. Al día siguiente, la foto de la princesa de Gales eclipsaba por completo la fiesta de su rival. Una vez más, Diana ganaba la batalla con la prensa como su arma más poderosa.
El playboy Dodi Al-Fayed (el actor Khalid Abdalla) y Diana (Elizabeth Debicki), pareja central de la nueva temporada.Su muerte, indudablemente, la inmortalizó no solo como la “Reina de Corazones”, sino también como la víctima de una institución dogmática como la Corona británica.
Esta primera parte de la sexta temporada deja en claro que la estrategia de Diana de usar tanto a la familia Al-Fayed como a la prensa para seguir alimentando lo que su terapeuta Susie Orbach definió como una “adicción al drama” la arrolló con la fuerza de un búmeran. Y, lo que es peor aún, cayó en el juego de la avaricia de su “querido Mou Mou” (magistralmente interpretado por el israelí Salim Daw), quien también la veía como un camino para obtener estatus social y el poderoso pasaporte británico.
Diana & Dodi, la pareja de la sexta temporada
En pocas palabras, y como dice el refrán, “se juntaron el hambre y las ganas de comer”. Y para eso utilizó a su hijo Dodi, un pusilánime playboy que fue obligado a ofrecerle cariño a una mujer que lo pedía a gritos, pero que sabía que como madre de un futuro rey de Inglaterra estaba actuando de una manera inmoral y exhibicionista. Sus últimas dos semanas con vida se convirtieron en una espiral de la que ni ella sabía cómo salir. Cómo salir ilesa. Probablemente se arrepintió de haberse dejado sorprender con cientos de rosas y un carísimo Tank de Cartier, con una nota que decía: “¿París la próxima semana?”.
Después siguió el operativo orquestado por el padre de Dodi, para el que contrató a Mario Brenna, un afamado paparazzi que por 300 mil dólares le vendió al Sunday Mirror 78 fotos de Diana y Dodi besándose a bordo del lujoso Jonikal. Una movida que el palacio descubrió y a la que decidió contraatacar encomendándole al monárquico Duncan Muir, un confeso fotógrafo isabelino, que hiciera varias fotos del príncipe con sus hijos mientras caminaban por las inmediaciones de Balmoral –ese paraíso en las colinas de Escocia al que la reina Victoria consideraba su lugar en el mundo– para que también se exhibieran el domingo siguiente.
Por supuesto, la prensa no dudó en seguir alimentando a la fiera que había creado, con un titular que rezaba: “Diana, una mujer REAL una vez más”. Una semana después, con unas fotos cuidadas y dignas de los descendientes de Guillermo el Conquistador, Carlos y sus hijos exponían desde Balmoral lo que representa la dignidad, el deber y los principios de una institución milenaria.
Había que mostrar la contracara de lo que se vivía en St. Tropez: el escándalo.
Una jugada que el creador de la serie, Peter Morgan, supo poner muy bien en boca de la Reina, en referencia al comportamiento de su exnuera: “Podría hasta dar lástima si no provocara tanto encono. Su conducta es cada vez más errática, cada vez más insensata, cada vez más descontrolada. Esperaba que aprendiera de su error, pero parece que volvió a volar al sur de Francia (…). Lo único que queremos es que esa muchacha encuentre paz”.
Alta tensión entre Isabel II (Imelda Staunton) y Diana (Elizabeth Debicki).Y sí. Volvió al sur de Francia. A Montecarlo, precisamente, donde encontró el anillo que sellaría su amor con Dodi y haría estremecer a todos aquellos que tanto daño le habían hecho. Se trataba de un diseño llamado “Dis Moi Oui” (‛Dime que sí’), de la joyería italiana Repossi, que se encontraba agotado, pero que en pocos días estaría a disposición del heredero egipcio en su sede parisina. ¿Qué mejor lugar para sellar ese compromiso con la mujer más famosa del mundo que la ciudad más linda del planeta? Pero de repente, y como por arte de magia, una charla de Diana con su terapeuta la hizo recapacitar y tomar la decisión de regresar de inmediato a Londres en un vuelo comercial.
Dodi, sin embargo, se empeñó en convencerla de usar el jet de su padre y hacer una escala de una sola noche en París. Nada iba a arruinar su plan…
Según nos quiere hacer creer esta primera parte de la sexta temporada, Diana ya estaba decidida a alejarse de Al-Fayed y volcarse a sus causas humanitarias. La escala en París, esa escala en París, se convirtió en el lugar donde una mujer que siempre obedeció a su corazón, antes que a su cabeza, dejó de existir para convertirse en la “Princesa del Pueblo”.
El relato deja algo de suspicacia, pues es sabido que, los últimos años de su vida, Diana se rodeó de personajes que sólo la adulaban y cumplían sus caprichos. Desde una vidente hasta un mayordomo que habría convertido en un paño de lágrimas. Y ni hablar de los impostores que llegaron después haciéndose pasar como amigos de sangre para lucrar con la vida de una mujer que pedía ayuda con desesperación y cuyo dolor –afortunadamente– logró que la Corona replanteara la empatía que siempre debe mantener con los sentimientos de su pueblo y la responsabilidad de la prensa respecto a los límites del ejercicio de un periodismo ético.